Sube al auto, y le noto en el rostro el cansancio.
─¿Cómo estás?─le pregunto.
Procede a contarme el último percance de su compañero, a quién parece que la mala suerte lo persiguiera. Me lo cuenta hablando tan rápido como puede, que es mucho, y casi sin respirar. Espero que guarde silencio y vuelvo a preguntarle.
─¿Cómo estás tú?
Me contesta con una pregunta.
─¿Te cargo con mis cosas?
─No ─le respondo sin mucha convicción─ me carga aquello en lo que estoy involucrada. Te oigo y si creo que puedo darte algún consejo sin dañarte, lo hago.
Respiro aliviada porque hemos llegado a su destino, y ella, antes de bajarse, se despide efusivamente.
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