Te quitas los zapatos, te han estado
oprimiendo los pies durante todo el día.
Dejas caer la falda al suelo, te despojas de la blusa y la tiras sobre
el lecho, junto a la de ayer. Te cansa esta nueva rutina del trabajo, pero agradeces
tenerlo. No está la economía bien; tu preparación académica es poca y tu
experiencia laboral, aún menos.
Las palabras de Andrés resuenan en tu
oído: no vas a poder sola, eres nadie, nada.
Las apartas. No vas a permitir
que sus palabras te destruyan. Ya hace
dos semanas que se fue y lo echas de menos.
Pones agua a calentar y diluyes en ella el
contenido del sobre, polvo de la sopa y los fideos. Cocinar para uno solo no se
vale, pero no tienes el dinero suficiente para ir a cenar siquiera a un fast food, y el supermercado tiene que
esperar a que cobres.
Te tomas el caldo con fideos, pensando que
debiste echarle una papa o una zanahoria. Algo que le diera sustancia. Has rebajado unas libras, producto de lo poco
que comes y de que te hace falta Andrés.
Apagas las luces y prendes la tele. Te
quedas dormida vestida aún con la ropa interior, mientras das vuelta al dilema:
¿tendrás suficiente dinero para pagar la renta del mes... o tendrás que
llamarlo?
1 comentario:
La libertad llega de muchos colores y caras... quitarse los zapatos... es una! :)
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