
“Me hace demasiada falta sentir que alguien me quiere”, me digo, tratando de poner en perspectiva el comentario, pero lo miro a los ojos, y en ellos veo mezclado el amor y el deseo. Quizás, al fin, de forma fortuita, casi milagrosa, he encontrado el amor que buscaba. Aquél que siempre pensé que se encontraba al doblar la esquina porque solo creo en el amor a primera vista. El amor que nace de una amistad es un amor fraternal que no viene acompañado del deseo y la pasión.
─¿Qué voy a hacer contigo? ─me pregunta, como si le preocupara lo que está sintiendo.
Yo sonrío y me limito a decirle que me invite a un café esperando que sepa leer la promesa en mis palabras. Acepta y fijamos el sábado y me dice que lo llame ese día para acordar la hora, porque ella depende de cuán ocupado esté.
A las diez comienzo a llamar a su móvil y al trabajo. Cuando al fin me contestan es uno de los empleados quien me dice que él ha salido con el hijo más pequeño y no le esperan de regreso. Siento la amargura del rechazo y sé que una vez más quedé atrapada entre mi fantasía y la ternura cálida de una voz ensayada.
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