domingo, diciembre 23, 2012

Esta Navidad

Me he propuesto pasar unas navidades felices. Que no se diga que no intenté por una vez en la vida, divertirme en esta época a la que le tengo manía desde pequeña. No sé si tiene que ver con que nunca recibí los regalos que pedí a Santa Claus y a los Reyes mientras creí en ellos. O que, al aprender que no existían realmente, perdí la esperanza de que llegaran los presentes que deseaba. Nada más triste que perder la ilusión de que existen estos seres maravillosos que van a traerte el regalo soñado. Casi prefería que existieran aunque me trajeran lo que les diera la gana, que era lo que siempre hacían, a saber que eran una fantasía.

Me enteré de muy niña del engaño de que éramos víctimas niños y padres, ellos, porque se obligaban a hacer un esfuerzo económico para intentar regalarnos algo que nos gustara. No recuerdo si era Santa Claus o los Reyes los prácticos, los que nos traían cosas que necesitábamos, que es decir que no era realmente un regalo. Regalo es una sorpresa, algo que has pedido de corazón o algo que no necesitas, pero que una vez llega, no sabes cómo pudiste vivir sin tenerlo (sensación que de niños nos dura apenas unos días).

Ya de crecida no eran realmente regalos los que recibíamos porque acompañábamos a mi madre a las tiendas y escogíamos algo que nos gustara, dentro de su presupuesto. De adolescentes era ropa: los vestiditos para los días de fiesta. No es que fuéramos a ir a fiestas, es que eran días feriados y se estrenaba ropa.

Recuerdo que los regalos sorpresa que más me gustaban los traía para la fecha de Reyes una prima. Su presupuesto era el más restringido de todos, pero siempre llegaba con detalles especiales, originales. Mi prima murió hace más de cuarenta años, pero aún tengo una peinilla azul que fue uno de los últimos regalos que me hizo. Era una peinilla adornada con piedrecitas de colores, las que fue perdiendo, pero sigue siendo la mejor peinilla para acomodar mi cabello.

Vivo apegada a mis cosas, pequeñas o grandes. Mi casa, a la vista de otros, debe ser un pequeño museo por los cientos de objetos que llevo guardando por años. De vez en cuando me digo que tengo que regalarlos, salir de ellos, porque cuando muera no tendrán valor alguno para quién los herede. Pero me parece una tarea tan inmensa, que de solo pensarlo me canso. Mañana, me digo, mañana empezaré a recogerlos para donarlos. Esperemos que ese mañana llegue antes de estar demasiado vieja.

Mientras, entre ellos, y con Cuquito, intentaré celebrar estas navidades con la alegría que les ha faltado a todas las otras. Es tiempo de que en mi vida haya alguna felicidad, y quizás, ante mi cambio de actitud, este año el Niñito Jesús resulte benévolo y me permita disfrutarlas en paz y armonía.

Y hasta me deje un regalo…

Memorias

Mientras buscaba mi memoria más antigua, una que tuviera rositas de maíz de colores; algodón rosado, dulce y pegajoso; machinas de caballitos y de carritos locos; o una que incluyera el dulce-amargo peregrinaje al viejo San Juan para ver la vitrinas navideñas, comencé a soñar con aguas turbias, estancadas, nunca claras ni llanas. Son de un color verde oscuro casi negro, y de ellas, de vez en cuando sale un monstruo sin rostro. No necesitan rostro mis monstruos porque apenas los intuyo, reconozco su identidad. Sabiéndose reconocidos, vuelven a hundirse en las aguas oscuras.

Vencida en la búsqueda mental de una memoria, me había resignado a hurgar entre viejos escritos, cuando llamó mi hermana para decirme que sus padres habían encontrado a Brenda muerta.

Tenía apenas seis años cuando al fallecer mi abuelo me topé por primera vez con la muerte y tomé conciencia de que somos seres temporales. Para consolar a mi madre alguien le dijo, y la escuché decirle, que todos andamos con la muerte detrás de nuestra oreja. Durante noches sin fin, mientras intentaba quedarme dormida, sentía a la muerte en mi cama, agarrada a mi oído. Recién comenzaba estudios de catecismo para hacer mi primera comunión y me desvelaba el pensar que si la muerte decidía llevarme estando en pecado, impura de confesión y habiendo ya pasado la edad en que los niños van a flotar al limbo, iría a quemarme al infierno.

Poco a poco me fui dando cuenta de que si bien la muerta estaba allí acomodada, no podía hacerme nada hasta que no recibiera la debida instrucción de recoger el alma. Para entonces no creía en el infierno de cuando era niña porque vivía en uno, y la menor de mis preocupaciones era andar con la muerte enganchada en mi oreja, porque la veía como mi liberadora.

El viernes, mientras viajaba con mi hermana al entierro, pensaba que es la segunda Brenda que enterramos, la segunda que muere fuera de cartelera. Como quien hace un ejercicio, hicimos inventario de los hijos que se han enterrado en nuestra familia, muertes que no debieron haber sido y que dejaron vidas rotas con su fuga a destiempo.

Ya mis padres murieron y he vivido una vida lo suficiente larga para que mi muerte no esté fuera de turno. Eso sí, desde el viernes he vuelto a estar conciente que la muerte está agarrada a mi oreja y que no es una pantalla de lujo, ni una prenda de adorno. Es entonces cuando se me ha ocurrido que al cambiar de plano tendré que nadar por las aguas oscuras de mis sueños, flotando entre memorias del pasado, enfrentando a mis monstruos, haciendo la paz con ellos. Me ilusiona el pensar que entonces re-encontraré las memorias perdidas, las de los carnavales y fiestas patronales de mi infancia y veré nuevamente el trencito atiborrado de regalos de navidad que imperturbable daba la vuelta de frente a la Plaza de Armas, desde la vitrina del antiguo Gonzáles Padín.



sábado, diciembre 22, 2012

domingo, diciembre 16, 2012

El antes y el después

Hace varios días que me da vueltas en la cabeza el que nuestra vida está hecha de un antes y un después. En mi caso, antes y después de casarme, antes y después de mi divorcio. Se supone que ese hecho que marca el antes y después llevara a un cambio, un cambio para mejorar. La única diferencia en que puedo pensar es que antes el hombre estaba y después no.

Me falta un después: el después que dé el cambio. Que es un eufemismo para morirse, porque la muerte la tenemos todos detrás de la oreja, cosa que sé desde pequeña. No es un pensamiento muy atractivo que digamos pero no deja de ser la realidad.

Pienso mucho en la muerte. En lo que significa no tener que levantarme en las mañanas y pensar qué estoy haciendo en este mundo, ni qué rayos hice con mi vida. Supongo que si cuando llegue a donde uno llega permito que Dios comience su interrogatorio antes de que yo inicie el mío, me reprochará el no haber hecho nada con los talentos que me dio. Yo, por mi parte, si alcanzo la delantera, trataré que me conteste el porqué me dio los talentos a sabiendas de que mi carácter me impediría utilizarlos debidamente.

Y es que además de pensar en la muerte estoy luchando con mi concepto de Dios: un Dios que lo sabe todo y que está viendo que apenas puedo con la carga, a pesar que, insisten algunos, no nos da más de lo que podemos llevar. Años atrás tenía en mi oficina la Oración de Las huellas. Si yo desfallecía, Él me cargaba. Me es difícil confesarlo pero pienso que eso de que nos carga es puro invento. No pretendo escribir una diatriba contra Dios porque temo que me castigue por el agravio (mi visión de Él está contaminada por mi educación en un colegio católico) y no quiero sobre mí el miedo de que me envíe más. La frase “mándame más si más merezco” nunca ha pasado por mis labios porque considero que el decirla es un desafío abierto a Dios, castigado con un aumento en la carga de nuestro saco, proporcional al coraje con que la decimos.

El caso es que me hace falta fe y no veo la ayuda de Dios por ninguna parte. Afortunadamente, a pesar de la educación en el colegio católico, mis padres eran espiritistas. No hay mejor remedio al mal del suicidio que pensar que si nos quitamos la vida, el alma será castigada con el regreso sumario a la tierra. Ya no estamos hablando de regresar en el proceso evolutivo espiritual, sino de regresar como un espíritu atrasado a pasar las de Caín. O sea que irremediablemente y cónsone con mis creencias tengo que esperar pacientemente al después…

lunes, diciembre 10, 2012

El significado de la vida

Son apenas las cinco y veinte de la mañana y estoy despierta. Sé la hora porque miré el reloj justo después de ir al baño y vuelvo a la cama buscando su calorcito. Una hora más antes de que Cuquito se despierte. Aprovecho el tiempo para hacer una lista mental de lo que debo hacer durante el día e intento, en vano, echar atrás un cartelón gigante que me dice que debo escribir sobre el significado de la vida. Imposible porque, obsesiva como soy, me sigue a todas partes este cartelón que he creado imaginariamente ante el bloqueo absoluto.

El primer canto de Cuquito hace que salte de la cama y como hipnotizada (siempre me levanto desganada) voy y le destapo la jaula. Aprovecha para hablarme jeringonzas. Le pongo pan, le cambio el agua. Enciendo la computadora, y abro la puerta que da al balcón. Libero a Cuquito del encierro de su jaula y comienzo el desayuno.

Mientras, mi mente va a la asignación pendiente sin que una idea que valga la pena cruce por ella. Me siento a tomar café y Cuquito se me acerca. Tamborilea con el pico sobre la mesa y una vez tiene mi atención dobla la cabeza. Quiere que lo acaricie. Es sorprendente como, a través de los años, he aprendido a interpretar la mayor parte de sus gestos. Va volteando su cuerpecito para que sepa dónde quiere que le pase el dedo, y suavecito lo acaricio entre las plumas de la cabeza y el cuello.

Es en esa extraña comunión de ave y mujer es que me doy cuenta. Puedo pasarme el resto de la vida filosofando sobre su significado, cuestionando a un Dios que, a mi modo de ver, hizo un mundo imperfecto lleno de crueldad y dolor, e incluso deseando la muerte, o puedo disfrutar este instante.

sábado, noviembre 24, 2012

Fantasía de sombras

Siempre que lo veo es de noche. Es una sombra negra, más negra que la negrura de mi cuarto. Se mueve despacio, se acerca, se aleja. Sé que no lo imagino igual que sé que no pertenece a mi mundo. Aunque duerme a mis pies, nunca está en las mañanas cuando yo despierto. Hay algo en él que necesita la noche perenne.

Cuando no viene, lo extraño. Es mi único amigo e intuyo que me quiere. El hecho de sentirme amada por alguien aunque solo sea un celaje me alegra.

He comenzado a poner dos platos para la cena. Él llegará más tarde pero cuando llegue sabrá que es bien recibido. Intento adivinar sus gustos inventando nuevas combinaciones de mis platillos preferidos. Quizás si alguno lo tienta lo suficiente, decidirá presentarse en mis días, servirme de escolta al trabajo, acompañarme en las compras, hacer cosas juntos.

Ansío un beso suyo y se lo digo porque hacía noches que no venía. Pero él se repliega a una esquina como si temiera hacerlo, cuando yo sé que moriría nuevamente con tal de acariciarme. Nunca lo hará, su amor es muy grande: piensa que si me toca me lastimará. Así que lo he decidido. Mañana después de la cena cambiaré a su mundo y como dos sombras, nos iremos juntos.

sábado, noviembre 17, 2012

Mariposa azul

Sé que eran las doce cuando me desperté, porque las manecillas del reloj apuntaban al techo. Tengo uno de esos relojes de pared que son lumínicos para saber la hora cuado me despierto durante la noche.

Cuando cobré conciencia recordé que, al momento de despertarme, soñaba que me estaba haciendo el amor apasionadamente un hombre sin rostro. Siempre que tengo sueños eróticos el hombre no tiene rostro. Es un compendio de todos los hombres que amé y por una u otra razón se alejaron, me digo. O quizás el espíritu de otra existencia que me persigue, y si es él, imagino que está satisfecho porque consiguió su cometido: que me quedara sola. No importaba quien fuese, me sentía satisfecha y feliz así que por unos minutos prolongué la sensación de estar siendo amada. Pero no es igual dormida que despierta; me reproché mi debilidad y me levanté del lecho.

Siempre pensé que no le temía a la soledad, pero a medida que los años pasan y veo sus huellas en mi rostro, me atemorizo. Temo el quedarme sola e incapaz de atender mis mínimas necesidades. No tengo descendencia que vele por mi cuando llegue el momento, y los parientes que tengo están demasiado lejos no solo en distancia física, sino en la emocional. La distancia la puse yo cuando me alejé de todos. En aquel entonces mi ira con el mundo, con Dios, no tenía medida. En mi soledad y nutriendo mi odio, decidí que no dejaría que nadie ni nada se acercara a herirme. No me importaba a quién hiriera o a quién alejara. Quería estar sola con mis rencores. Bañarme de día y de noche en el lago de mis amarguras y degustar el sabor malsano de la venganza en mi boca. Pronto me di cuenta que me sería imposible buscar el desquite, que iba contra mi naturaleza. Entonces me envolví en las cosas que me rodeaban, en los libros que daban descanso a mi mente, en el silencio que no permitía que nadie rompiera, y alcancé la tranquilidad del muerto en vida, en ese pequeño espacio que llamé mi mundo.

No sé en qué momento me di cuenta que era mariposa enredada en una gruesa telaraña viendo pasar los años que transcurrían, uno la repetición del otro. Fue entonces que intenté liberarme, pero la carga del rencor a mis espaldas, el miedo a estar con otros y ser rechazada, me petrificó. Las paredes físicas se habían convertido en emocionales y aunque la prisión se me hizo intolerable, no he podido escapar. No hay solaz para mi espíritu, solo me queda esperar la muerte, mariposa azul sin esperanzas.

Solución

Eran las doce y cuarto de la madrugada. El extraño ruido que la despertó había cesado y no se colaba luz alguna por la ventana: ¿estaría imaginando cosas? El temblor de las piernas se intensificó. Si al menos su hermano estuviera él podría hacerse cargo de la situación. Se sintió tan poquita cosa, tan asustada; era solo la mitad de ella desde que había salido del hospital. Siempre con miedos, sintiéndose impotente para tomar las riendas de su vida, dependiendo de su hermano. Él se burlaría si supiera que imaginaba ruidos de alguien entrando a su habitación. Pero también se preocuparía, claro, no por ella, sino por él mismo. Iba a casarse pronto y ella sería una carga horrible. Lo habían hablado varias veces, estaba dispuesta a intentar vivir sola. Él lo habría preferido pero no quería dejarla y que volviera a caer en una crisis como la que la envió al hospital.

Sentía pasos que se acercaban a su cama, pero no veía a nadie. Definitivamente sus piernas no la sostendrían y no podría escapar. Más cerca ahora, sintió el ruido del agua al caer en el vaso y vio la mano que le extendía las pastillas. Obediente, las tragó todas. Se arropó y cerró los ojos, ahora podría dormir tranquila. Su hermano había llegado justo a tiempo; él se las arreglaría en la mañana.

jueves, noviembre 01, 2012

Mentiras

¡Te quiero!, dice tu boca y tus ojos te desmienten. No creo en ti desde hace mucho tiempo. ¡Y yo te quiero más!, te digo.  Da igual, también te estoy mintiendo.

jueves, octubre 25, 2012

Chocolate caliente

Hola, papá, siéntate. Te esperaba porque mami me advirtió que volverías. Ella está acostada ya, ha estado llorando mucho, y se quejó de un fuerte dolor de cabeza. Es natural, supongo. Yo iba a prepararme un chocolate caliente, sé que no te apetece, pero a mi me ayuda a dormir. Mami dice que es como el café, igualito, que tiene algo que le quita el sueño, pero a mi no, al contrario, me relaja. A lo mejor es que estoy sugestionada, pero para mi es igual que un tranquilizante.

Me gustaría que te fueras antes de que mami despierte. Sé que no querrá verte; ya le dijo a los vecinos que te habías ido pero que estábamos tranquilas. Y es cierto, papá. A ella el llanto se le va a ir quitando y yo, mientras tenga chocolate, no hay problema. Si decides quedarte, por favor, durante el día, mantente en mi habitación para que ella no te vea. La pondrá más intranquila el verte, una cosa es imaginar que regresarás, otra es que lo hayas hecho.

Sé que piensas que el castigo fue excesivo, pero mamá no podía perdonarte el daño que me hiciste, y menos con el temor a que se lo hicieras también a mis hermanitas, tan chiquitas las dos. Aunque mami piensa que regresaras a fastidiarnos como desquite, yo creo que tu espíritu puede redimirse y encontrar el perdón; yo por mi parte, ya te perdoné.

Estoy segura que en cuanto podamos enterrarte, te marcharás. Pero papá, habrá que esperar varios días más. No queremos que algún fisgón nos descubra.

Escribiendo

Últimamente me preocupa mucho la dificultad que estoy teniendo para escribir. Para los que nos ganamos la vida garrapateando nuestras ideas en algún papel esta sequía significa la muerte. Yo, que acostumbraba sentarme ante mi computadora y completar mi columna en cuestión de horas, ahora me veo días intentando reflejar en manuscrito algo creativo. Algo que después pueda transcribir y someter al diario. Cuando llega el momento de someterla, escribo cualquier cosa y la envío. Cruzo los dedos para que no le pongan peros y la publiquen. Supongo que me he hecho de algún nombre y me respetan, por eso, hasta ahora, no había tenido problemas.

La sequía es tan grande que ya ni siquiera escribo ideas en papel alguno, a la hora cero me siento ante la computadora, escribo cualquier cosa y la someto. Desde que llegué esta mañana, estoy mirando infructuosamente la computadora, mientras mi cabeza no deja de pensar en la nota que me dejó redacción pidiendo que los llame. Sé que es el fin. Ahora van a empezar las presiones y acabaré humillado, teniendo que renunciar.

 Me dedicaré, me digo, a terminar la novela que comencé hace años. Novela que abandoné cuando me dieron el contrato en el diario. Me pareció que era la liberación, ya no tenía que escribir una segunda novela que siguiera a la promesa de la primera. Sé que tenía solo una novela adentro, ¿no es eso lo que dicen? “Todos tenemos una novela que escribir”. Y la mía la había escrito con donaire y soltura y los críticos la encontraron maravillosa. De ahí me vino el contrato en el diario, y la libertad de no tener que sentarme a escribir mi segunda novela, sin siquiera tener un tema decente.

Ahora, sin columna que escribir, sin ideas para darle forma, me retiraré diciendo que vuelvo a mi primer amor, la escritura. Que retomaré la novela. Mientras, se me ocurre que aquí entre toda esta palabrería hay una nueva columna. Lo sé, lo siento y ya mis dedos comenzaron a escribir describiendo la necesidad de un autor de elegir entre escribir una novela, o de comer, escribiendo una columna.

jueves, octubre 11, 2012

Mis víboras

Aprieto tu cuello, ese cuello blanco y largo que me gusta besar y mordisquear cuando hacemos el amor. Te llevo hasta la cama, besando tus labios, sabiéndote mía, aunque no haya mediado ni una sola palabra. Por primera vez en semanas me siento dichoso y río y mi risa retumba contra las paredes de la habitación, entra por mis oídos y reverbera en mi cerebro. Al escuchar el eco de mi risa sé que ha vuelto la normalidad a la casa porque contigo ha regresado la alegría. Es tanta esa alegría que lloro y las lágrimas corren por mi rostro y cada átomo de mi cuerpo que estaba muerto, revive. Murieron al pensar que te habías ido para siempre y no volverías, pero me equivoqué. Debí saberlo porque nunca vas lejos, regresas, siempre regresas. Muy dentro de ti sabes que solo puedes ser feliz cuando estás conmigo.

Me acuesto y me abrazo a ti porque he visto asomar la cabeza a una de mis víboras y solo tú tienes el poder de hacer que desaparezcan. Te aprieto contra mi pecho haciendo más fuerte el abrazo y cierro los ojos para no verlas. Me mantendré en la cama contigo, muy quieto, estaremos quietos los dos, completamente quietos en la cama por el tiempo que sea necesario. No me importa el tiempo que tengamos que esperar porque estamos juntos y sé que no dejarás que me hagan daño las víboras. Será por mucho tiempo esta vez, lo sé porque han descubierto la maleta. La maleta que tenías abierta frente al armario cuando llegué y te apreté por el cuello hasta silenciar tus gemidos.

martes, octubre 09, 2012

Amor

¿Es que se acaba de amar alguna vez? Hay gente que se ha muerto ya y que yo siento que ama aún. Henri Barbuse

Había comenzado a caer una llovizna displicente y apuré el paso. Detrás venía mi abuelo rezongando. Yo había llorado a mares en el cementerio, pero él se había mantenido como una esfinge. Me volteé a mirarlo, y por primera vez desde que mamá enfermó lo vi encorvado, anciano.

Sé que le preocupaba nuestro futuro. Con la sequía, que se había extendido por meses, no había podido arar el terreno. Solo, menos aún podría. Mi padre se había marchado poco después de la recaída de mamá. No podía culparlo porque huyera, porque todos sabíamos que era el final. Ella no tenía fuerzas para luchar más y se había despedido de cada uno de nosotros antes de caer en un largo sueño de princesa del cual su príncipe no había podido despertarla.

–Es un cobarde –había dicho el abuelo cuando nos dimos cuenta que mi padre ya no volvería. Yo asentí más por no llevarle la contraria que otra cosa. Quizás sí lo fuera, pero yo lo había visto sufrir y luchar tanto que no podía culparlo. Perdió el trabajo por cuidarla, perdimos la casa por los gastos médicos que se acumularon hasta estrangularnos. Nos mudamos con el abuelo al campo como una última alternativa. Pero mi padre no sabía de vivir en el campo, y la persona que más quería se iba poco a poco.

El día que se fue, al llegar la noche, sola en mi cama, lloré muy quedito para que el abuelo no me oyera. Rogué que mami ya no despertara del sueño para que no supiera que su príncipe, el amor de su vida, se había ido. Pedí que mi padre volviera para demostrarle al abuelo que si nos había abandonado había sido doblegado por el dolor. Mi abuelo no volvió a mencionarlo y todos los días salía a intentar arar la tierra. Yo sabía que aunque pudiera hacerlo, la sequía era horrible y no habría siembra que pudiera mantenerse viva.

–Ni cactus se van a dar, abuelo –le dije en broma una noche. El asintió.

–Necesito hacer algo, cualquier cosa –me dijo–. Es mi única hija.

Yo pensé que era mi única madre, pero callé para que él no dijera que yo era una adolescente respondona.

La lluvia se iba haciendo más espesa pero ninguno de los dos corrimos. Esperé a mi abuelo y cogidos de manos regresamos a la casa. Él, finalmente, se había dado el permiso para llorar y lo hacía sin vergüenza, las lágrimas confundiéndose con la lluvia que ahora, fuerte, incesante, nos castigaba.

Cuando anocheció aún llovía y como si el cielo supiera de la aridez del terreno y quisiera compensarnos por los meses pasados llovió durante días. Cuando cesó la lluvia mi abuelo pudo arar la tierra y sembrar la semilla; había terminado la temporada de sequía. Entonces me convencí de que, como me había prometido, mi madre nos cuidaba.

lunes, octubre 08, 2012

Mi gata Aurora

Aurora se me ha enredado en los pies como si fuera una segunda piel. Peluda, es tibia y suave como un bebé recién bañado. Después de cinco años juntas, me da miedo perderla. Toleró ser esterilizada porque yo no quería que viniera un gato callejero a preñarla. Se acostumbró a que la siente sobre mis rodillas y me entretenga peinándola. Le encanta lucir su profusa cola, maullando, dejando saber a todos los que me visitan que ella también vive en la casa.

Es pulcra, y le gusta acicalarse. No hace nada fuera de sitio e incluso se ha acostumbrado a rasparse las uñas en el juguete que le compré para ello. La mayor parte de los gatos los detestan prefiriendo arañar los muebles del suicida que los mantiene en casa.

Aurora duerme silenciosa a mis pies y solo se levanta si escucha algún ruido extraño. Desde que está conmigo me siento más segura y no me da miedo dejar la puerta de la habitación entreabierta para que pueda entrar y salir a sus anchas. Es el mejor reloj despertador que he tenido. A las seis en punto siento su patita en mi frente. Los sábados y domingos basta con que le diga “ahora no, Aurora”, y me entiende y vuelve a echarse a mis pies, o silenciosa se escapa por la apertura que le dejo en la puerta.

Por meses, Pedro y yo habíamos hablado de la posibilidad de mudarnos juntos, a mi apartamento, que es el más grande. Al fin hemos decidido hacer la prueba. Su primera instrucción es que no quiere a Aurora durmiendo en la cama, ni a sus pies ni a los míos. Si algunos pies se harán compañía serán los nuestros. Aurora tampoco dormirá en la habitación, no la necesitamos: él ha traído su despertador.

Me ha dolido poner a Aurora afuera y cerrar la puerta de la habitación. Pedro y yo hemos hecho el amor, pero si he de decir la verdad, he estado pendiente más a los maullidos de Aurora, que a Pedro, que, por cierto, ni cuenta se dio de mi distracción. Apenas terminamos, enredó sus callosos pies en los míos, me dio las buenas noches y se quedó dormido. Salgo al pasillo y encuentro a Aurora lastimosamente rasgando con sus uñas mi sofá.

Es domingo y el despertador de Pedro suena y es que se levanta a las cinco para ir a correr tres millas. Lo hace a diario. “Ahora no, Pedro”, le digo semidormida cuando me hace arrumacos, pero insiste: quiere que me levante y lo acompañe. Según él eso de correr casi de madrugada es bueno para la salud. Le abro la puerta, pongo el candado que solo abre por dentro y me traigo a Aurora a dormir a la cama conmigo. Aurora se me enreda a los pies como una segunda piel, y es suave y tibia…

sábado, octubre 06, 2012

Gregorio Santos y yo

Ayer, mientras hacía mi turno en la tiendita, se me acercó una cliente a hablarme. Lo primero que me preguntó fue si me ponía botox en la cara. A mí, que trato de esconderme tras una mirada vacía y haciéndome la distraída, me rompió el corazón su pregunta. Hace tiempo no me pongo botox. He intentado manejar la parálisis facial: “nadie se da cuenta”. me digo. No hay nada como que le señalen a uno los defectos para sentirse el más infeliz de los gusanos.

Después que se fue me quedé triste. Me puse a hacer una tarea tonta que no requería que compartiera con persona alguna. La tristeza se extendió hasta la noche. Ya en casa, sola, mirando sin ver la televisión, pensé en el cuento de Gregorio Santos que había sometido en la última reunión del taller de cuentos avanzados. Gregorio Santos, personaje que no podía creer en un Dios tan despiadado como el que conocía. El profesor me pidió que aclarara que ese pensamiento era del personaje y no del narrador.

Quizás debí decirle que no importaba, que el personaje y yo pensamos lo mismo…

sábado, septiembre 29, 2012

Somos dos

Salimos temprano en la mañana, cogidas de la mano. Nos hemos ido acostumbrando a nuestra soledad compartida. Es como si viviéramos en un mundo compuesto de dos, invisibles al resto de las personas. No nos importa, mientras caminemos juntas una afirma la existencia de la otra.  Somos y no dejaremos de serlo. Hemos aprendido que en nadie podemos confiar, que la vida es dura, y que, cuando se pone difícil, solo está la otra para consolarla.  Somos dos aunque el reflejo sea el de una sola, porque ella es lo mejor de mí, la que decide salir adelante cuando yo me caigo.  Si ella no existiera, hace tiempo yo habría dejado de ser.

viernes, septiembre 21, 2012

Un problema apremiante

Recibí un correo electrónico que me inquieta y no sé si contestarlo o no. No es un problema de vida o muerte, pero quiero actuar apropiadamente. La persona que lo envía se lo merece. Llamo a una amiga para contarle y pedirle opinión. Antes de que pueda explicarle la situación, me interrumpe. Tiene una situación apremiante, me dice. No sabe qué hacer. Me dispongo a escucharla como siempre hago.

Mi amiga tiene un ratón muerto en el patio de su casa. Le tiene asco y miedo y aunque ha intentado recogerlo para botarlo a la basura, no ha podido. Ha llamado a un vecino y lo está esperando pero mientras no salga del ratón no tendrá paz, me dice. Para colmo la basura no la recogen hasta tres días después y para entonces los vecinos, por la peste, sabrán que hay un ratón muerto en su contenedor de basura.

Trato de calmarla, la llama el vecino y me cuelga. Aún tengo que resolver lo del correo electrónico: puedo llamar a otro amiga. Levanto el auricular y voy a marcar, me detiene el que sé que la otra tendrá un problema más apremiante que el mío.

domingo, septiembre 16, 2012

Tu regreso


En las últimas semanas he pensado mucho en nuestro último encuentro. No en el día que me dijiste que me querías, sino en el que me dijiste que preferías mantener nuestra relación como una de amistad solamente.  No lloré entonces, no lloro ahora.  Lo único que me pregunto al recordarlo es qué te dio derecho a lastimarme dos veces. Tuve yo la culpa porque, cuando regresaste, contra mi mejor juicio, te abrí la puerta.

Danzas

Extrañas figuras danzan en mis sueños. Siempre son cuerpos sin rostros, pero sé que son los de aquellos que se han ido quedando atrás en mi sendero de vida. A algunos los he abandonado yo, otros, los más, han tomado voluntariamente alguna bifurcación que los ha alejado de mí.

Nunca traté de retenerlos, nunca les reproché el dejarme. Cada cual es dueño y señor de sus decisiones, y no tengo el derecho a cuestionarlas. He preferido vivir mi vida sin odios ni rencores.

Lo que nunca he podido evitar es recordar a algunos con nostalgia, porque quizás aunque ellos nunca lo supieron, fueron terriblemente importantes y dejaron un espacio vacío, un hueco que nadie mas pudo llenar.

En ocasiones, cuando alguien pronuncia el nombre de algunos de ellos, lamento el vacío, y el saber que no puedo volver atrás a buscarles. Sería exponerme a ser herida otra vez. Entonces cierro los ojos y trato de enviarles mis buenos deseos y mis bendiciones.

Hoy danzas en la negrura de mis ojos cerrados.

lunes, septiembre 10, 2012

Tristeza


Amanecí triste hoy, con esa tristeza de origen indeterminado que siento en ocasiones.  Es que necesito hablar con alguien, me digo, buscando una razón donde sé no hay nada que realmente la justifique.  No quiero ser, no quiero estar…  La tristeza y yo, hoy somos una.

miércoles, septiembre 05, 2012

Bonito

—Tú escribes bien bonito —me dice.

Y yo quisiera creerle. Pero no puedo hacerlo. “No sirve”, me grita mi crítico interno, y es a él a quien yo creo. Su “no sirve” me persigue en estos últimos meses y no permite que escriba nada que no borre o deseche después.

Lo que desecho va a este archivo denominado “Incompleto” que rebosa de cuentos sin finales, memorias inconclusas, pensamientos e ideas que perdieron sentido…

Definitivamente no, no escribo bonito. Igual, persisto. Quizás un día de estos escriba algo que encuentre bonito.

lunes, agosto 20, 2012

El alma


Tengo la costumbre de desnudar mi alma cuando escribo.  (Alma es un cliché, diría mi profesor). Me cuelgo el corazón en la manga de la camisa para que todos lo vean. No sé si es que no se dan cuenta, pero todos pasan de largo y nadie se conmueve.  Quizás sea preferible que esconda el cliché del alma, y descuelgue el corazón encerrándolo donde nadie lo vea.  Entonces haré lo que los demás hacen: fingir que todo está bien.

viernes, agosto 10, 2012

El tiempo de las bicicletas

Era el tiempo de las bicicletas.  Todos los chicos del barrio parecían tener una, regalo de los Reyes Magos. Todos, menos yo.  Los Reyes no habían alcanzado a pasar por mi casa, o, para cuando lo hicieron, se les habían acabado las bicicletas.  El caso era que próximo a empezar las clases no tenía yo una bicicleta en que ir a la escuela.  Me roía la envidia.  Envidia de la mala.  Todos los días esperaba que alguno de mis amigos se cayera de su bicicleta y esta se hiciera pedazos bajo las ruedas de un auto.

Interrogué a mi padre, pensando que ya que los Reyes no lo habían hecho, él pudiera conseguirme la bicicleta.  Se me quedó mirando con los ojos tristes, “ay m’ijo cuánto me gustaría complacerlo, pero no tengo el dinero.  Ujté sabe que lo que gano apenas nos da pa’la comi’a”. Y yo me quedé plantado con los puños apretados, furioso con mi padre, pensando que estaba dispuesto a dejar de comer con tal de tener una bicicleta.

Pasó el tiempo de las bicicletas, al final del cual yo tenía una que mi padre había encontrado rota y me reparó.  No era tan veloz como las de mis amigos, el sillín era muy viejo, y mis compañeros le hacían ronda para burlarse.  Me juré que nunca perdonaría a los Reyes.  Y tampoco a mi padre que solo me había conseguido esta bicicleta vieja.

Han pasado los años y tengo mis propios hijos.  Cuando me piden juguetes o ropa de moda que no puedo costear, siento ira y vergüenza, y me doy cuenta del valor de mi padre al confesar que lo que teníamos apenas nos daba para comer.  Ahora, solo deseo poder llenar sus zapatos.

lunes, julio 02, 2012

Silencios y soledad

Me veo pequeña en un mundo sin hadas, aquél que era el mío cuando yo era niña, el mundo en el que viví hasta que la vida vino a despertarme. Ya no hay para mi Mundo del Ensueño, solo la realidad de que envejeceré y moriré sola. La palabra sola es la que más me preocupa. Nunca me había sentido tan sola como ahora, tan necesitada de cariño y compañía.

Las lágrimas que no lloré cuando mami murió las estoy llorando ahora. En aquél momento su muerte fue liberadora. Ahora es que siento la tristeza de lo definitivo de su partida. Perdido el entusiasmo por la vida, reviví los últimos años suyos en casi dos años de los míos. Aún vivo a medio estar, como si mi cuerpo no estuviera habitado, como si mi cerebro solo funcionara a media capacidad.

Me espanta el no poder volver a ser como era. Haber perdido la imaginación y la alegría de vivir. El no tener aspiraciones que me den razón de existir, ni el poder plasmar en palabras los cuentos, la fantasía, ni los acontecimientos de la vida diaria que se transformaban en relatos irónicos. Empequeñecí mi mundo tanto que me quedé encerrada entre paredes de piedra. Donde solo resuena el eco de mis propias palabras, y nunca se escucha el ruido del teclado…

domingo, junio 10, 2012

Mis memorias


El abanico de techo da vueltas y aunque su sonido, en ocasiones, es suficiente para adormecerme, esta noche no.  Es demasiado el calor.  Cuando no puedo dormir como ahora, paso la noche recordándolos.

Son muchos los hombres que han desfilado por mi vida y tener que aceptar que ninguno valía la pena es mi castigo.  Me regalé tantas veces a hombres que no me merecían.  En ocasiones, me sentí enamorada o al menos ilusionada, pero al final, todos resultaban iguales, así que aprendí a deshacerme de ellos.  Al principio me causaba dolor y miedo, mucho miedo, pero poco a poco se ha ido convirtiendo en una necesidad.  Ya ni siquiera les doy tiempo para demostrarme si valen la pena. Trato de causarles el menor sufrimiento posible cuando, después de disfrutarlos, los saco de mi vida. 

Siempre queda el miedo a cometer algún error que me delate, pero es un miedo excitante. En algún momento cometeré un desliz que les dará una pista, pero hasta entonces gozaré viendo la sangre que les fluye del cuerpo mientras me miran con ojos fijos y azorados.

Esta noche podría utilizar el insomnio como excusa para buscar otra víctima, pero es tanto el calor que prefiero escuchar el abanico y pasar como en cinta celuloide mis memorias.

domingo, junio 03, 2012

La suma


Después de cuatro años sin comunicarse, me llama.  Quiero verte, me dice. Hace un año que está de vuelta.  Y yo me pregunto si es que me recordó ahora, si es que rompió otra relación y se siente solo, o necesita de alguien que no pregunte nada, que no exija nada, que no necesite nada.  Y como la suma de nada es nada, le doy las gracias por nada,  y cuelgo.

miércoles, mayo 23, 2012

Conversaciones con el psiquiatra


—He estado pensando mucho en las razones de mi depresión —le digo.  Creo que tiene que ver con la angustia de estar envejeciendo y las cosas que se pierden. 

—Todos tenemos que planificar para envejecer, para muchos puede ser la época más feliz y productiva de sus vidas, a pesar de las pérdidas —me dice él.

 —No es que no planificara —insisto—. Es que lo único que le pedía a Dios que me dejara, fue lo primero que me quitó.  Mi sonrisa.

Y me mira sin entender y trata de explicarme que si me imagino sonriendo, lo estoy, aunque los demás no vean lo mismo.

Entonces le relato el último cuento que he leído: un niño entra de la calle y a preguntas de la madre de qué hacía afuera le explica que salió a tratar de encontrar al monstruo que lo mira por la ventana.  La madre lo manda a acostar, y luego, en tono de reproche, le dice al marido, “te dije que no era suficiente con tapar los espejos”, y comienza a tapar con sábanas todas las ventanas.

lunes, mayo 14, 2012

Veinticuatro horas


Está cansada de inventar excusas. TOMA CONTROL DE TU VIDA, leía el cartelón que vio anoche de regreso a su casa.  Y hace meses, más de un año, que lo está intentando. Cada vez que tiene que hacer algo que la saca de la rutina siente la ansiedad de los malos días.  Entonces, muy bajito, se repite, veinticuatro horas, son solo veinticuatro horas.  Cada día le parecen más largas las malditas veinticuatro horas…

jueves, mayo 10, 2012

El milagro


De que existen los milagros puedo dar fe, yo estaba presente.  Me habría ido de vuelta temprano, pero mi mujer quería quedarse a ver qué tal se la pasaba (curiosa, como toda mujer). “Si quieres vuélvete tú, que yo me quedo”.  Acabé por quedarme, y juro que no me arrepiento porque si ella me lo cuenta, no se lo creo.

Habíamos pasado un día pesado, caluroso en extremo.  El agua que llevaba en el cántaro se había terminado y estábamos muertos de sed y llenos de arena. Arena de granos pequeñitos.  De esa que se mete hasta en el pelo, que se pega y pica con el sudor del día.

Esther tenía los pies hinchados y yo deseoso de que se diera por vencida para anotarme el triunfo del “yo te lo dije, mujer, qué rayos podías esperar de este millar de muertos de hambre siguiendo a un pordiosero más”.  Fue entonces que él se detuvo y con su vara nos hizo seña de que nos sentáramos.  Yo le hice sitio a Esther lo mujer que pude, velando porque nadie me la mirara mucho. Ella es de buen ver y entre tanta piltrafa humana éramos de lo mejorcito. Al menos no nos quejábamos de nada.  De vez en cuando una brisa refrescante nos llegaba pero traía con ella, entre otros innombrables, el olor a sudor.  Plena bofetada nauseabunda en la cara.

Entonces comenzó el discurso. Igual que un César cualquiera. Mi estómago que no es nada silencioso cuando está vacío había comenzado a hacer unos ruidos de espanto.  “Ahora, aquí se forma”, pensé.  Pero el hombre habla que te habla, y todos le escuchaban con la boca abierta sin prestar atención al ruido que  brotaba de mi estómago.  Esther no dejaba de regañarme con la mirada, como si eso me quitara el hambre. 

Fue entonces que ocurrió.  Luego de un total silencio, empezó un rumor que brotó de las filas de enfrente y se fue extendiendo inexplicablemente hacia nosotros. Para cuando llegó la canasta a donde estábamos su olor la había precedido.  Hacía años que no comía pan tan fresco como aquel, y el pescado, delicioso, aún caliente.  Esther y yo comimos hasta hartarnos.

Desde entonces cada vez que alguien me dice que ha visto al pordiosero, se me abre el apetito y pregunto si repitió el milagro de los panes y los peces.

martes, mayo 01, 2012

Angelina y la lujuria


Angelina había tenido serias dudas al alquilar el apartamento.  Al principio, mientras subía las escaleras, le parecía quedar completamente desnuda.  Y es que en el bar de los bajos se reunían toda clase de hombres y tan pronto se dieron cuenta que una joven había alquilado el apartamento, estaban pendientes de su llegada.  La seguían con la vista cuando subía los peldaños de la escalera.  Lo hacía a toda prisa para darles menos tiempo de desnudarla. Cuando al fin cerraba la puerta y echaba la llave, se sentía segura pero sucia, así que procedía a darse un baño bien caliente que le quitara de encima las miradas, que pegajosas, se le quedaban alojadas en la piel.

Había miradas jóvenes y viejas, miradas de curiosidad, de admiración y de lujuria. Descubrió muy a su pesar que las miradas de lujuria eran usualmente viejas.  Miradas de ojos cansados en los que despertaba recuerdos de proezas lascivas adornadas por el tiempo.  Esas las raspaba con una esponja porque eran las que más asco le daban, y las que más hondo se incrustaban.   Las de curiosidad eran miradas jóvenes, de ojos que apenas despiertan a la malicia del sexo.  Ellas como las de admiración, le causaban la  satisfacción de sentirse atractiva.

Estaba en las de bañarse con agua muy caliente, raspando las miradas de lujuria, cuando descubrió una especial que la confundió.  Era una mirada de admiración con rasgos lujuriosos. Una mirada inescrutable, en la que no podía descifrar la edad de los ojos que la habían marcado.  Marca  que no se borraba, como si hubiera sido grabada en la piel con hierro hirviendo.  Sello de propiedad.

Desde ese día, Angelina sube las escaleras con lentitud, marcando los escalones con las caderas, confiando en que la lujuria pueda más que la admiración, y el hombre la siga hasta el apartamento.

sábado, abril 28, 2012

Mariposa azul


Un centenar de mariposas azules delineó su figura en el lienzo que formaban las montañas y el cielo.  Por un momento sintió miedo y pensó en espantarlas, pero se dio cuenta que solo revoloteaban a su alrededor sin hacer daño. A medida que caminaba saliendo del pequeño lago, la seguían, haciéndola sentir una de las elegidas. Contempló la caída de agua que alimentaba el lago y el brillo plateado de los rayos del sol sobre el líquido. Supo que, aunque volviera miles de veces, ninguna sería igual a aquella, en que se  había sentido una mariposa azul feliz. Había sido una señal especial.

De regreso a la casa la acompañó la alegría de los minutos en que fue mariposa feliz.  Hasta ahora era la tristeza la que siempre se le presentaba en forma de mariposa azul.  Por primera vez en mucho tiempo, se sentía enamorada de la vida, una con la naturaleza. 

Luego de un baño con agua caliente disfrutó de una sencilla cena de frutas y una copa de vino. Cubierta con una remera oscura y mahones, se atrevió a bajar las escaleras para enfrentar la noche y su soledad.  Intentaba silbar una melodía que acallara el incesante ladrar de los perros, el cantar del coquí y de los grillos y el alarido angustioso que como tantas otras noches, amenazaba con atenazarle la  garganta.  Volvía a ser mariposa azul descolorida por el tiempo, pendiendo de una lámpara, esperando el día y una ventana abierta para escapar de la locura.

Regresó con pasos rápidos a la casa, y luego de asegurarse que todas las puertas estaban cerradas, se refugió en el lecho.  En vano intentaba dormir.  Corrientes eléctricas castigaban su cerebro y el miedo a que “ella”  volviera se apoderó de la mujer.  “Ella” no tenía forma, ni rostro, era solo eso, “ella”, la que la privaba de hacer una vida normal,  la que la desvelaba, la que la enviaba al hospital.  Solo tenía que sobrevivir la noche, se dijo, la mañana vendría, se sentiría mejor en la mañana, siempre se sentía mejor en las mañanas. El tiempo, inexorable la liberaría.

Se concentró en recrear la felicidad que había sentido siendo mariposa azul libre, viendo las otras mariposas danzando a su alrededor, los rayos del sol sobre el agua, las frutas, el vino… Cuando “ella” finalmente logró arroparla, le sonrió.

Mami


A veces, despierto con el pensamiento de que tengo que contarte lo que soñé, o me ocurre algo que quiero compartir contigo.  Entonces vuelvo a la realidad, y sé que estás muerta.  Que ya no estás para compartir contigo mis secretos e ilusiones.  Sé que estabas cansada, que la muerte, para ti, fue la liberación de tantos años atada a una cama y a la voluntad de otros.  Pero eso no es consuelo.  Me haces falta… 

martes, abril 24, 2012

La muerte

Se entrenaban para estar muertos quedándose quietecitos.  Yo practicaba en las noches, antes de quedarme dormido.  Después de todo, yo tenía la culpa.  Era quien les había dicho lo que había oído a la Paula decirle a mi madre cuando lloraba desesperadamente la muerte del abuelo.  "Cójalo con calma, todos tenemos la muerte detrás de la oreja.”

jueves, abril 19, 2012

Esperanza

Esperanza se miró las largas piernas en el espejo.  Se había cambiado de ropa en el baño de la oficina para poder llegar corriendo hasta su casa cruzando el parque. Acostumbraba hacerlo en el gimnasio, pero hoy no tenía ganas de ir a hacer una rutina de pesas.  Quería descargar corriendo la ansiedad que la tenía en vilo desde hacía varios días.  Desde que Alberto había salido en viaje de negocios y ella había soñado con una cucaracha enredada en su pelo.

Siempre que soñaba con cucarachas algo malo ocurría.  Podía tardar unos días, hasta una semana, pero algo ocurría. Desde que Alberto le habló del viaje tuvo sus sospechas.  Nunca viajaba en verano así que cuando se lo anunció, los celos malditos que en esta relación parecían dormidos, levantaron su cabeza de serpiente. La noche que lo llevó al aeropuerto soñó con la cucaracha en su cabello.

Se concentró en sus piernas y una sonrisa suavizó la crispación de los labios.  De adolescente, sus piernas largas habían sido un fastidio. Caminaba desgarbada, toda piernas, y fueron muchas las bromas que tuvo que soportar relacionadas con ellas. A medida que maduró aprendió que aquellas que había detestado eran realmente su mejor arma.  Eran piernas para lucir en pasarela; piernas para exhibir en la playa y Alberto no se cansaba de decirle que eran piernas para hacer el amor.

Más tranquila, salió a correr por el parque que de noche se llenaba de corredores, pero a esta hora, hora de la cena, estaba casi desierto. Le encantaba sentir el viento en su cabello. Intentó concentrarse en la melodía de la brisa porque impertinente la cucaracha insistía en ocupar su cerebro: Alberto no había llamado lo noche anterior.

Aceleró la velocidad para solo pensar en lo largo de los pasos que podía marcar con sus piernas. Oír únicamente el rítmico chasquido de su tenis al dar en el suelo y romper las ramas. No vio el tronco de árbol, pero escuchó el crujir de los huesos.  Antes de perder la conciencia por el dolor, le dio tiempo de ver a unas hormigas que cargaban el cadáver de una cucaracha de color pardo.

miércoles, abril 04, 2012

La señal

Mi hermano mayor quería ser piloto de avión. Lorenzo viajó por primera vez en avión en un corto viaje de negocios de papá y llegó entusiasmadísimo. Él fue porque ya era mayorcito, según papi dijo, y podía cuidarse solo. Con apenas seis años, me moría de la envidia porque mi hermano había visto un cielo más grande que el pedacito que nos cobijaba.

Después de su viaje, le dio con coleccionar aviones de todos tamaños y colores y papá se los traía de sus viajes, mientras a mi me seguía trayendo muñecas. Yo quería mi propio avión. Uno que volara como el último que le había traído papá a Lorenzo, el que se manejaba por control remoto. Me moría de ganas de viajar en avión y ver otros pedazos de cielo. Un avión, aunque fuera de juguete, era la señal de que pronto podría hacerlo.

Esa tarde habíamos salido con mi abuelo que estaba de visita, para que Lorenzo pudiera demostrarle lo experto que era manejando su nuevo juguete. Yo fui de pura tirria deseando que el avión por una vez desobedeciera a Lorenzo y siguiera su vuelo.

El avión se elevó con dificultad porque el viento era fuerte esa tarde. Luego de que alcanzara altitud, mi hermano comenzó con sus payasadas obligándolo a hacer piruetas. No había acabado de advertirle mi abuelo que tuviera cuidado, cuando vimos con horror como el avión era arrastrado por unas fuertes ráfagas e iba a estrellarse contra una roca, haciéndose trizas.

Sentí el bochorno y la vergüenza de mi envidia y me habría sentido culpable para siempre si no hubiera sido porque vi algo moverse a mis pies. Me agaché a recogerlo. Era una de las hélices del avión que aún movía sus brazos azules y rojos, arrastrando su cuerpo mecánico, una sencilla placa de metal, en círculos concéntricos. Parecía un gusano metálico. Recogí la pieza y la escondí en mi bolsillo. El avión me hacía llegar la señal que esperaba para estar segura de que un día vería otros pedazos de cielo.

viernes, marzo 30, 2012

El colector de antiguallas

Todos los niños del vecindario nos habíamos acostumbrado a ver a Domingo buscando en las basuras de nuestras casas. Si bien al principio lo habíamos hecho punto de nuestras burlas, el día que encontró un antiguo sable en la basura de los nuevos vecinos, nos convencimos de que, efectivamente, había muchas cosas valiosas entre aquellas descartadas por los demás.

Cuando iba a otros vecindarios más pudientes, Domingo encontraba cosas hermosas. Entonces, además de sus antiguallas, recogía libros, y también juguetes que arreglaba y nos regalaba. Así fue que Vicente se hizo de su primera bicicleta, y mi hermano de una colección de pequeños autos de carrera, prácticamente nueva.

En varias ocasiones y a escondidas de mis padres (cosa que Domingo desconocía), lo acompañé en sus excursiones a otros vecindarios. Me divertía hacerlo porque siempre encontrábamos cosas interesantes y porque mientras buscábamos, me hacía las fascinantes historias de los objetos que había encontrado, todas ellas aventuras dignas de superhéroes.

Ese día habíamos salido aún oscuro y la búsqueda había resultado frustrante. De pronto encontré una extraña pieza de madera. Era una esfera con la base integrada. La madera estaba rayada y sin brillo. Aunque a mis ojos no tenía utilidad alguna, se la llevé a Domingo. Él la miró fascinado. Cuando le pregunté para qué servía, me contestó que, a veces, las cosas son valiosas por su hermosura, otras por las memorias que evocan. Yo no lo entendí bien, pero me sentí orgulloso cuando, restaurada a su original belleza, me la regaló. Llénala de recuerdos, me dijo.

 A pesar de los años transcurridos, conservo la figura sobre mi escritorio. La miro con frecuencia porque me recuerda mi niñez y las divertidas excursiones con Domingo buscando antiguallas, las fascinantes historias que él me hacía, y cómo el verdadero valor de las cosas está en la memoria del que las mira.

lunes, marzo 19, 2012

Papá y el perdón


Aquella tarde, papá regresó a la tumba entristecido porque ninguno de nosotros quiso acompañarle. Él pudo perdonar.  Nosotros aun clamamos por venganza.

sábado, marzo 17, 2012

Hoy


—Mamá-abuela —le dice mi prometido a la anciana sentada en el sofá — esta es mi novia. Ella me mira con ojos empequeñecidos por los años.
—Siéntate aquí—me dice, señalando el sofá en que está sentada. Y me coloco a su lado.
Es una ancianita frágil, la piel arrugada por el sol, la edad indeterminable. El pelo, más canas que hebras negras, recogido en un moño a la nuca. Vestida de medio luto. Una mujer de campo.
—Tengo ochenta y cuatro años —me dice de pronto.
Mi novio, que la oye, me aclara —Tiene noventa años ya.
—Ochenta y cuatro —insiste ella.
Y de veras no sé porqué la anciana piensa que esos seis años hacen diferencia.


jueves, marzo 01, 2012

El mundo de Ensueño

Llevo varias noches soñando con un hombre diminuto. Es tan pequeño que cabe en mi mano. Perfectamente proporcionado tiene los ojos azules, brillantes como pequeñas canicas nuevas y el cabello castaño claro. Va vestido de vaquero con mahones, camisa de cuadros en que predomina el rojo y lleva sombrero y botas. Es un personaje, o persona, no estoy segura de cómo llamarlo, completamente diferente al francés que venía del otro lado del sauce.

El francés era pequeño, pero parecería gigante al lado de este vaquero diminuto. Me llevaba a pasear por el mundo para que le contara de él a mi madre, ya tan próxima a la muerte. Quería que ella supiera que no me iba a quedar sola. Una vez ella se marchó, se hicieron menos frecuentes sus visitas e imagino que un día decidió quedarse del otro lado del sauce, visto que yo estaba tan envuelta en mis propios problemas y en las complicaciones de mi vida, que no hice el intento de reencontrarlo. Quizás si lo hubiera hecho aún estaríamos juntos viajando en el espacio casi infinito de la imaginación y mis días no se habrían vuelto tan tristes.

Pero volviendo al hombrecito que ocupa mis sueños ahora, no puedo descifrar lo que representa. Viene siempre contento, y me vuelvo diminuta como él y escapamos por alguna hendija y me lleva a un mundo subterráneo, que contrario a lo que esperaría, está lleno de luz.

La otra noche, en pleno sueño, y antes de que me convirtiera en diminuta también, logré atraparlo en mi mano. Su carita se entristeció.

¿Por qué intentas atraparme? –me dijo.

–Quiero que me digas quién eres, y a qué vienes.

–Eso no es importante –me dijo– soy solo un amigo que te lleva a su mundo para que salgas del tuyo que te carga tanto. Sabes que no perteneces en él, pero una vez encarnada en la tierra no puedes escoger cuándo marcharte al mundo del Ensueño. Acepta la amistad que te brindo, las aventuras que tanto disfrutas cuando viajamos juntos, porque ellas harán más fácil tu estadía en este planeta hasta el momento en que puedas volver a volar.

Me quedé tranquila, había contestado mi pregunta. Una vez sabes que perteneces a ese otro mundo, de alguna manera, a través de un francés, un diminuto vaquero, o un hada, siempre estarás conectada a él.

domingo, febrero 26, 2012

La lengua

Hace varios días que se mudó a la casa vecina, la que había estado desocupada por meses, una lengua. Había hecho varias novenas pidiendo que nadie la alquilara porque los últimos vecinos fueron un verdadero problema. Tenían diversos animalitos domésticos que lograron hacer de mi jardín un verdadero estercolero. En los pocos días que lleva en el vecindario, la lengua se ha enterado de tantos chismes y cuentos, los que se deleita en relatarme todos los días, que nuevamente ha convertido mi jardín en un vertedero.

viernes, febrero 24, 2012

Terminó la sequía


Había comenzado a caer una llovizna displicente y apuré el paso. Detrás venía mi abuelo rezongando. Yo había llorado a mares en el cementerio, pero él se había mantenido como una esfinge. Me volteé a mirarlo, y por primera vez desde que mamá enfermó lo vi encorvado, anciano.
Sé que le preocupaba nuestro futuro. Con la sequía, que se había extendido por meses, no había podido arar el terreno. Solo, menos aún podría. Mi padre se había marchado poco después de la recaída de mamá. No podía culparlo porque huyera, porque todos sabíamos que era el final. Ella no tenía fuerzas para luchar más y se había despedido de cada uno de nosotros antes de caer en un largo sueño de princesa del cual su príncipe no había podido despertarla.
–Es un cobarde –había dicho el abuelo cuando nos dimos cuenta que mi padre ya no volvería. Yo asentí más por no llevarle la contraria que otra cosa. Quizás sí lo fuera, pero yo lo había visto sufrir y luchar tanto que no podía culparlo. Perdió el trabajo por cuidarla, perdimos la casa por los gastos médicos que se acumularon hasta estrangularnos. Nos mudamos con el abuelo al campo como una última alternativa. Pero mi padre no sabía de vivir en el campo, y la persona que más quería se iba poco a poco.
El día que se fue, al llegar la noche, sola en mi cama, lloré muy quedito para que el abuelo no me oyera. Rogué que mami ya no despertara del sueño para que no supiera que su príncipe, el amor de su vida, se había ido. Pedí que mi padre volviera para demostrarle al abuelo que si nos había abandonado había sido cegado por el dolor. Mi abuelo no volvió a mencionarlo y todos los días salía a intentar arar la tierra. Yo sabía que aunque pudiera hacerlo, la sequía era horrible y no habría siembra que pudiera mantenerse viva.
–Ni cactus se van a dar, abuelo ­–le dije en broma una noche. El asintió.
–Necesito hacer algo, cualquier cosa.–me dijo. –Es mi única hija.
Yo pensé que era mi única madre, pero callé para que él no dijera que yo era una adolescente respondona.
La lluvia se iba haciendo más espesa pero ninguno de los dos corrimos. Esperé a mi abuelo y cogidos de manos regresamos a la casa. Él, finalmente, se había dado el permiso para llorar y lo hacía sin vergüenza, las lágrimas confundiéndose con la lluvia que ahora, fuerte, incesante, nos castigaba.
Cuando anocheció aún llovía y como si el cielo supiera de la aridez del terreno y quisiera compensarnos por los meses pasados llovió durante días. Cuando cesó la lluvia mi abuelo pudo arar la tierra y sembrar la semilla; había terminado la temporada de sequía. Entonces me convencí de que, como me había prometido, mi madre nos cuidaba.

domingo, febrero 19, 2012

Un nombre exigente

Desde que cobró conciencia de su nombre, Abelardo decidió que no le gustaba. Sabía que había otros Abelardo, pero si a ellos no les importaba, a él sí. Era un nombre exigente, demasiada responsabilidad para él, que hubiera preferido ser Luis o Miguel o incluso Arturo, pero nunca Abelardo. Tan pronto pudo, lo cambió por otro más sencillo y al hacerlo cambió el libro de su vida, con un prestigioso destino, a un libro desechable.

domingo, febrero 05, 2012

Mi pierna izquierda

Llevo días con el fastidio de un hormigueo en mi pierna izquierda, al punto que ha logrado preocuparme. He hecho lo que siempre hago para los demás, me voy a Google y busco el síntoma para dar nombre a la condición. No me gustan los diagnósticos que me sugiere. Llamo a la oficina de la neuróloga a la que consulto desde hace varios años. Me ofrecen cita para fines de marzo pero consigo que la secretaria me ponga en lista de espera para la semana próxima. Cuando termino de hablar con ella estoy llorando desesperada, incontrolablemente. Cuquito, a mi lado, imita los sonidos de mi llanto. En otra ocasión me haría gracia, hoy solo alcanza a agravar mi amargura.

Veo mi pierna izquierda sin función alguna, arrastrándose, dejándome caer en cualquier esquina, haciendo imposible que use los zapatos de tacón alto que me he prometido que comenzaré a usar nuevamente. No tenía una idea hasta ahora de cuán importante es mi pierna izquierda. Definitivamente me resulta la parte más importante de mi cuerpo. Odio este cosquilleo maldito que se ha apoderado de mi pierna y que me hace caer en cuenta que llevo años peleando por una sonrisa perdida cuando lo que más importa de mi cuerpo es mi pierna izquierda.

Llamo por teléfono a mi hermana, llorando, y ella trata de tranquilizarme. No tiene la extraña condición mental de la que padezco: adelantarme a los acontecimientos pensando siempre en lo peor. No es cierto, me digo, somos hijas de los mismos padres. Lo que pasa es que ella, supersticiosa, no lo dice porque si lo dice lo decreta. Además, ella puede estar tranquila, no tiene hormigas en su pierna izquierda, ni siquiera las tiene en su pierna derecha. Sus intentos de consolarme con lógica son infructuosos. He pasado ya del nanosegundo en que la razón podía frenar el terror que siento. Cuelgo, segura de que nadie que no tenga cosquilleos en su pierna izquierda puede divisar el fondo del pozo de mi pánico.

Me espera un largo fin de semana y unos días adicionales para mi cita médica. Tengo que escribir, ironía de ironías, sobre el cuerpo, de forma original y creativa, y lo único en que puedo pensar es en la indiscutible, incuestionable, irrebatible hiper - indispensabilidad de mi pierna izquierda.

viernes, febrero 03, 2012

Libro de registro

Habiendo abierto el libro de registro, afinó el lápiz. Tuve miedo de que me preguntara mi nombre, lo que habría sido la cosa más natural del mundo si me iba a incluir en el libro. Pero es que me sentía tan mal que apenas podía pensar en cómo me llamaba.

De pronto se me ocurrió que lo lógico sería que estuviese incluida. Y si estaba incluida, ¿para qué tuvo que afinar el lápiz? Tenía dolor de cabeza, estaba mareada y confusa, pero aún así sabía que aquél hombrecito regordete solo podía querer el lápiz afilado para escribir algo en el registro.

–¿Necesita alguna información? –me atreví a preguntarle.

–No, hija, no –me dijo con dulzura inesperada. –Ya todo está escrito, excepto la fecha de hoy.

Procedió a anotarla, y abrió los portones para que pasara.

jueves, enero 26, 2012

Procrastinando

Despierta sobresaltada por el sonido del despertador. Nunca lo usa, pero la noche antes lo puso para poder levantarse más temprano. Quiere empezar a correr en las mañanas en un intento por perder esas libras de más que, obstinadas, se aferran a su cuerpo. Lo ha intentado todo, menos correr en las mañanas y le han dicho que es muy efectivo. Ahora, despierta, se arrepiente: oye clarito el golpear de la lluvia en la ventana. Casi suena a diluvio. No piensa comenzar una rutina de correr en un día de lluvia. Menos con una lluvia tan fuerte. Si se moja pescará un resfriado, y cuando está enferma lo único que la consuela son las toneladas de helado que suele ingerir.

Mira el reloj nuevamente y piensa que la media hora extra que se dio para bañarse y vestirse antes de salir a correr puede usarla para mantenerse calientita en la cama. Si escampa dentro de esa media hora saldrá a correr.

La lluvia ha cesado y aun le queda tiempo para correr un rato. Pero entonces, tendrá que lavarse el pelo, cosa que no contempló la noche anterior. El secarlo le tomará más tiempo que el que tiene y no quiere llegar tarde al trabajo. Es preferible que comience a correr mañana.

Así antes de comprometerse a hacerlo a diario, podrá ir a comer un helado de chocolate en el kiosco de Häagen-Dazs.

sábado, enero 07, 2012

Mía

¿Es que se acaba de amar alguna vez? Hay gente que se ha muerto ya y que yo siento que ama aún. Henri barbuse

¿Has sentido alguna vez un soplo en tu oído? Soy yo que te hablo. ¿Has sentido un roce en tus labios? Soy yo que te beso. ¿Una mano que toma la tuya? Es la mía que cubre la tuya. Siempre, siempre estaré a tu lado.

Noemí se preguntó una vez más si Alberto le había dicho eso solo para reconfortarla, o precisamente porque siempre estaría cerca de ella. ¿Podía él por voluntad quedarse atado a la tierra, atado a ella, con los lazos del alma y para siempre?

No debió consolarse de la muerte de Alberto, pero en un principio sus dulces palabras le habían dado la fortaleza para aliviar su pena. En aquel entonces llevaba una remera de él a la cama para poder olerla hasta quedarse dormida. Pero el tiempo pasa, y con el tiempo viene la resignación y el consuelo y finalmente la realización de que la vida continúa.

Había decidido que quería vivir, volver a enamorarse. Alberto siempre sería un hermoso recuerdo, pero ella estaba viva. Quería casarse antes de que fuera demasiado tarde, tener hijos, y Damian le ofrecía ese futuro. No le era indiferente Damian, al contrario. Se sentía sumamente atraída hacía él. Pero algo extraño ocurría cuando estaban juntos: la imagen de Alberto le venía a la mente, sentía el roce de unos labios en los suyos y una mano que la acariciaba. Entonces, por cualquier tontería Damian y ella discutían, se enojaban, y ella sentía un soplo en el oído que le decía: serás siempre mía, solo mía.

domingo, enero 01, 2012

Corriendo

Siempre mirando adelante, corrió. Corrió sin importar si era día o noche. Corrió sin pensar en la hora, ni en el tiempo. Corrió despavorido como si el diablo lo persiguiera. Corrió veloz como recién liberada fiera, perseguida. Corrió como si quisiera perder su sombra. Corrió hasta que se le acalambraron los pies. Hasta que se le estrangularon las piernas. El corazón expulsado, saltando en las manos. Corrió sin aire en los pulmones. Corrió con firme voluntad, pese al dolor y al cansancio. Corrió jadeante, sediento, corrió y corrió. Y hubiera seguido corriendo. Pero se dio cuenta. Nadie corre más veloz que su destino.