Llevo meses planificando mi venganza. Es lo único que
me empuja fuera de la cama. Me baño, me visto y salgo a la calle. Compro un
café en cualquier parte, lo importante es estar a las siete frente a la
oficina, y, claro está, que no me vea.
Seguirlo le ha dado motivo a mi vida. Que los primeros días me los pasé tendida en
la cama, deseando morirme. Incluso
intenté suicidarme tomando unas pastillas que me recetó el médico. Lo único que
logré fue perder un día de mi vida durmiendo, y darle un disgusto a mi familia.
Ni al hospital tuve que ir. Los médicos, parece ser, son cuidadosos con sus
recetas, o yo tengo un organismo muy fuerte. La cuestión es que no me dio
resultado, pero para cuando desperté por completo, ya sabía que quería
vengarme. Que no iba a tirarme a morir en una cama, no, que dirían que fui como
la niña que murió de amor, y detesto esa imagen de debilidad.
Mi madre insiste que me olvide, que soy joven, que mi
vida no acabó, que hay un alma gemela para mí.
Otra, no él. Y a lo mejor es
cierto, pero digámoslo así: yo a quien quiero es a él. Suena cursi y clichoso,
pero si no es mío no será de nadie. Todos tenemos derecho a soñar y yo sueño
que lo mato con mis propias manos. Cosa que sé que me dará un inmenso placer.
Verlo suplicar, decirme que es un equívoco, que me ama, mientras lo apuñalo,
una y otra vez, hasta que se desangra.
Puedo sentir el sabor ferroso en mi boca, y una sonrisa que se inicia en
las comisuras de los labios: la sonrisa de la venganza…
1 comentario:
es demasiado corto aunque muy bueno.
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