El abanico de techo da vueltas y aunque su sonido, en ocasiones, es
suficiente para adormecerme, esta noche no.
Es demasiado el calor. Cuando no
puedo dormir como ahora, paso la noche recordándolos.
Son muchos los hombres que han desfilado por mi vida y tener que aceptar que
ninguno valía la pena es mi castigo. Me
regalé tantas veces a hombres que no me merecían. En ocasiones, me sentí enamorada o al menos
ilusionada, pero al final, todos resultaban iguales, así que aprendí a
deshacerme de ellos. Al principio me
causaba dolor y miedo, mucho miedo, pero poco a poco se ha ido convirtiendo en
una necesidad. Ya ni siquiera les doy
tiempo para demostrarme si valen la pena. Trato de causarles el menor sufrimiento posible cuando, después de disfrutarlos, los saco de mi vida.
Siempre queda el miedo a cometer algún error que me delate, pero es un
miedo excitante. En algún momento cometeré un desliz que les dará una pista,
pero hasta entonces gozaré viendo la sangre que les fluye del cuerpo mientras
me miran con ojos fijos y azorados.
Esta noche podría utilizar el insomnio como excusa para buscar otra
víctima, pero es tanto el calor que prefiero escuchar el abanico y pasar como
en cinta celuloide mis memorias.
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