miércoles, octubre 29, 2008

Princesitas

La primera vez era tan pequeña e inocente que no la recuerda. Después se convirtió en un juego, un juego privado entre dos que intuitivamente sabía que debía guardar en secreto.

Al paso del tiempo se convenció que con la pérdida de la ingenuidad había salido ganando: él compraba su silencio y su anuencia con regalos caros; nada era demasiado para su princesita.

Ahora, cuando siente el llanto ahogado de su niña sin padre y sabe que ha sido destronada, se pregunta si también su madre se hacía de oídos sordos.

domingo, octubre 26, 2008

Solo para ti

Siempre quise escribir un libro. Un libro pequeño, sin grandes pretensiones. Nada especial, solo un puñado de relatos cortos, memorias, sensaciones y emociones en que el lector encontrara algo con lo cual pudiera identificarse. Que al leerlo dijera: “yo también pasé por eso”, o “es como si lo hubiera vivido” o “es cierto, así mismo es”. Como me sucede a mí con algunos libros en los cuáles no importa la página que abra, al azar, encuentro un mensaje que el autor dejó solo para mí.

Cascabeles se ha convertido en ese libro. En sus “páginas” he ido dejando algo mío para ti. Espero que aquí encuentres, no importa el título, ni el mes, ni siquiera el año, algo que te llegue y que te haga sentir menos solo y sepas que desde dónde estoy a dónde estás, a través de este medio te envío un abrazo.

jueves, octubre 23, 2008

Un deseo


En estos días me siento agotada. Es como si el universo se hubiera vuelto en contra mía, y una tras otra, situaciones desacostumbradas me acosan creciendo en mi mente hasta convertirse en problemas. No estoy educada a dar marcha atrás, no es mi estilo, por lo que me sobrepongo y les hago frente, aunque en más de una ocasión me rinda al llanto. Entonces siento el dolor de no tener a mi lado un hombro confiable en el cual recostarme para que me de aliento. Hace demasiados años que no lo tengo, me digo. Y con la esperanza de que será escuchado, suelto al universo un deseo…

jueves, octubre 16, 2008

De las peras y el olmo

Contesto su llamada y me dice que llamó anoche varias veces, y no le contesté, que dónde estaba. Me es más fácil decirle que estaba durmiendo a que no quise contestar el teléfono. ¿Para qué explicarle que su llamada llegó demasiado tarde?

Estoy cansada de gente egoísta que carece de consideración. De gente que vive para ellos mismos en su mundo cómodo y privado, que esperan que esté disponible a sus llamadas, pero nunca se les ocurre que pueda necesitarlos entre una y otra. He lidiado con demasiadas personas de esa calaña para intentar explicarle que debió llamar cuando el alerta del huracán aún estaba en pie.

Afortunadamente, de él, no esperaba otra cosa. El olmo, decía mi abuelo, nunca da peras.

miércoles, octubre 15, 2008

Impresiones

Le deleitaba el roce de los dedos de Adelaida recorriendo su cuerpo, hasta llegar a su nuca. Esas caricias inexplicablemente le recordaban el sabor del dulce de lechosa que su abuela le hacía de pequeño. Era un dulce pegajoso que se le quedaba en los labios, los que se relamía extendiendo tímidamente el plato vacío.

─ No más ─decía la abuela riendo─ que a la hora de la comida no vas a tener hambre.

En ocasiones, la mujer se conmovía y entonces le daba otra porción, “solo un poquito pero te vas de la cocina”. Entonces corría hasta el cuarto que compartían y allí, escondido, lamía el plato hasta dejarlo limpio sintiéndose feliz y satisfecho.

Mientras se hundía en los resquicios de aquel cuerpo joven pero voluptuoso, perdiéndose entre sus montañas y sus valles, aspiraba la fragancia a blanco de Adelaida y se sentía tranquilo y en paz.

Su abuela también olía a blanco, pero era el blanco del agua florida de Murray y Lanman con que en las noches se persignaba antes y después de orar, y el blanco de las azucenas que jamás faltaban en el altar a Santa Bárbara, dónde mantenía un velón encendido para espantar a los fantasmas. Le causaba risa ver a la anciana hincarse y levantarse con la dificultad de los años y el lumbago, para luego acomodarse junto a él en la cama. Pequeñito, se encogía aún más, pegándose a su abuela para sentir su olor a blanco. Olor que lo arropaba protegiéndole de las pesadillas que habían venido en la vieja maleta de cartón con que su padre lo dejó en casa de la abuela, con un “ya mismo vuelvo”.

Los dedos de Adelaida y su olor a blanco no pasaban de ser impresiones fugaces que no dejaban huella alguna en su espíritu, pero que le recordaban que en él, imponente e inmensa, estaba para siempre tallada la imagen de su abuela.

viernes, octubre 10, 2008

De finales

Se supone que cuando escriba la primera oración, ya tenga la última. En estos días en varios lugares he leído la frase. Debe ser cierta por que la verdad es que muchos de los relatos que comienzo nunca los termino por no poder encontrarles final. Les habría hecho justicia si la primera oración hubiera venido acompañada de la última. Pero no es así que escribo. Comienzo a escribir sin tener claro lo que voy a escribir y lo menos que se me ocurre es pensar en cómo voy a terminar.

De la misma forma, mi vida es una sarta de comienzos sin final. No por falta de esfuerzos, porque cuando me entrego a una causa lo hago dando el ciento por ciento. Por falta de imaginación, agudeza o malicia nunca pesé ni medí las consecuencias y me tiré al vacío pensando que las estrellas o los buenos hados me recogerían.

Para estas fechas no creo en los hados (al menos los buenos no existen), y aprendí que a las estrellas no les importa si vivo o muero. Eso no me detiene en la frenética búsqueda de aquello que busco, solo que ya no tengo idea de qué es. Es posible que en alguna de las caídas el golpe fuera en la cabeza, por lo cual lo olvidé sin remedio.

Afortunadamente, me han asegurado que lo escriba o no, la vida sí tiene final.

miércoles, octubre 01, 2008

De estrellas



Mi abuelo decía que la tenacidad es necesaria si se quiere alcanzar en vida los sueños. Lo malo, decía, es que la gente se limita a soñar con alcanzar las estrellas y tan solo las ven de cerca el día en que mueren.

Muchas noches, sentada en su regazo, le decía cuál estrella quería. Siempre me contestaba que no bastaba con que lo dijera o con desearlo con todas mis fuerzas. Primero se les pone nombre y luego, al igual que los milagros, los sueños se caminan.

Cuando mi padre tuvo el accidente en la mina, ya mi abuelo había muerto. A mi madre se le cayó el mundo encima cuando los médicos dijeron que nunca volvería a caminar. Se sentaba en el primer descanso del balcón a mirar al cielo, llorando. En ocasiones me sentaba junto a ella y aunque las más de las veces me enviaba de vuelta a la cama, las otras, cuando su pena se le salía en suspiros sin lágrimas, me abrazaba.

─ ¿Qué va a ser de nosotras, mi niña?

Yo también me abrazaba a ella y pensando en el abuelo le decía que no se preocupara, que mirara muy fijo las estrellas, decidiera cual de ellas quería, le pusiera nombre y le hablara, le hablara hasta el cansancio, hasta que ya no pudiera y le siguiera hablando también entonces porque solo con la tenacidad se alcanzan los sueños. Ella hacía como si me entendiera, ella que nunca escuchó al abuelo por que estaba viejo, decía, y se le va la mente, y vive en el pasado.

Mi padre murió poco después de su accidente. No tenía ganas de vivir decía mi madre con rabia, como si se sintiera traicionada porque él no estaba dispuesto a luchar y a tomarle amor a la vida.

─ Nos dejó solas ─ me dijo la noche en que lo velaron.

A los pocos días empacamos nuestras pertenencias personales y vino a buscarnos un hermano de mami en una camioneta destartalada. A la guagua le chirriaban todos los tornillos, y los neumáticos medio vacíos hacían pa, pa, sobre el pavimento. Mi madre hizo el viaje en silencio; llegábamos ya a la ciudad cuando me señaló el cielo.

─ Mira esa estrella ─me dijo bajito─ nos ha venido siguiendo.