sábado, abril 14, 2007

Mis voces y mis cuentos

- Hola - me dice con una de sus mejores sonrisas - ¿cómo has estado? Y yo quisiera decirle que bien, que todo lo que ha oído es cuento, que no les haga caso. Pero sé que las voces nunca le mienten.

Y ella, claro está, también lo sabe. Aprendió hace varios años que yo puedo intentar engañarla, pero cuando le llegan a ella las voces, siempre hablan con la verdad. Entonces le basta mirarme a los ojos, porque mis ojos hablan, y eso no sólo me lo ha dicho ella, me lo han dicho otros, menos sabios, que no poseen el conocimiento de mí que le da el tiempo y la cercanía. En más de una ocasión he intentado contarle cuentos. Cuentos de esos que uno, si los repite lo suficiente, se los cree. El ser humano es así: de tanto mentir, llega a creer lo que está diciendo. Ella no me lo permite.

- Dime qué te pasa. - pregunta solícita.

- No sé - le respondo, - de veras, no sé. No te miento- y me reacomodo, pero sigo incómoda en la silla.

- Te creo. Tienes los ojos tristes.

Y yo me callo, porque sé que es cierto, y apenas si tengo ánimo para rebatirle e igual, se lo habrán dicho las voces.

- No - me aclara, porque puede hasta leer mis pensamientos - tus voces no me han dicho nada. De hecho porque están silenciosas es que sé que no andas bien. Usualmente puedo oír su parloteo, sus risas, sus llantos y la charla constante en el ir y venir de sus días y noches, pero están demasiado silenciosas... Y ¿sabes? Me preocupa más ese silencio que cuando las oigo llorar o gritar.

- Gracias por creerme. Pero pensé que podrías ayudarme a descifrar lo que me sucede, Que las voces te habrían dicho algo, algo que me pudieras decir, que me ayudara… -y callo.

- Ahora estás tratando de hacerme un cuento, y sabes que eso no te lo permito -me reprocha molesta.

- Entiendes tan bien como yo la relación entre nosotras, y nuestras voces, porque son tanto tuyas como mías. Si no escribes no existen, y no lo estás haciendo. Ahora, hazme un favor, levántate, deja de mirarnos con esa pena, que con tu imagen no resuelves nada, y ponte a escribir. Ya tus personajes vendrán a decirme de qué escribes… y por dónde va lo que te preocupa…

jueves, abril 05, 2007

Su son favorito


Aprendió a bailar en brazos de su padre, que le llamaba Mi niña bonita. Erguida, esbelta, marcaba con gracia los elegantes pasos de la danza y el danzón.

En el colegio bailó pasodobles, y luego twist, chacha y rock and roll. Con su novio aprendió a bailar apasionados boleros, tan apretados que apenas si se movían, mientras él cantaba en su oído, Te quiero, y nunca me olvides, Quiéreme mucho, Bésame, eres Preciosa, lo más lindo en mi vida, vivo obsesionado contigo y siempre te querré.

Él se fue una Noche de ronda y desapareció de su vida como barco que se pierde en la Niebla del riachuelo. Se dedicó a escuchar la falsa moneda que de mano en mano va, y ninguna se la queda, y la pobre gitanita, a dónde irá ahora, desgraciada, porque está tan sola.

Un día se miró al espejo, se puso su mejor sonrisa de rojo escarlata, los zapatos del tacón más alto y se fue a la Academia a aprender a bailar merengue, salsa y bachata, y descubrió el tango. El tango como la danza y el danzón se baila con poses y como el bolero se baila muy junto. Recogió sus cosas y se fue a Buenos Aires en busca de alguien que le cante al oído El día que me quieras, su son favorito.

domingo, abril 01, 2007

La muerte

Hace mucho tiempo que despierta con la misma plegaria en los labios. Es un rezo que le sale de lo más profundo del alma, donde habitan los dolores que la han ido marcando. Los ha escondido allí para que nadie pueda verlos, para que ni siquiera adivinen que está herida. Pero lo está, y sabe que la herida es de muerte porque ya nunca sueña.

Antes, aún cuando la herida rezumaba sangre, se permitía soñar. En sus fantasías siempre llegaba el hombre que había imaginado y le daba el amor que nunca tuvo. Poco a poco él iba frenando el desangre y sanando las múltiples heridas que dejaron los otros, con besos, caricias y una especial atención que la hacía sentirse, por primera vez en su vida, amada. Él sería su vida y alegría. Con él lo tendría todo, aunque no tuviera riquezas materiales.

No era el hombre perfecto, ni se parecía al que había esperado tantos años, pero llegó sombrero en mano y con la vista baja, a pedirle la oportunidad de hacerla feliz por el resto de sus vidas. Le prometió cuidarla como la delicada flor que llevaba su nombre, y ella se juró que llegaría a amarlo. Unos meses le bastaron para hacerla sentir asco de sí misma por haber permitido que entrara a su vida, impregnándola de su hedor.

Ahora es diferente. Vive la realidad de cada día, sin olvidar repetir la oración diaria. Sin sangre y sin sueños, es como planta sin savia, sin color, sin vida. La muerte la alcanzó por dentro. Solo pide que también la encuentre afuera.