De que existen los milagros puedo dar fe, yo
estaba presente. Me habría ido de vuelta
temprano, pero mi mujer quería quedarse a ver qué tal se la pasaba (curiosa,
como toda mujer). “Si quieres vuélvete tú, que yo me quedo”. Acabé por quedarme, y juro que no me
arrepiento porque si ella me lo cuenta, no se lo creo.
Habíamos pasado un día pesado, caluroso en
extremo. El agua que llevaba en el
cántaro se había terminado y estábamos muertos de sed y llenos de arena. Arena
de granos pequeñitos. De esa que se mete
hasta en el pelo, que se pega y pica con el sudor del día.
Esther tenía los pies hinchados y yo deseoso de
que se diera por vencida para anotarme el triunfo del “yo te lo dije, mujer,
qué rayos podías esperar de este millar de muertos de hambre siguiendo a un
pordiosero más”. Fue entonces que él se
detuvo y con su vara nos hizo seña de que nos sentáramos. Yo le hice sitio a Esther lo mujer que pude,
velando porque nadie me la mirara mucho. Ella es de buen ver y entre tanta
piltrafa humana éramos de lo mejorcito. Al menos no nos quejábamos de
nada. De vez en cuando una brisa
refrescante nos llegaba pero traía con ella, entre otros innombrables, el olor
a sudor. Plena bofetada nauseabunda en
la cara.
Entonces comenzó el discurso. Igual que un César
cualquiera. Mi estómago que no es nada silencioso cuando está vacío había
comenzado a hacer unos ruidos de espanto.
“Ahora, aquí se forma”, pensé.
Pero el hombre habla que te habla, y todos le escuchaban con la boca
abierta sin prestar atención al ruido que
brotaba de mi estómago. Esther no
dejaba de regañarme con la mirada, como si eso me quitara el hambre.
Fue entonces que ocurrió. Luego de un total silencio, empezó un rumor
que brotó de las filas de enfrente y se fue extendiendo inexplicablemente hacia
nosotros. Para cuando llegó la canasta a donde estábamos su olor la había
precedido. Hacía años que no comía pan
tan fresco como aquel, y el pescado, delicioso, aún caliente. Esther y yo comimos hasta hartarnos.
Desde entonces cada vez que alguien me dice que ha
visto al pordiosero, se me abre el apetito y pregunto si repitió el milagro de
los panes y los peces.
1 comentario:
Me alegra ver que sigues escribiendo.
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