Siempre le tuve miedo al subterráneo de la ciudad de
Nueva York. Hace años que no viajo en él,
así que no sé cómo estarán ahora, pero en la época en que lo hacía, dependiendo
del área, las paradas eran más o menos sucias y malolientes; tenían graffiti en
las paredes; y los sujetos que se veían causaban aprensión de solo mirarlos. Me
acostumbré a viajar con la mirada baja, sin fijar los ojos en nadie, al darme
cuenta de que a las gentes, en su mayoría, les molestaba el que uno las mirara.
La lección la aprendí una tarde en que viajaba en el
tren haciendo lo que me entretenía: mirar a la gente y crearles una vida. Fantaseaba a qué iban, de dónde venían… Esa tarde la joven que estaba sentada delante
de mi, objeto de mi estudio concienzudo, me preguntó de mala manera que por qué
la miraba. Me quedé callada,
pero aprendí a mantener la vista en el suelo.
No quería problemas con nadie, especialmente si por la facha eran
capaces de llevar, por lo menos, una navaja.
Sí recuerdo que en mis viajes, antes de que aprendiera
que en el subterráneo mejor es ignorar a la gente pero estar pendiente de
cualquier movimiento extraño, vi un personaje salido de un cuento. Era una
mujer de edad indefinida pero encogida y arrugada al grado que podría decirse
que era una anciana. Llevaba los labios
pintados del rojo más rojo que jamás había visto. Debía habérselos pintado mientras corría a
alcanzar al metro, bajando las escaleras y sin mirarse a un espejo. Como
resultado el creyón rojo le había pintado labios al doble de su tamaño. En
aquella cara blanca y arrugada, su boca era una brecha ancha y sangrienta que
le desfiguraba el rostro, evidencia conclusiva de su insania. Llevaba puesto un
collar de grandísimas perlas que parecían pesarle en el cuello, encorvando aún más
su figura. Me entretuve, hasta que se bajó del tren, en urdir un cuento en que
ella era la protagonista, una Penélope cualquiera, la novia abandonada en Great
Expectations. Para cuando salió
en su parada, era aún una mujer joven, bellamente vestida y enjoyada, que iba a
encontrarse con su amante.
Nunca más volví a verla y el cuento se quedó inconcluso...
1 comentario:
:) estoy leyendo todos tus cuentos...
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