domingo, mayo 30, 2004

En mi valle

La fortaleza de los robles, la historia de los ceibos milenarios, la talla erguida de los pinos siempre verdes, la sombra de las acacias, ay mi Dios, que en mi valle apenas si hay arbustos…

sábado, mayo 29, 2004

A la orilla del río

Cansado de tanta lucha y envidia, fue al viejo sabio. Por consejos de éste en vez de ir en son de guerra como siempre hacía, se sentó a orillas del río a ver el cadaver de su enemigo pasar. Cuando vio bajar el cuerpo, le miró el rostro para escupirlo, y su rostro desde el río, con mirada triunfante, le escupió.

Ella y la muerte

Me muero, le dijo, y él corrió a su lado. Cuando tú estás, estoy más tranquila y me siento mejor. Me muero, le dijo. Y él se sentó a su lado. Tengo miedo, me estoy muriendo, dame la mano, ayúdame. Contigo a mi lado, puedo quedarme dormida. Él, obediente, le tomó la mano. Me muero, le dijo. Y él pasó de largo, porque la muerte nos llega a todos.

jueves, mayo 27, 2004

Lo imprescindible

Con apenas treinta años, había aprendido hacía tiempo que, por su naturaleza, todos los hombres mienten, y para no olvidarlo nunca, llevaba siempre en su pequeño bolso, en compartimientos separados, por supuesto, un alacrán y un sapo.

Esmeralda y la pasión

Esmeralda siempre pensó que el amor venía acompañado por la pasión. Y que era tan especial, que el día que lo encontrara, toda ella se estremecería, y sabría que por fin, había llegado.

Tanto creía así, que en los días del amor y la amistad se vestía de rojo pasión, por si daba la casualidad de ser ese el día. Pero los años iban pasando y el amor no había llegado ni siquiera a tocar la puerta, menos aún a cruzar el umbral de su casa.

Se había ido secando poco a poco esperándolo mientras cortaba corazones de papeles rojos, para tratar de mantener viva la ilusión de que el amor era rojo pasión y de que le llegaría.

Seis meses después de muerta su mujer, el panadero, que tenía cinco hijos pequeños, le propuso matrimonio. Le pidió que lo pensara, que el amor llegaría con el tiempo.

Esmeralda recogió sus corazones de papel rojo pasión, los rompió en menuditos pedazos y los quemó en una escudilla de barro. Y para que al menos el amor llegara, cortó corazones de papel verde esperanza...

miércoles, mayo 26, 2004

La imagen en el espejo

Riendo, se quitó los zapatos. Se soltó el pelo del nudo que lo aprisionaba. Desabotonó su blusa lentamente, mientras su boca roja y carnosa sonreía. Sabía que él vendría. Había quedado intrigado. El reto lanzado, había sido aceptado.

En otro país, en otro mundo, era diferente. Podía olvidar los cánones de conducta aprendidos. Dejar atrás los remilgos y temores. Libre como su pelo, como su risa provocativa, como sus pechos al aire. Giró sobre sus pies y en el momento que le tomó ese giro, captó su imagen en el espejo. Se abotonó la blusa, se recogió el cabello, puso cerrojo a la puerta, y en silencio, se refugió en el lecho.

Como novia

No miró atrás. No era necesario. No le interesaba ver el cuerpo encorvado de la anciana, desparramado en la inmensa butaca. Con gracia, re meneó sus caderas, echó al aire su largo pelo rizo, y vestida de blanco, como novia, comenzó a caminar hacia otra vida.

martes, mayo 25, 2004

Cascabeles de risa

En la caricia del viento, se perdió la ola, y vi la espuma a lo lejos, perderse en el horizonte. En la orilla se quedaron mis pies sintiéndose llevar por la arena que volvía a la mar, de dónde provenía. En ese beso de despedida, me soñé sirena y me arropó la tentación de marcharme con ella, para hacer el amor, amada y deseada por las aguas. Pero un golpe de la cálida brisa me trajo desde tierra el sonido de cascabeles de risas de mis niños sabios, y hundí mis dedos como garfios hurgando en la arena febrilmente, para no dejarme arrastrar por ella.

Amores del viento

Cerré las celosías para que no entraran ni la luz ni el viento, y no interrumpieran el ondular de nuestros cuerpos, ni divulgaran a nadie nuestro amor secreto. En vano quise protegernos, por que el viento, astuto, se coló por la hendidura debajo de las puertas, llevándose la esencia de aquel amor tan nuestro, y lo arrastró por todas partes hasta que nuestros nombres se ensuciaron con el barro de la calle. Regresó con los chismes que enlodaban nuestros nombres llenando la habitación de amargas realidades. Trajo con soplidos espantosos espesas nubes grises, anchas, preñadas de lluvia que cayó torrencialmente arrasando todo aquello que encontró a su paso, y junto con papeles sin importancia alguna, con hojas secas, viejas colillas de cigarros viejos, y envolturas de dulces, se marchó llevándose nuestro amor, calle abajo, hasta desbordarse por las alcantarillas. Entonces, sólo entonces, vencida, abrí las celosías…