Agustina sonríe. Siempre sonríe. Para ella no existen los malos tiempos. Me da un poco de envidia verla sentada en el balcón, arreglada desde las primeras horas de la mañana, entretenida en ver pasar el día.
Cuando salgo al trabajo la puedo ver, tan linda como el primer día en que llegué al vecindario. Su madre, en las ocasiones en que está trabajando en el jardín, me mira y me saluda. Se le ha ido poniendo el cabello gris, aunque no hay tanta diferencia de edad entre nosotras. No necesita la esclavitud de estarse tiñendo el pelo. Me lo dijo una de las pocas veces en que sacó tiempo para charlar.
Desde su sillón, Agustina sonríe. La siempre niña sonríe. Para ella no existen los malos tiempos.
Cuando salgo al trabajo la puedo ver, tan linda como el primer día en que llegué al vecindario. Su madre, en las ocasiones en que está trabajando en el jardín, me mira y me saluda. Se le ha ido poniendo el cabello gris, aunque no hay tanta diferencia de edad entre nosotras. No necesita la esclavitud de estarse tiñendo el pelo. Me lo dijo una de las pocas veces en que sacó tiempo para charlar.
Desde su sillón, Agustina sonríe. La siempre niña sonríe. Para ella no existen los malos tiempos.