Pensativa, se frota la crema en el rostro con las yemas de los dedos, y la remueve con kleenex. Se pone los espejuelos de leer y se examina cuidadosamente en el espejo. Este le devuelve una cara simple (nunca fue una belleza) con la piel flácida y arrugas superpuestas sobre las líneas de expresión. Se quita los espejuelos y trata de recordar su rostro joven: estaba tan absorta en su vida, que solo al reciente retiro de Modesto tomó conciencia de que han entrado en lo que llaman la tercera edad. ¿Qué es la tercera edad? ¿No tener un trabajo remunerado? ¿Tener hijos con canas? ¿Nietos en la universidad? ¿O es la conciencia de que muchas cosas que hacías antes con facilidad, ya te es difícil hacerlas?
Suspira profundo
porque sabe que hoy, específicamente hoy, cuando cumplen cincuenta años de
casados y le dijo a Modesto de ir al cine, cometió una gigantesca equivocación.
La celebración del aniversario la harían oficialmente con una fiesta para
familiares y amigos en el fin de semana, por lo que le sugirió a Modesto que fueran
a ver alguna película. A cenar primero y al cine, dijo él, siempre listo para
una salida. Se aburre en la casa. Recién
retirado se encuentra inquieto, siente que molesta, que invade el espacio de
ella y lo desordena. Han peleado más en
el último mes que en todos los años de casados.
Un baño y a la
cama, se dice, y se levanta con alguna dificultad. Los años no perdonan, piensa,
la molestia constante en la espalda, en las rodillas, es síntoma de los años. Nunca
se había sentido tan vieja ni tan frustrada, y culpa la película que
vieron.
Cincuenta años con
el mismo hombre. Si alguna vez sintió la
tentación de una aventura, la echó a un lado porque habría sido incapaz de
serle infiel a Modesto. Trabajador, un proveedor excelente, gustoso de la buena
mesa, buen conversador, buen padre y esposo. Él, por su parte, si tuvo alguna
aventura se cuidó mucho para que ella no se enterara. No es perfecto, pero nadie lo es. Tuvieron épocas
difíciles pero las superaron.
Se mira de cuerpo entero
en el espejo, le molestan las libras que ha aumentado en el último mes, la piel
de naranja más acentuada ahora. La ansiedad que le causa la constante presencia
de Modesto en la casa es culpable por el aumento de peso. La celulitis es la
fuerza de gravedad complicada con el paulatino abandono de una rutina de
ejercicios.
Hace un mohín con
los labios que quiso ser sonrisa al recordar la frase de una canción que había
escuchado cantar a Plácido Domingo: yo
seré tu primer hombre, tú mi última mujer.
Había algo injusto en esa frase que resulta machista. Nunca, hasta ahora, se dio cuenta. Modesto
había sido su primer hombre, el último, el único. ¿Se ha perdido de algo?
Deja que el agua
bastante caliente le corra por el cuerpo, se enjabona sin detenerse a
examinarlo. Lo conoce demasiado bien, y
no le gusta lo que ha visto. Es el de una mujer entrada en años. Una mujer que
de no tener marido, estaría condenada a la soltería, han pasado los años de ser
atractiva al otro sexo. Es la queja de amigas, viudas o divorciadas.
Modesto y ella pusieron
interés y esfuerzo en que su relación se mantuviera estable. Quizás más ella que él. Pero se le antoja pensar que también él ha
tenido paciencia con ella: de joven, con su ignorancia; de mayor, con su geniecito,
que lo tiene, lo confiesa. Ha desarrollado la costumbre de decir lo que le
gusta y lo que no le gusta. Y a veces,
quizás, lo critica demasiado.
Se envuelve en una
bata. Hasta la habitación llega el sonido de la tele. Modesto cambiando de un
canal a otro, sin ver nada específico. Si algo la irrita es eso.
¿Qué se sentirá el
tener un matrimonio abierto a otras relaciones?
¿A compartirse y compartir tu pareja con otros pensando que no hay
infidelidad si están todos juntos?
Maldita película, es para jóvenes, no para viejos que tienen otras cosas
de qué preocuparse, personas de la tercera edad para quienes el sexo no es de primordial
importancia. Aprovechó al salir del cine para intentar explicarle a Modesto que
se siente vieja para “eso”. ¿Para hacer
el amor?, preguntó Modesto, fíjate que no, que a mi me gusta mucho que nos
acurruquemos.
Se cambia la bata
por una camisa de dormir, más liviana y fresca. La maldita película despertó extrañas emociones,
sensaciones, reflexiones. Sale al encuentro del sonido del televisor. Modesto está sentado en el sofá y con un guiño
pícaro la invita a sentarse.
─¿Qué te parece si
nos acurrucamos? ─le pregunta ella con una tímida sonrisa.
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