Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
son hijos e hijas de la vida
Kahlil Gibran
Mi madre había dictado sentencia: era el último día de Albina. La
gallina se llamaba así porque Teresita, quien era oficialmente su dueña, le
había puesto ese nombre cuando finalmente, alrededor del cuello y las patas,
echó unas plumas ralas y blancas.
Albina llegó a casa en forma de un pollito rosado y se lo trajo uno de
los hermanos de mami, ya nadie recuerda cuál, porque Teresita quería uno.
Claro, que los tíos sabían que para Pascua de Resurrección mamá le había
regalado dos, uno azul y otro rosa. Ambos
encontraron la muerte en un accidente fatal.
Teresita los lavó en la pileta y, luego de enjuagarlos bien, los colgó
en el tendedero en que mi madre ponía su ropa interior más fina a secar. Mis
padres hicieron oídos sordos a su petición de tener otro pollito, a pesar de
sus repetidas promesas de que no le haría daño.
Y es que la pobre se aburría en el apartamento, no tenía amiguitas de su
edad y no le gustaba jugar con sus muñecas. No había forma de hacerle
comprender que ella aún no tenía capacidad para ser madre de pollitos, pero uno
de mis tíos, para desespero total de la nuestra, se lo trajo.
──Pensaría que siendo la única mujer, mis hermanos me querrían un poco
──fue lo único que dijo la pobre, antes de encerrarse en un mutismo total.
Al anochecer, llegó mi padre del trabajo. Mamá esperó hasta después de
la cena y, mientras yo estudiaba, le habló del recién llegado. Desde mi cuarto
podía escucharlos:
──Teresita no sabe de responsabilidades, es demasiado pequeña. Cuando uno tiene a cargo un animalito, es
como tener un hijo. Criarlo, cuidarlo, enseñarle… son tantas las cosas…
Papá trataba en vano de tranquilizarla.
──Cuando nació Laurita el miedo de la responsabilidad que nos habíamos
echado encima casi nos paralizaba. El
tener que cuidar aquella bebé tan pequeñita... No queríamos dejarla sola, era
un ancla a nuestro cuello. Pero aprendimos y cuando llegó Teresita nos fue
mucho más fácil y pudimos disfrutarla más.
Es bueno, y hasta necesario, que la nena aprenda a ser responsable. Yo estoy seguro que esta vez no va a hacer nada que ponga la vida de ese pollito
en peligro.
Mi madre le respondía que eso era una filosofía barata. Teresita no
había adquirido mucha más madurez, lo que ofrecía muy pocas garantías… Como no pudo hacer que mi padre entrara en
razón, le dijo que ella se lavaba las manos como Pilatos.
Papi convenció a Teresita que dejara dormir al pollito en la canasta que
le ayudó a preparar porque, según le
dijo, los bebés deben dormir tranquilos en sus cunas para poder crecer
saludable. Yo les ayudé a prepararla. En
una canasta con agarradera echamos papel de periódico cortado en ribetes
estrechos, y en pequeños frascos le pusimos agua y comida Al otro día, Teresita se pavoneaba llevando
al pollito en la canasta arropado con una frisa de cuando ella era bebé.
Lo de la canasta parecía haber resuelto el problema y, excepto que
Teresita insistía llevarlo a todos lados, los ánimos se calmaron en la
casa. Hasta mami cooperó recortando
periódicos y enseñando a Teresita a cambiarlos.
Aquel verano se anunciaba infame. El calor, aún en el apartamento era
estridente y nos ponía de mal humor. Para colmo, Pollito (así se llamaba
entonces) aprendió a escapar de la canasta. Cada vez que lo hacía, Teresita se
desesperaba, y mamá y yo teníamos que ayudarla a buscarlo por todo el
apartamento hasta descubrir su escondite. Papá sugirió llevarlo al campo para
que se criara con amiguitos como él, pero Teresita rehusó deshacerse del
animal. Ella se ocuparía de que no se escapara, nos dijo solemne.
Para evitarlo, decidió llevarlo
debajo del brazo continuamente, soltándolo solo para irse a bañar. En pocos
meses, el pollo había crecido lo que iba a crecer. Lo recuerdo bien porque era
la gallina más fea que he visto. Debajo
del brazo de mi hermana, aprisionada, no pudo desarrollarse como es debido. La
patas, el cuello y la cabeza eran de una gallina adulta, el cuerpo adolescente,
sin apenas plumas y alas pequeñitas. Mami le tenía asco al animalejo y no la
miraba. Según papá, que era muy guasón, parecía una mutación de una gallina de
palo, o un ser extraterrestre. Ya para entonces mi hermana la había bautizado,
y se llamaba Albina.
──Porque todas su plumas son blancas ──me dijo.
Por lástima no le señalé que la gallina apenas si tenía plumas., y para
colmo era contrahecha
Albina se escapaba de Teresita a la menor oportunidad buscando la
libertad. A cada rato la veíamos corriendo con Teresita detrás. En cuanto la
atrapaba la regañaba fuertemente. Durante el proceso de captura, mi hermana
tropezaba con muebles y personas. Usualmente el animal intentaba salir al
balcón. Lo tomé como señal de que no
apreciaba su vida: vivíamos en el piso quince y estaba segura que la gallina no
sobreviviría el salto mortal.
Colmó la copa de mi madre el día que tropezó con la gallina que huía de
Teresita. Apenas lograba recuperar el
balance cuando escuchó a Teresita que venía
gritando tras ella:
──Te voy a coger y de castigo te voy a arrancar unas cuantas plumas ──le
gritaba. Era como si la gallina pudiera
entender lo que mi hermana vociferaba. Fue así que nos enteramos de una de las
razones por la cual Albina apenas tenía plumas.
──Eres muy desobediente ──le dijo cuando logró capturarla.
Yo me refugié en mi cuarto, no quería ver el desplumaje. Pero la verdad
era que ya no importaba. Mi madre había
aguantado lo suficiente y aún más. La
sentencia era inapelable.
Teresita intentó esconderla, suplicó por ella, le podían quitar todos
los juguetes ofreció, pero a Albina, no, por favor, repetía, la gallina la
necesitaba. Mientras más lo decía más se empeñaba mi madre en quitársela.
Debajo del brazo de mi hermana, que la apretaba fuertemente, la gallina gritaba
como si le fuera la vida en ello. Llorando como enloquecida Teresita corrió al
balcón y sujetándola con las manos extendió sus bracitos hacia afuera.
──Huye, vete ──instruyó a Albina mientras la soltaba al vacío. Escuché los chillidos del animal, y luego el
rapapolvos que le dio mami a Teresa acompañado de dos nalgadas que debieron
dolerle en el alma porque ella nunca nos pegaba.
De mala gana, porque me daba mucha vergüenza, acompañé a mamá a recoger
el cadáver. Lo buscamos desesperadamente, mientras mi madre repetía que ella siempre
había sabido que al final, de tanto
quererla, Teresa mataría a la maldita gallina.
Pero esta no apareció ni viva ni muerta. Cuando subimos, Teresita aún
hipaba, pero se tranquilizó apenas nos vio con las manos vacías. Estaba segura
que Albina había sobrevivido la caída y haría una vida lejos de nosotros.
Yo medité mucho en los próximos días lo que había oído decir: los hijos
son de la vida. Si Albina subsistió la caída, me pregunto si tendrá las mañas
suficientes, considerando su infame fealdad, para resistir la intemperie luego
de una vida en exceso protegida. Si es así, le deseo que haya encontrado un
lugar donde, por fin, estar libre y ser feliz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario