viernes, agosto 01, 2014

En el aquí y ahora


Estábamos en mitad de la calle, discutiendo. Yo gritaba. Lucía trataba de explicarme los conceptos de karma y nirvana. Me decía que éramos producto de muchas existencias y que luego de cumplir nuestro karma, a través de vidas en que adelantábamos y retrocedíamos en nuestro desarrollo espiritual, alcanzábamos el nirvana. Satisfecho nuestro karma, al morir hay gran nirvana, y entonces, la extinción, que no es otra cosa sino transformarnos en parte del universo. Me explicó también que en otras vidas habíamos podido ser hombres o mujeres, animales o insectos, y que solo las rocas y las plantas no tienen espíritu.

Yo no la entendía porque la dichosa explicación en aquel momento no tenía sentido para mí y porque ¿cómo es eso de que Dios nos creó con karma? ¿Nos sacó de un cementerio chatarra de almas viejas?

 Lucía era muy inteligente pero tenía la habilidad de sacarme de quicio, de hacerme sentir bruto, inseguro, inmaduro, pero más que nada violento. Ella lo sabía y muchas veces se aprovechaba de mi temperamento volátil para hacer lo que se le daba la gana.  Había cometido el error de decirle que mi pareja anterior me había puesto una Ley 84 luego de una paliza que le di y sabía que vivía con el terror de volver a la cárcel. Mi reacción cuando recibí el documento fue ir a darle otra paliza y fui a parar a prisión. 

Muchas veces instigaba, con su peleíta monga, una fuerte discusión en que yo perdía la cabeza, y antes de llegar al extremo de pegarle me iba, tirando la puerta. Tardaba horas y hasta días en volver.  En una de esas ausencias comenzó a tomar lecciones de yoga, para “liberarme del estrés”, me dijo.  Según ella, eso la ayudaría a bregar mejor conmigo. Varias veces pensé irme sin vuelta, pero ella me gustaba mucho como mujer y era muy apasionada, la mejor amante que había tenido

Esta vez no iba a enredarme con su palabrería: sabía muy bien lo que había visto. Ella, despidiéndose con un beso de su instructor de yoga. Yo había ido, sin avisarle, a buscarla para llevarla a cenar.  Después de que él se fue, nos quedamos en medio de la calle, discutiendo. Le grité que si me ponía los cuernos la mataba. Ella comenzó a hablar del karma y el nirvana. Después de cuestionar el sin sentido de su explicación le dije que no me faltara el respeto ni intentara confundirme como hacía en otras ocasiones porque esta vez no iba a salirse con la suya.  Me le acerqué amenazante y ella, asustada, se fue corriendo.

Volví a la casa a esperarla para pedirle perdón, pero esa noche fue ella la que no llegó.  Vino en la mañana a bañarse y cambiarse de ropa, y me dijo que había pasado la noche en casa de Dagmar, su mejor amiga.  Sabía que yo detestaba a la susodicha. Desde que me conoció, Dagmar la cogió conmigo y delante de mí se atrevió decirle que yo era basura, que no servía, que con el genio que tenía era capaz de matarla. 

Estaba seguro de que Dagmar la había envenenado en contra mía.  Empezaron a salir juntas nuevamente como cuando antes de conocernos y llegaba tarde, sin explicaciones. 

─Tú me la estás pegando ─le dije esa noche cuando llegó.

Ella no lo negó, pero sí me dijo que estaba harta de mis celos, que era mejor que lo dejáramos, que a estas alturas en nuestra relación no tenía caso el que siguiéramos peleando contra nuestro karma.  Insistió en que me fuera, y confieso que lo vi todo negro.  A mí, ella no me pegaba impunemente los cuernos.  Gritó al primer golpe y siguió gritando incluso cuando intentó hacerme frente. La empujé al suelo y escuché el sonido al pegar su cabeza contra la mesa de centro, esa, la que siempre le dije que estorbaba.  Hizo un ruido como cuando un coco seco se estrella en la carretera.  Ella se quedó muy quieta y no me quedé a ver si estaba muerta o solo inconsciente.

Me monté en mi auto e iba a no sé cuántas millas por hora, cuando una goma estalló al chocar con la curva y perdí el control del auto. Los paramédicos dijeron que mi muerte fue instantánea. Luego sentí el tirón y me vi correr por un laberinto oscuro lleno de seres extraños con caras distorsionadas. Entidades que emitían alaridos espantosos mientras intentaban agarrarme. Corrí hasta ver la luz, y por primera vez entendí lo que Lucía había intentado decirme del karma. Para mí no habría nirvana. Mi espíritu acababa de retroceder cien años luz en su paso por el mundo.

Prefiero pensar que nunca recordaré esta reencarnación. Contrario a lo que pensaba Lucía, las piedras sí tienen espíritu, hay alma dentro de ellas. Somos el escalafón más bajo, el más miserable en el desarrollo espiritual de los seres humanos. Soy una piedra en el camino, en un parque precioso, lleno de plantas florales hermosas y fastuosos árboles. Una roca lo suficientemente grande como para no pasar desapercibida por los perros que traen a mear y cagar aquí.  Cada vez que alguno levanta la pata frente a mí, escucho que del rosal más cercano sale una risa.  No sé si es que tan cerca del suelo, el viento y las hojas me juegan una travesura  o si Lucia se divierte, aunque esté purgando su engaño…