jueves, julio 23, 2009

Desde la ventana

Se sienta en el amplio butacón en el que durante los últimos años sentaban a su madre. Se acomoda en él, le gusta, ancho y cómodo.

Desde allí, por la ventana abierta ve la calle y de en cuando en cuando algún auto que pasa. Puede ver pajaritos posados en los alambres, y se cuelan los sonidos: el ladrido de un perro, la cancioncita de la camioneta de helados, las voces de los niños que juegan en el parque vecino.

La ventana es la única vista al mundo que tuvo su madre durante casi siete años. No es tan espantoso, piensa, pero se levanta secándose las lágrimas: su madre apenas si veía y en los últimos meses, tampoco podía oír.

martes, julio 21, 2009

Yo pensaba...

Yo pensaba que el mundo comenzaba y acababa dónde tú pisabas.

Yo pensaba que el amor y la pasión eran el uno reflejo del otro.

Yo pensaba que al casarnos nos prometimos respeto, fidelidad, y compañía para toda la vida.

Yo pensaba que envejeceríamos juntos, viendo a nuestros hijos, primero, y luego a nuestros nietos, crecer.

Yo pensaba que si era dócil, mejor, más buena y cariñosa terminaría el silencio que nos rodeaba.

Yo pensaba que podía con el peso de nuestra relación, y aunque con esfuerzo, escaparíamos de la tormenta.

Yo pensaba que si tenía paciencia tú te darías cuenta que la felicidad estaba en “nosotros”.

Yo pensaba que mis lágrimas despertarían tu ternura y el sentido de protección del hombre a la mujer.

Yo pensaba que sin ti, me moriría.

Yo solo sabía pensar en clichés.

domingo, julio 12, 2009

Atrapada

─Me gusta tu perfume ─me dice. Algo dentro de mí, visceral, responde y me quedo enganchada en su voz y la ternura cálida que hay en ella.

“Me hace demasiada falta sentir que alguien me quiere”, me digo, tratando de poner en perspectiva el comentario, pero lo miro a los ojos, y en ellos veo mezclado el amor y el deseo. Quizás, al fin, de forma fortuita, casi milagrosa, he encontrado el amor que buscaba. Aquél que siempre pensé que se encontraba al doblar la esquina porque solo creo en el amor a primera vista. El amor que nace de una amistad es un amor fraternal que no viene acompañado del deseo y la pasión.

─¿Qué voy a hacer contigo? ─me pregunta, como si le preocupara lo que está sintiendo.

Yo sonrío y me limito a decirle que me invite a un café esperando que sepa leer la promesa en mis palabras. Acepta y fijamos el sábado y me dice que lo llame ese día para acordar la hora, porque ella depende de cuán ocupado esté.

A las diez comienzo a llamar a su móvil y al trabajo. Cuando al fin me contestan es uno de los empleados quien me dice que él ha salido con el hijo más pequeño y no le esperan de regreso. Siento la amargura del rechazo y sé que una vez más quedé atrapada entre mi fantasía y la ternura cálida de una voz ensayada.

viernes, julio 10, 2009

Más'alante vive gente

Se arregla de prisa porque se le está haciendo tarde. Nunca le ha gustado guiar de noche y menos estando sola. Teme que algo le suceda al auto o a ella y no sepa qué hacer. Le dio trabajo decir que iría. Tantas veces les ha dicho que no, que no puede ir, pero esta vez el cansancio la venció y acabo por comprometerse a ir.

También la venció el que nunca va a ningún sitio y las horas siguen pasando y la noche le sigue al día, y así corren los siete días de la semana, y los meses y lleva años varada en el mismo sitio. Se prometió que lo intentaría… que pondría todo su esfuerzo en recobrar la vida que perdió hace años y esta es la primera prueba.

Se mira al espejo. No usa demasiados afeites; con un poco de maquillaje y recogido el pelo en una cola se ve bien. No está segura de quienes irán. Imagina que muchos se asombrarán de verla, es posible que algunos piensen que había muerto o quizás mudado a otro país. Hace tantos años… Se prohíbe sacar la cuenta.

Si tan solo la noche no se hubiera caído tan rápida. Le debía dar igual pero en las noches prefiere la tranquilidad y el silencio de su apartamento. Se había prometido salir temprano para encontrar el lugar y un estacionamiento con calma. Podría llamar un taxi, claro, pero no tiene idea de la hora a que termina la actividad y no quiere dar la nota discordante saliendo apenas llega porque se va a su casa en taxi.

Quizás alguno estaría dispuesto a traerla a casa. No puede ir contando con eso, porque desconoce si alguno vive cerca y estaría dispuesto a desviarse para traerla a casa y tampoco quiere que piensen que con los años se ha vuelto pusilánime. No que no lo fuera antes, pero del brazo de un hombre es diferente, y ahora no tiene quien la escolte. Tampoco quiere, está clara. No quiere que nadie invada su espacio cambiando cosas de lugar, tirándolas en cualquier lado, alterando las vibraciones en su espacio. Eso bueno tiene la soledad, uno acaba por acostumbrarse a ella.

Afuera ya es noche cerrada y ni siquiera sabe qué va a ponerse. No tiene idea de lo que se está usando ahora para ese tipo de actividad. Debió preguntar, pero no quiso hacer el ridículo. Dos armarios de ropa y no encuentra nada que ponerse. Unos jeans y un suéter, eso le parece bien. Pero ella no es de mahones. Un vestido de esos largos de moda. Tiene varios. ¿Por qué siempre le ha sido tan difícil tomar decisiones? Igual, al final a nadie le importa lo que se ponga. Claro, que mañana se llamaran entre ellas para comentar lo ridícula que se veía, la pobre. No soporta la conmiseración y no quiere ser objeto de burla.

Toma el teléfono. Nadie dirá que ha perdido el sentido de responsabilidad y la cortesía. Su hermana ha tenido un percance le dice a la amiga a la cual le prometió que esta vez, sin falta, asistiría. Será la próxima, le promete. Claro, le dice la voz al otro lado, no te preocupes. Sabe que no volverá a invitarla. Lo mismo da, como dice el refrán más’ alante vive gente.

martes, julio 07, 2009

Un ángel

Necesito un ángel. No es que no lo necesitara la semana anterior, o el mes pasado, es que por primera vez lo he verbalizado. Es tanto el dolor a mi alrededor, tanto el sufrimiento, que necesito un ángel porque no sé las palabras de consuelo adecuadas que ayuden a mitigar un poco los golpes de la vida.

Me siento afortunada y lamento las veces que me quejo, a pesar de que sé que seguiré haciéndolo tantas y cuantas veces olvide que la suma de mis penas no alcanza donde comienza el dolor del amigo a quien le han diagnosticado una condición progresiva e incapacitante que resulta mortal. Y menos alcanza el de aquellos que tienen hijos mirando a la muerte tan de cerca que asusta, porque están contando los días y quién sabe si las horas que restan. O el del joven adulto que, teniendo hijos pequeños, batalla día a día contra una condición que podría ser mortal y me dice que aún cree en los milagros.

Necesito un ángel que los acompañe, un ángel que les diga al oído palabras de fe y consuelo, esas que no sé decirles porque se me estancan en la garganta y cuando salen lo hacen magulladas e imperfectas.

Necesito un ángel.