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Tía nos ayudaba en la transformación, los viernes en la noche era una niña más jugando con sus muñecas. Era ella quien nos peinaba y maquillaba y nos ayudaba a anudar los pañuelos y las sábanas que utilizábamos para hacer los “trapos” que modelábamos. Lo de “trapos” lo decía nuestra abuela que era la que rezongaba porque eran sus vestidos, sus collares, sus pañuelos y sus sábanas los que usábamos para hacer los atuendos que modelábamos mientras tía los describía para nuestro público: la abuela y tío. Eran divertidos los viernes en la noche en casa de abuela, allí éramos niñas jugando a ser grandes, protegidas del mundo exterior, libres de peligros y miedos.
Tía no era tal, era esposa de nuestro tío, pero no nos importaba, sabíamos que nos quería igual que si lo fuera, y a ella contábamos nuestros secretos. Fue testigo de mucho de nuestro dolor y a ella le confesamos cosas que nuestra madre pretendía no saber, y luego no creer...
Ahora, mientras me preparo para desfilar por la pasarela, recuerdo aquellos múltiples viernes en la noche en que gracias a mi tía éramos niñas jugando a ser grandes. Cuando me miro al espejo la recuerdo, porque fue quien me enseñó que detrás de él hay un mundo maravilloso de hadas y duendes, refugio de niñas lastimadas, en el que reina la alegría y desde dónde me gusta pensar que ella, con una sonrisa, nos observa.
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