viernes, marzo 17, 2006

Veinticuatro

Veinticuatro horas. Son sólo veinticuatro horas. Sólo eso, veinticuatro. El grupo de alcohólicos anónimos lo tiene como máxima. Los programas de apoyo a adictos utilizan los mismos axiomas. Es cuestión de veinticuatro horas.

En una ocasión tuvo la oportunidad de ir a una de las reuniones de alcohólicos anónimos. Su compañero lo era y le acompañó. No volvieron, porque, según le dijo, realmente no le interesaba dejar de beber. Ya una vez lo había hecho, le explicó, sin levantar la vista del arma que limpiaba. Había dejado de beber en la época en que era miembro del equipo nacional de tiro al blanco, y aunque continuaba practicándolo, ya hacía tiempo no competía. Como ya no era necesario mantener firme el pulso, no tenía un motivo para desear estar limpio. Él no podía vivir sin el ron; ella no podía vivir con el olor a alcohol que rezumaba su cuerpo y que impregnaba las sábanas, cuando inconciente, se dejaba caer en la cama. La relación terminó poco después, de puro ahogo. Hasta las paredes respiraron mejor con su marcha.

Tardó varios años en limpiarse. Cuando reincidió en el amor, lo hizo con otro alcohólico, esta vez uno maltratante. A los siete meses le ordenó que se marchara. Desde entonces está sola porque no ha podido limpiarse del olor a alcohol que todavía impregna su piel, ni quitar de las paredes el sudor maloliente.

Veinticuatro horas. Calcula que eso les tomará echarla de menos.

1 comentario:

Yara dijo...

This story is very deep, and as someone who has know an alcoholic or two, the way you describe the alcoholic sent is so true. It never quite leaves their body.As to the companion, I always wonder how pwoplw gravitate toward the ones who do them most harm?