El hombre que no tiene paz piensa con frecuencia en el suicidio. Antes no lo hacía pero ahora el deseo de
morir no lo abandona. No está viviendo a
medias, la realidad es que no tiene vida.
El corazón parece haberle sido traspasado por un acero caliente que hace
que no se detenga nunca en su galope. Golpes
de frío y calor le azotan el cuerpo. Ataques de una tos seca acompañada de
arqueadas de vómito que nunca sale le acometen de madrugada temprana,
debilitando aun más un cuerpo que se ha ido deteriorando aceleradamente, como
si fueran años y no meses los que lleva enfermo. Apenas si duerme dos o tres
horas en la noche. La ansiedad no lo deja estar tranquilo, no piensa, no puede
leer, no puede escribir, ni siquiera puede entretenerse leyendo los correos
electrónicos que le enviaban los amigos, que cansados de no recibir respuesta
han dejado de escribirle. No contesta el
teléfono y se pasa largas horas preocupándose por las cosas que le parecen
insolubles y que antes habría podido resolver con una llamada o una visita a la
oficina de servicios de la compañía, cualquiera que fuera.
El hombre que no tiene paz piensa que el alma de un suicida ni siquiera
tiene derecho a ir al infierno, sino que se queda vagando por la tierra sin tener
conciencia de estar muerto, sufriendo lo mismo que sufría antes de morir, y
haciendo que la vida de su familia sea un suplicio. Imagina cómo se sentirán ellos cargando, sin
tener que hacerlo, con la culpa de no haber podido impedir el suicidio, y además
escuchando en la noche los gemidos y alaridos del muerto, aquellos gemidos y
alaridos que en vida no permitía que nadie escuchara y que mantenía acallados
entre las paredes de su apartamento. Supone
que para el suicida, el tormento de seguir vagando por la casa familiar
continúa aún después que nadie de la descendencia lo recuerde.
El hombre que no tiene paz piensa que en los casos de eutanasia la suerte del
alma ha de ser diferente. Después de todo alguien se compadece del enfermo y le
ayuda a pasar a la otra vida. Él no
tiene quién lo haga, y a los pocos que les ha mencionado que piensa en el
suicidio le han respondido de la misma forma: tienes que poner de tu
parte.
El hombre que no tiene paz piensa si en algunos casos Dios mira compasivamente
el suicidio.
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