domingo, mayo 18, 2008

La paleta de colores

Salió al camino llevando por único equipaje la paleta de colores de un pintor. Se divirtió pintando nubes blancas en un cielo espléndidamente azul. Al atardecer dio tonos rosados y naranjas alrededor de un sol resplandeciente, y al caer la noche pintó plateados los reflejos de la luna sobre la superficie del mar.

Cantando recorría el sendero, haciendo los verdes aún más verdes y el color de las flores más brillante porque quería estrenar todos los colores, cuando llamó su atención una hermosa casita a la orilla del camino. Se detuvo y la pintó de colores de hogar. Añadió unas estrellas en el cielo mientras escuchaba los poemas de amor del hombre que quería y dibujó la familia perfecta.

La lluvia fue destiñendo los colores y borrando el dibujo, a medida que los hijos crecieron. El hombre se marchó en pos de colores más nuevos y radiantes y no teniendo ya más carmesí con que pintar sonrisas, pintó de negro el lienzo.

viernes, mayo 16, 2008

Deudas de gratitud


Por épocas regreso a mi mundo pequeño, dónde puedo estar sola mientras cierran las heridas que, de cuando en cuando, alguien reabre. He aceptado que solamente sanan en la superficie y por eso son tan susceptibles al más pequeño roce. Una palabra, una mirada, un gesto bastan para abrirlas y abren con más facilidad cuando blande el arma una mano amiga.

Cada vez que la misma mano abre una herida, me digo que es tiempo que me aparte, que no se lo permita. Entonces recuerdo que muchos años atrás esa mano me ayudó a resanar otras heridas y me pregunto si las deudas de gratitud requieren pago. Pero aunque fuera así de sobra sé que el balance en esa cuenta dice cero.

lunes, mayo 12, 2008

Más 'alante vive gente

Siempre esperé demasiado de mis amigos y me fue difícil aprender que el que yo esté dispuesta a caminar la milla extra no obliga a nadie más a hacerlo.

Al paso del tiempo y a medida que personas a quienes quiero me fueron decepcionado comprendí que no podía imponerles mis normas de conducta. Los acepto cual son y mientras puedo me las resuelvo sola, sin pedirles ayuda.

El problema estriba en que si bien no espero que caminen esa milla extra, sí les pido lealtad, honestidad y respeto de la misma forma que estoy dispuesta a darlos. Espero que sean capaces de mirarme a la cara y decirme lo que realmente piensan, guardando el respeto que como ser humano me merezco. Lamentablemente a través del tiempo me he dado cuenta que los años de amistad no son garantía de lealtad, y ni siquiera de cariño sincero.

En esos casos calladamente y sin reproches me doy la vuelta porque como decía mi abuelo, más ‘alante vive gente.

jueves, mayo 08, 2008

Felicidades



Felicidades

en el

Día de las madres..



Desde Cascabeles

sábado, mayo 03, 2008

Besos a un árbol


"El hombre que me ame será fuerte como los árboles de ceibo, protector y seguro como ellos, limpio cómo una mañana de diciembre."
Gioconda Belli


Mi primer amor fue mi padre. Erguido de espalda, orgulloso hasta el fin, era mi mejor consejero y amigo. A él le lloré mi primer desengaño amoroso, y él me aseguró que el dolor se iría, y encontraría nuevamente el amor de que era merecedora.

De él aprendí el gusto a leer. De pequeña, a la sombra del ceibo en el jardín, me leía cuentos de princesas primero, y luego clásicos hermosos, que me explicaba con infatigable paciencia. Yo me recostaba en su hombro oyendo su voz melodiosa, sintiéndome segura en su protección. Era mi columna, mi guía, y cuando los años lo dejaron ciego, bajo la sombra del ceibo era yo quien le leía y releía sus libros favoritos, y también mis escritos. Su crítica siempre fue objetiva y muchas veces con sus sugerencias me abrió los ojos a otras posibilidades. Me dejo de herencia su fe en mí, y el saber que yo valía como mujer y como ser humano.

Cuando murió y mientras nos alejábamos de su morada final, fueron los brazos fuertes de mi esposo los que me sostuvieron cuando me flaquearon las piernas. Me parecía ver a mi padre, sentado bajo el viejo ceibo, rodeándome con sus brazos, y asegurándome que el amor vendría. Esperó para marcharse, hasta estar seguro que tenía unos brazos fuertes que me protegieran. Muchas fueron las tardes en que sentados bajo el ceibo le conté a mi amante, amigo y esposo los sueños que compartí con mi padre. A él también le leía mis escritos los que se saboreaba como ciruela madura.

El día que vi perdida la limpieza en su mirada, y sentí que sus brazos ya no me sostenían con firmeza ni me sentía segura y protegida en ellos, lo dejé marchar, porque me di cuenta de que amaba a otra y yo merecía ser amada.

Sola, me senté bajo el viejo ceibo, a través de mi vida siempre allí, siempre fuerte, seguro, estable. Entonces sentí el abrazo amoroso de sus ramas, y sabiéndome amada, llorando, me abracé a su tronco y lo besé.