Me falta disciplina, lo sé. Por eso es que
dejo todo incompleto. Me cansa, me aburre… Era un pusilánime, pensaba que la
fama se alcanzaba fácil, sin mayor esfuerzo.
Es que a ti nunca te vi luchar por la tuya, se te dio tan cómodo. Nacido
para ella, diría.
Es mi carisma, me decías bromeando cuando
yo te preguntaba porqué en tan corto tiempo te habías dado a conocer, cuál era
el secreto. El hecho es que tus libros
no eran mejores que los míos, pero los tuyos no solo se publicaban, se vendían
e iban a parar a la lista de los libros más exitosos, junto a otros que eran
superiores. Los críticos te amaban.
Tengo cajas y cajas en mi departamento de
los libros que publiqué en vano. Apenas
si se vendían, no podía colocarlos. ¿Quién quiere los libros de un escritor
principiante en el mundo de la literatura?
¿Cómo saber si el libro es vendible? Si me aceptaban como invitado en el
mundo de los literatos, era porque iba contigo. Me protegía tu sombra. Solo,
nunca pudiera haber sido incluido, retratarme con ellos. Felicitarlos, darles la mano. Tengo una
estiba de libros comprados en esas actividades que jamás he leído porque los
temas no lograron atraparme.
Los tuyos los he leído. Los comparo a los
míos y no noto grandes diferencias. Cada cual en su estilo es bueno, no para
pertenecer al club de los más vendidos, pero mejores que la mayoría. No te
quito mérito. Pero tampoco me lo quites porque detesto que me presentes como mi
amigo, casi mi hermano, principiante en esto de letras. Lo dices echándome el
brazo por los hombres, con lo que parece sincero cariño unido a una especie de
pena porque aún no he logrado el triunfo. Entonces siento el odio revolcarse y
no me censuro porque después de todo ese paternalismo es humillante e incómodo,
hasta para aquél a quien me presentas.
He estado trabajando fuerte, escribiendo todo el tiempo que puedo, tratando de acallar la voz del crítico interno. Me he alejado de todo y de todos, porque por primera vez siento que las ideas que bullen en mi cerebro son magistrales. Tal parece que fueran dictadas desde fuera de mí, y estoy lleno de un entusiasmo que nunca antes sentí.
He estado trabajando fuerte, escribiendo todo el tiempo que puedo, tratando de acallar la voz del crítico interno. Me he alejado de todo y de todos, porque por primera vez siento que las ideas que bullen en mi cerebro son magistrales. Tal parece que fueran dictadas desde fuera de mí, y estoy lleno de un entusiasmo que nunca antes sentí.
Escribo inmerso en este universo, temiendo
que si rompo la magia perderé el ritmo que me va llevando al desenlace. Oigo el
timbre y tu voz que me llama. Te esperaba. Sabía que vendrías porque no he
estado contestando tus llamadas ni mensajes. Siempre dije que tu curiosidad
sería tu perdición y sé que estás intrigado ante mi extraño silencio. Abro la
puerta, sonrío y te invito a entrar. Ahora podré escribir el desenlace, y la
descripción será real, conmovedora, aterradora, extenuante porque la habré
vivido. Solo sabiendo cómo se siente un asesino, se puede escribir de uno.
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