
Cuando escribía en su diario, relataba las aventuras de Paola, no de Paula que era demasiado tímida y callada, prácticamente trasluciente. Paola brillaba; Paula era opaca, no era, no existía.
Frente al espejo, cuando veía a Paula, ensayaba el reírse al modo desenvuelto de Paola, con la melena al aire, segura de sí misma, toda ella perfecta, los senos grandes, redondos y firmes, las piernas de nunca acabar, vestida a la moda, siempre lujosa y exacta.
Cargada de paquetes se le dificulta girar la llave en la cerradura de la puerta. Fatigosa de subir los peldaños, cansada, escucha el ladrido del perro y los gritos de los niños que vienen a abrirle. Él tiene el día libre y estará tendido en el sofá frente a la tele, bebiendo cerveza.
En el espejo a la entrada le parece ver la imagen de Paola que burlona se ríe y le hace un guiño. Ensaya una sonrisa que le devuelve Paula, besa a los niños y marcha a la cocina. Ya es casi la hora de la cena…
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