Hoy cuando el médico me dijo que la criatura que llevo dentro de mí es mujer,
entendí la razón y el propósito de muchas cosas y por primera vez me pensé
vientre y no me importa que para tenerla, me abran. Me preguntó si prefería abortar
y abracé mi cuerpo allí donde se abulta porque la sola idea de perderla me
dolió físicamente.
Cuando decidí tener un hijo la ira fue el principal
motivo. Quería un varón que perpetuara
mi nombre, el hijo que mi mujer nunca quiso. Me lo dijo antes de marcharse, no
le interesaba tenerlos, no quería ser receptáculo para que continuara una
estirpe débil y enfermiza como la mía. La habría golpeado hasta romperla.
─Puta ─le grité—.
Te vas porque tienes a otro.
No intentó defenderse pero me miró y su mirada era
triste y ante su compasión sentí rabia. Fue en ese instante que lo decidí.
Tendría un hijo, un hijo solo mío, para demostrarle, porque ella lo puso en
duda muchas veces, que tengo cojones, los suficientes para engendrar mi
estirpe.
Esta criatura es parte mía y parte de mi hermana, es hija
y sobrina, será esposa y madre, y la deseo como jamás deseé a nadie antes. Pero hoy en el consultorio médico, sobre la
camilla, el cuerpo expuesto y vulnerable, comprendí porqué cuando esta criatura
se mueve en mi panza y me toca por dentro empujando mi piel con sus puños, mi
pene responde aunque soy incapaz de penetrarme a mí mismo por orificio alguno.
Y es que esta parte mía es mujer y finalmente soy uno
y completo, y con ella y en ella podré engendrar
hijos e hijas, para asegurarme que pésele a quien le pese mi estirpe continúa.
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