miércoles, junio 30, 2004

La luna

Vista desde el valle, la luna se ve deliciosa. Redonda, regordeta, saludable. He subido corriendo a la cima del monte a tocarla, quiero saborear un pedazo de luna. He llegado jadeante, cuando está de salida… y el hombre que vive en la luna me dice, aún no es tu tiempo…

domingo, junio 27, 2004

La novela

Escribió tan de prisa las palabras que dejó las vocales. Y continuó escribiendo y olvidó las conjunciones y las preposiciones. Conjugó mal el tiempo de los verbos, exagerando el uso de gerundios. Olvidó las comas y los puntos, y cuando hubo acabado de escribir lo que pensó que quería decir pero no dijo, publicaron el libro y los críticos exaltaron la novela por profunda, y todos estuvieron de acuerdo en que con ella nacía una nueva era en la literatura.

La entrega

Comenzó a escribir tratando de entender por qué por tantos años se había entregado a causas en las que creía firmemente y a relaciones, en las cuales había colocado todas sus esperanzas, logrando alcanzar sólo fracasos, llenando su vida de amargura.

Sus recuerdos eran cual celajes que al pasar escribían oraciones, párrafos, páginas, capítulos completos del libro de su vida, dependiendo de su edad y su tiempo, y que luego se escondían invisibles en algún rincón de la habitación, donde nadie más pudiera verlos.

Y una vez estuvieron todos plasmados en las páginas, comenzaron a moverse de sus escondites, cual fantasmas y monstruos, que como plaga de mangostas, se ensañaron salvajemente en ella, exigiendo la entrega final.

jueves, junio 17, 2004

Reflejo

Me perdí en el mar infinito de tus ojos, y olvidé que todo lo que tiene principio tiene fin. El olvido se hace imperativo, y sin embargo mi cuerpo te clama. Aún sabiendo que ya no me quieres, no puedo olvidarte. Tu recuerdo es inmensa tortura que me despierta en las noches, y llena mis días de angustia. Se pierde el día en la noche y la noche en el día, y siempre estás.

Tu mirada me sigue a todas partes. Es una mirada intensa, fija; son tus ojos grabados en mi memoria con fuego pasional, que se niega a apagarse. Es mi cerebro que desvaría y te imagina a la proximidad de un beso, húmedo, cálido, un beso que despeje mi congoja que escapa cual tormenta incontenible por mis ojos, en gruesas lágrimas perladas, que van formando un collar interminable. Un collar que rodea mi garganta, agarrotando palabras y sollozos y me sumerge en el silencio.

Afuera hay luz, se ven figuras, se oyen voces; adentro todo es sombra, el silencio resuena en las paredes, murmullo ininteligible. En la esfera del reloj, las manecillas marcan sempiternas las horas pero en mi mente febril el tiempo nunca pasa, y sólo soy una pequeña imagen olvidada, que vive en la limpidez de tus pupilas, iris grabado para siempre en mi memoria.

miércoles, junio 16, 2004

La suerte

Ayer, caminando por la calle, me encontré una moneda. Por unos segundos dudé en recogerla. Me daba vergüenza que alguien me viera y que pensara que lo hacía por necesidad. Pero venció mi parte supersticiosa que está convencida que no debe dejar la oportunidad de recoger la suerte donde y cuando la encuentre. Una vez comprobé que nadie me veía, orondo me la eché al bolsillo donde guardo las monedas que encuentro.

Desde entonces me persigue la mala suerte, y aunque he estado tirando a la calle, una a una, las monedas que llevo en el bolsillo, no he logrado desprenderme aún de aquella que me ha traído esta mala racha.

martes, junio 15, 2004

Un cuento

Te vendo un cuento, me dijo. Un cuento que te encantará, y llenará tus sentidos de gozo.

¡Siempre quise ser feliz!, exclamé. Lo compro.

Te quiero, me dijo.

lunes, junio 14, 2004

Hasta luego

De un tiempo a esta parte vengo soñando con dos manos gigantescas batiéndose en el cielo, que me dicen adiós. Son dos manos desmembradas, libres, independientes de cuerpo alguno. Lo que más llama mi atención es que tienen grabado en la yema de cada dedo una letra. Anoche, con mucho trabajo, pude por fin, en el sueño, descifrar lo que deletrean. Leen HASTA LUEGO.

Me desperté con ese horrible sobresalto, y con el corazón encogido. Para poder levantarme, tuve que tomar un vaso de agua, y esperar a que se me quitara el agite en el corazón, que me hacía pum pum pum, en los oídos.

¿Qué significa para un hombre hasta luego? ¿Nos vemos? ¿Te veo? ¿Mañana, pasado? Se marchó y me dijo hasta luego, antes de cerrar la puerta. De eso ya hace meses. Ahora recuerdo que en aquél momento percibí la incongruencia de sus manos diciéndome adiós y su boca diciendo hasta luego.

sábado, junio 12, 2004

La soledad

Siempre oí decir que la soledad es mala. Aunque no tenía por qué cuestionarlo, ayer definitivamente lo comprobé. Es cierto, la soledad es mala.

No es que no hubiera estado sola antes, que mi familia además de escasa es sumamente fría, y poco comunicativa. Nada, que a veces he pesando que caí en ella por error, que emociones y palabras me sobran. Si no, pregúntenle al psiquiatra que me ve cada semana, que a veces, cuando le veo de reojo mirando el reloj, me parece que le aburre oírme la intensa, larga y siempre igual letanía.

Pero ayer fue diferente. Ayer, mi compañero, después de muchos años juntos, se fue. Se fue definitivamente. Lo vi en su rostro. La finalidad, quiero decir. Porque otras veces se ha marchado, pero siempre volvía y yo sabía que lo haría. Supongo que se cansó de mi, igual que el psiquiatra. Antes de irse, me aseguró que nada me va a faltar. La cuestión es que si él no está, me falta todo. Me sentí tan terriblemente sola, me tomé los medicamentos que me receta el médico para calmar la ansiedad, y me acosté.

A mi familia le he dejado una nota, parca, por cierto, parca por que no quiero cansarles a ellos también. La soledad, dice, es mala consejera.

Triste

¿Siempre estás triste, tía?, me preguntó, y se me quedó mirando aquella sabia niña de ocho años, y le dije no, no siempre. Y me pidió que le contara un cuento que hubiera escrito. Y para probarle que estaba errada, busqué en la memoria un cuento alegre, y entre los cuentos de horror y de dolor que escribo, no encontré uno sólo que me redimiera.

jueves, junio 10, 2004

Por la luna

Hace rato que me di cuenta que la luna nos está observando. Brillante, pero callada y silenciosa, se ha hecho nuestra cómplice. Nos regala un reflejo plateado sobre el mar, y un cielo despejado. Una noche de amor como hace muchas no teníamos, en que en un silencio cargado de caricias nos hemos entregado el uno al otro. Mañana saldrá el rubicundo sol, y con él la parte tuya que me aterra. En la tarde, antes que anochezca y regreses de la calle, me iré. No quiero esperar a que salga la luna, se decepcionaría.

Nuestras soledades

Mientras contemplo tus cosas recogidas, listo ya para marcharte, quiero pensar que cuando dijiste para el resto de nuestras vidas, eras sincero. Cómo saber que diferencias insalvables se interpondrían en el camino, y nos separaríamos tan pronto. No sé cuanto te amé, ni si te amé, si he dejado de hacerlo, o es el dolor y el coraje el que juega el juego de esconder allí donde no puedo sentir, el haberte amado y la tristeza de perderte. Sólo siento la soledad de siempre. Sé que te vas, lo veo, y que una palabra mía bastaría para retenerte. Pero mi boca se niega a pronunciarla, porque sólo estaría intentando retener la esencia de quién pensé que eras, no de quién eres, y a ese, a ese, no puedo ni quiero retenerlo.

Soñé mi soledad en la tuya pero me equivoqué al pensar que eran iguales.

martes, junio 08, 2004

Tu tarjeta

Por fin he podido accesar la tarjeta virtual que me enviaste y la misma, traducida al español pregunta si podemos ponernos de acuerdo para un beso, porque los extrañas. Y me he quedado mirando la pantalla y pensando que yo no los extraño. Extrañé los días compartidos, las risas y las bromas. Uno con otro chocando en la cocina. Los juegos de manos, las caricias. Pero los comencé a extrañar desde hace tanto tiempo, cuando aún estabas presente, que me hice a la idea de que no los tendría, y por eso, yo no los extraño.

Un parpadear

La vida se escapa en un instante. Me volteé, parpadeé, no sé. Solo sé que cuando volví a mirarla tenía los ojos abiertos, sin vida, y sin atreverme a parpadear, se los cerré...

jueves, junio 03, 2004

Sendero

Comenzó a caminar anocheciendo, cuando el sol ya no castigaba. Todo el día le había estado cegando, entrándole por los ojos que sólo veían dos líneas, que eran otros ojos, ojos de pupilas negras en un mar de blanco nácar. Nácar que se fue tornando rojizo poco a poco con el ahogo. Ojos que le gritaron adios con una mirada silenciosa y triste, sin reproche, que se fue apagando en el atardecer, bajando junto con el sol. Sin algo que le retuviera allí, comenzó el largo camino por un sendero sin rumbo.