viernes, noviembre 22, 2013

Descenso


Me atrae la gente sin muchas esperanzas ni oportunidades. Tengo un don especial para reconocerlos.  Los veo bajar las escaleras y esperar el tren que los lleva al empleo sin porvenir, en oficinas oscuras donde el café es negro y amargo.  Llevan caras sin forma definida, máscara uniforme. Los ojos apagados, los pasos lentos y la espalda encogida, como acalambrada. Son hombres y mujeres que viven una vida que no les lleva a ninguna parte, llevando a la espalda la preocupación del dinero que no da, de las obligaciones pendientes, de la soledad íntima en que viven. Liberados por breves horas los viernes en la noche cuando tienen el fin de semana por delante y pueden recordar cuando eran gente.  

 Cuando la mañana ha florecido por completo, bajan otros, con sus maletines de cuero y sus computadoras, el teléfono celular que les quema la mano, hablando incesantes por ese artilugio de moda. Los ojos les brillan, y caminan crispados, planchados, resplandecientes  como el día contra el que arremeten. A esos les miro las caras, las estudio porque sé que muchos irán  perdiendo la definición de sus facciones. 

 Esos, los que se van difuminando, son las promesas derrotadas, nuevos ingresos a las filas amorfas de los que no tienen esperanzas ni oportunidades.  Creyeron que podrían conquistar el sistema, y este se los tragó victorioso en la lucha por la nada.  Porque nada es el departamento de lujo, el bote, el auto. Nada son ellos porque no pudieron mantenerse en el tren del éxito y bajan poco a poco los escasos peldaños que subieron.

Aún más bajo en el escalafón están los otros.  Los que no tienen ni siquiera con qué tomar el tren ni razón para hacerlo. Los que duermen arropados con periódicos que encuentran.  Los que buscan qué comer en algún zafacón. Los que piden limosna.  Esos recuperan el rostro, pero es un rostro genérico porque es el del enemigo que puede intentar asaltarte y robarte, incluso matarte por necesidad o por envidia.

Ese es el rostro que veo al mirarme en las vidrieras…

domingo, noviembre 10, 2013

Tonta

Eres una tonta, lerda, tarada. Por semanas intentas que este hombre que se expresa de una forma inteligente y sensible, acepte conocerte en persona.  No te gusta dejarte impresionar en un chateo, que prefieres tener la persona delante, ver sus ojos, la expresión de su cara…  Y al fin llega el día en que él se atreve a dar el paso. Todo listo ¿no?  No.  No está listo porque te sobrecoge el miedo y te preguntas qué espera él a estas alturas.  No sería el primero que piensa que tiene derecho a tener intimidad contigo apenas conocerte. Y ya no estás para eso, ya no estás para estarte regalando.  Quieres un amigo, con privilegios, si ambos lo desean cuando surja el momento: no porque es viernes y tienes la impresión de que él no tienes ganas de pasar la noche solo.
 
Eres una tonta… Con decir no (si era necesario y así querías) bastaba.

miércoles, noviembre 06, 2013

Cuelgo los guantes...

       Así como me convencí hace años que tenía que escribir, hoy sé que me engañé a mi misma. Mis cuentos nunca han pasado de la mediocridad literaria, y los libros en que he publicado no son mucho más. No he leído lo suficiente, no he viajado lo suficiente, no he vivido lo suficiente como para poder inventar cuentos profundos que lleven al lector a la introspección.
He de confesar que no sé si el lector está hambriento de cuentos que lo hagan pensar, indagar, releer…o prefiere leer cuentos para su entretenimiento. Imagino que igual que hay escritores que logran dar profundidad a sus cuentos no importa lo sencillo de los temas, también hay lectores que se precian de poder leerlos y entenderlos, y más que nada disfrutarlos. 
De lo único que estoy totalmente segura es que mis cuentos no dan el grado, no son lo que aspiraba cuando cargándome al pecho el letrero de escritora comencé a escribir. Una gran parte de mi está decepcionada y quisiera continuar intentándolo, pero ya sé que todo será en vano. Nunca escribiré ese cuento de perfecta técnica, de temática profunda.  Y cuelgo los guantes…