
La vorágine de la existencia me alejó de mi familia y de mi hogar, pero el recuerdo de mi abuelo quedó allí dentro de mí, en un rinconcito. En ese refugio, a dónde iba cuando sentía que no valía la pena luchar tanto, podía escuchar su voz advirtiéndome que no corriera, que acabaría por lastimarme.
Víctima de un desengaño amoroso que me lanzó a una depresión, me refugié en la soledad y en el silencio. En busca de la paz y la felicidad perdida, regresé al hogar donde mi abuelo vivió por muchos años. Allí, mientras paseo por los campos, ya en franca recuperación, oigo su voz cuando me advierte que no corra, que camine a mi paso…
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