lunes, junio 30, 2014

La niña que murió de amor...

Llevo meses planificando mi venganza. Es lo único que me empuja fuera de la cama. Me baño, me visto y salgo a la calle. Compro un café en cualquier parte, lo importante es estar a las siete frente a la oficina, y, claro está, que no me vea. 
Seguirlo le ha dado motivo a mi vida.  Que los primeros días me los pasé tendida en la cama, deseando morirme.  Incluso intenté suicidarme tomando unas pastillas que me recetó el médico. Lo único que logré fue perder un día de mi vida durmiendo, y darle un disgusto a mi familia. Ni al hospital tuve que ir. Los médicos, parece ser, son cuidadosos con sus recetas, o yo tengo un organismo muy fuerte. La cuestión es que no me dio resultado, pero para cuando desperté por completo, ya sabía que quería vengarme. Que no iba a tirarme a morir en una cama, no, que dirían que fui como la niña que murió de amor, y detesto esa imagen de debilidad. 
Mi madre insiste que me olvide, que soy joven, que mi vida no acabó, que hay un alma gemela para mí.  Otra, no él.  Y a lo mejor es cierto, pero digámoslo así: yo a quien quiero es a él. Suena cursi y clichoso, pero si no es mío no será de nadie. Todos tenemos derecho a soñar y yo sueño que lo mato con mis propias manos. Cosa que sé que me dará un inmenso placer. Verlo suplicar, decirme que es un equívoco, que me ama, mientras lo apuñalo, una y otra vez, hasta que se desangra.  Puedo sentir el sabor ferroso en mi boca, y una sonrisa que se inicia en las comisuras de los labios: la sonrisa de la venganza…