—He estado pensando mucho en las razones de mi depresión —le digo. Creo que tiene que ver con la angustia de
estar envejeciendo y las cosas que se pierden.
—Todos tenemos que planificar para envejecer, para muchos puede ser la
época más feliz y productiva de sus vidas, a pesar de las pérdidas —me dice él.
—No es que no planificara —insisto—.
Es que lo único que le pedía a Dios que me dejara, fue lo primero que me quitó.
Mi sonrisa.
Y me mira sin entender y trata de explicarme que si me imagino sonriendo,
lo estoy, aunque los demás no vean lo mismo.
Entonces le relato el último cuento que he leído: un niño entra de la calle
y a preguntas de la madre de qué hacía afuera le explica que salió a tratar de encontrar
al monstruo que lo mira por la ventana. La
madre lo manda a acostar, y luego, en tono de reproche, le dice al marido, “te dije
que no era suficiente con tapar los espejos”, y comienza a tapar con sábanas
todas las ventanas.
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