domingo, abril 16, 2006

Resurrección

Domingo de Pascua de Resurrección. Intento revisar el cuento que he estado escribiendo en los últimos días, pero mi cabeza se empecina en traer recuerdos de esos que uno quisiera borrar pero que han quedado grabados por hierro candente en las neuronas.

El cuento no ayuda, refleja la parte oscura de mí que no entiendo y que parece estar ahí siempre, impidiéndome disfrutar los momentos de felicidad que la vida me da, pero que nunca sé apreciar en su momento.

Cierro la pantalla del cuento como quisiera cerrar mi cerebro para que no piense y me concentro en mirar la luz del cirio que le tengo encendido a la Virgen. Apenas si hay brisa en la habitación y la llama arde corta, pero esbelta. Entonces pienso en el significado de la fiesta de hoy. Aún me queda tiempo, solo tengo que buscar encontrar, donde dejé olvidada, como se olvida a los muertos, a la niña alegre y soñadora que una vez fui.

jueves, abril 06, 2006

Llanto

Me agobia el sonido ensordecedor en mi cabeza, a pesar de la bruma del silencio. Algo dentro de mí llora sin razón aparente. No quiero hablar con nadie, ni estar con nadie, se abarrotaría aún más mi cerebro de ruidos. No quiero consuelo para el llanto, porque es un llanto interno, que necesito en este instante dejar aflorar. Quisiera pensar que es un llanto colectivo, pero no soy tan especial que pueda ser receptáculo del dolor de la tierra y de la humanidad confusa, que viven en el barullo de la vida, ajenos a su propio llanto.

Al menos, aún en la niebla silenciosa yo puedo oír la voz del canto de mi dolor, canto de llanto guardado por años, porque las lágrimas no resuelven nada, pero que hoy se desbordan en mi cabeza y me delatan, corriendo cual salados caminos sin destino, por mi rostro. Los que pasan a mí alrededor me ofrecen ayuda, pero no puedo estrechar la mano que me extienden, porque desde hace años vivo en mi espacio, enajenada. En él encuentro una paz relativa, entre sus paredes que son testigo de mi soledad, no siento la necesidad de llorar mi llanto, porque puedo escribirlo.

Y llorando llego a mi casa, y oigo el ruido de la llave en la cerradura, y entro. Voy directo a la computadora, y mi cerebro a través de mis dedos plasma en la pantalla lo que siento, que una vez escrito se hace surreal. Y puedo de nuevo enterrar mi dolor bajo capas de sensatez aparente, allí dónde reposan las memorias que hacen daño, y donde quedará agazapado, hasta la próxima vez, en que un estímulo inesperado en el exterior, haga que tenga que dejar que el dique de mis ojos se abra, y fluyan las lágrimas y el llanto disipe parte del dolor.