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En ocasiones, al mirarme al espejo me sorprende la imagen de la niña que fui; quedan algunos rasgos que delatan la alegría de vivir que sentía entonces a pesar de lo pequeño de mi mundo. Era pequeño pero inmenso porque era un mundo mío compartido con hadas, mariposas y con flores silvestres. Con el sol dándome en la cara, con la sonrisa fácil y la libertad de soñar una vida por delante. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, tiempos de llantos y profunda oscuridad. Tiempos de encierro, de alas descoloridas y pétalos marchitos. Pero entre los surcos que han dejado los años y las lágrimas, de vez en cuando, si ensayo una sonrisa, puedo ver a la niña que siempre habita en mí.
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