sábado, febrero 23, 2013

Descenso

Me atrae la gente sin muchas esperanzas ni oportunidades. Tengo un don especial para reconocerlos. Los veo bajar las escaleras y esperar el tren que los lleva al empleo sin porvenir, en oficinas oscuras donde el café es negro y amargo. Llevan caras sin formas definidas, los ojos apagados, los pasos lentos y la espalda encogida, como acalambrada.

Hombres o mujeres que viven una vida que no les lleva a ningún sitio. Lo saben, y sus rostros se confunden los unos en los otros; extraña máscara uniforme que los delata. Llevan a la espalda la preocupación del dinero que no da, de las obligaciones pendientes, de la soledad íntima en que viven. Liberados por breves horas los viernes en la noche cuando tienen el fin de semana por delante y pueden recordar cuando eran gentes.

Cuando la mañana ha florecido por completo, bajan otros, con sus maletines de cuero y sus computadoras, el teléfono celular que les quema la mano, hablando incesantes por ese artilugio de moda. Los ojos les brillan, y caminan crispados, planchados, resplandecientes como el día contra el que arremeten. A esos les miro las caras, las estudio porque sé que muchos irán perdiendo la definición de sus facciones.

Esos, los que se van difuminando, son las promesas derrotadas, nuevos ingresos a las filas amorfas de los que no tienen esperanzas ni oportunidades. Creyeron que podrían conquistar el sistema, y este se los tragó victorioso en la lucha por la nada. Porque nada es el departamento de lujo, el bote, el auto. Nada son ellos que no pudieron mantenerse en el tren del éxito y bajan poco a poco los escasos peldaños que subieron.

Aún más bajo en el escalafón están los otros. Los que no tienen ni siquiera con qué tomar el tren ni razón para hacerlo. Los que duermen arropados con periódicos que encuentran. Los que buscan qué comer en algún zafacón. Los que piden limosna. Esos recuperan el rostro, pero es un rostro genérico porque es el del enemigo que puede intentar asaltarte y robarte, incluso matarte por necesidad o por envidia.

Ese es el rostro que veo al mirarme en las vidrieras…