Escucho la campana y miro el reloj: las
dos de la mañana. Salgo de la habitación a oscuras y tropiezo con el gato que
maúlla molesto. Odio que venga a buscarme cuando ella me llama. Tiene la
lámpara encendida, el gato se ha enrollado a sus pies, y ella me mira
acusadora.
La limpio y le cambio el pañal, la bata, y
las sábanas. Me duele el pecho de moverla de un lado a otro para cambiar la
ropa de cama. Estoy cansada, harta. Le
perdí el amor cuando descubrí que estaba presa de una enferma exigente y
arrogante que haría todo lo posible por llevarme al límite de mis fuerzas. Una
madre en cuyo mundo solo hay dos seres importantes: ella y su gato, y yo soy alguien
conveniente. Me soporta porque me necesita. Nunca le he oído una palabra de
cariño o de agradecimiento. Nunca una sonrisa. De sus hijos yo soy la que se
parece a mi maldito padre. Lo grita en buches que me salpican la piel quemándome.
—Trata de dormir, mami —digo la aborrecida
palabra y me pregunto si sabrá que la odio.
—Quédate en lo que puedo conciliar el
sueño —es una orden.
Me siento en el lecho y el gato se acomoda
entre nosotras. Lo acaricia con una sonrisa satisfecha en los labios, y el gato
se da vuelta y ronronea de placer. Y ya no aguanto más. Tomo la almohada y le
tapo la cara. El gato maúlla y como si
supiera lo que estoy haciendo me ataca arañándome la espalda, intentando
morderme. Lo empujo con fuerza y cae al suelo chillando. Antes que vuelva a la
carga, aumento la presión en la almohada. Ella deja de luchar y se queda quieta.
Apago la luz y vuelvo a mi habitación. El gato está en mi cama, puedo ver el
brillo de sus ojos que parecen advertirme que me odia, que tenga cuidado porque
me atacará a mansalva.
Busco un cascabel y con una cinta se lo
ato al cuello. Su sonido no me dejará estar tranquila pero sabré cuando el
animal anda cerca. El gato se acomoda en mi lecho… Estoy presa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario