Desde que cobró conciencia de su nombre, Abelardo decidió que no le gustaba. Sabía que había otros Abelardo, pero si a ellos no les importaba, a él sí. Era un nombre exigente, demasiada responsabilidad para él, que hubiera preferido ser Luis o Miguel o incluso Arturo, pero nunca Abelardo. Tan pronto pudo, lo cambió por otro más sencillo y al hacerlo cambió el libro de su vida, con un prestigioso destino, a un libro desechable.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario