Siento rabia con Dios y la impotencia me
calcina. Tenemos que esperar por unos
cuantos días, no vale preocuparse desde ahora. Solo pedir que nos sea concedido
el milagro y que nuestra vida regrese a la normalidad fingida que nos permite
respirar a ratos.
viernes, julio 26, 2013
sábado, julio 20, 2013
Aprendiendo a escribir
Me falta disciplina, lo sé. Por eso es que
dejo todo incompleto. Me cansa, me aburre… Era un pusilánime, pensaba que la
fama se alcanzaba fácil, sin mayor esfuerzo.
Es que a ti nunca te vi luchar por la tuya, se te dio tan cómodo. Nacido
para ella, diría.
Es mi carisma, me decías bromeando cuando
yo te preguntaba porqué en tan corto tiempo te habías dado a conocer, cuál era
el secreto. El hecho es que tus libros
no eran mejores que los míos, pero los tuyos no solo se publicaban, se vendían
e iban a parar a la lista de los libros más exitosos, junto a otros que eran
superiores. Los críticos te amaban.
Tengo cajas y cajas en mi departamento de
los libros que publiqué en vano. Apenas
si se vendían, no podía colocarlos. ¿Quién quiere los libros de un escritor
principiante en el mundo de la literatura?
¿Cómo saber si el libro es vendible? Si me aceptaban como invitado en el
mundo de los literatos, era porque iba contigo. Me protegía tu sombra. Solo,
nunca pudiera haber sido incluido, retratarme con ellos. Felicitarlos, darles la mano. Tengo una
estiba de libros comprados en esas actividades que jamás he leído porque los
temas no lograron atraparme.
Los tuyos los he leído. Los comparo a los
míos y no noto grandes diferencias. Cada cual en su estilo es bueno, no para
pertenecer al club de los más vendidos, pero mejores que la mayoría. No te
quito mérito. Pero tampoco me lo quites porque detesto que me presentes como mi
amigo, casi mi hermano, principiante en esto de letras. Lo dices echándome el
brazo por los hombres, con lo que parece sincero cariño unido a una especie de
pena porque aún no he logrado el triunfo. Entonces siento el odio revolcarse y
no me censuro porque después de todo ese paternalismo es humillante e incómodo,
hasta para aquél a quien me presentas.
He estado trabajando fuerte, escribiendo todo el tiempo que puedo, tratando de acallar la voz del crítico interno. Me he alejado de todo y de todos, porque por primera vez siento que las ideas que bullen en mi cerebro son magistrales. Tal parece que fueran dictadas desde fuera de mí, y estoy lleno de un entusiasmo que nunca antes sentí.
He estado trabajando fuerte, escribiendo todo el tiempo que puedo, tratando de acallar la voz del crítico interno. Me he alejado de todo y de todos, porque por primera vez siento que las ideas que bullen en mi cerebro son magistrales. Tal parece que fueran dictadas desde fuera de mí, y estoy lleno de un entusiasmo que nunca antes sentí.
Escribo inmerso en este universo, temiendo
que si rompo la magia perderé el ritmo que me va llevando al desenlace. Oigo el
timbre y tu voz que me llama. Te esperaba. Sabía que vendrías porque no he
estado contestando tus llamadas ni mensajes. Siempre dije que tu curiosidad
sería tu perdición y sé que estás intrigado ante mi extraño silencio. Abro la
puerta, sonrío y te invito a entrar. Ahora podré escribir el desenlace, y la
descripción será real, conmovedora, aterradora, extenuante porque la habré
vivido. Solo sabiendo cómo se siente un asesino, se puede escribir de uno.
martes, julio 02, 2013
Entre cuervos y palomas
Habíamos decidido disfrutar de la nueva
casa sin preocupaciones. Nos gustaba el silencio, la paz que se respiraba en la
comunidad. Una moderna, de esas en que hay apartamentos, walk-ups y casas amplias
como la nuestra, piscinas, canchas, áreas verdes y salón comunal para
actividades.
Cuando hicimos la inversión, los padres de
mi esposo nos manifestaron su desacuerdo.
La casa, alejada del área metropolitana era muy costosa, lo que nos
ponía a mi esposo y a mí una presión que ellos consideraban innecesaria para un
par de recién casados. La vida es de los atrevidos, decidimos mi esposo y yo y
sin dudar en ningún momento que, en caso de algún problema, tendríamos el apoyo
de mis padres y también de mis suegros (a pesar de la diferencia de opinión),
nos lanzamos a la aventura.
Libre de un horario fijo porque hacía la
mayor parte de mi trabajo por Internet, cuando mi esposo se marchaba al trabajo,
corría en un parque cerca de casa. Llevaba varios días orgullosamente
cumpliendo con mi decisión de correr, cuando la vi por primera vez. Era una anciana, bien vestida, sentada en uno
de los bancos del parque observando la naturaleza. Llevaba en las manos un
pedazo de pan y era obvio que pretendía que los pajaritos del área vinieran
hasta ella para repartirlo. Algunos volaban indecisos y pensé que no sería
prudente si el parque comenzaba a llenarse de palomas. Ella hacía gestos con las manos, como si los
llamara, mientras les hablaba bajito, y estaba tan entretenida que la dejé
estar.
La próxima vez que la vi, tenía a su
alrededor varios pájaros y se veía contenta.
No sé qué me llevó a detenerme, pero lo hice. La saludé y respondió a mi
saludo invitándome para que me sentara a su lado.
—La vejez no se pega y prefiero hablar
contigo que con los pájaros. Si tienes
un ratito…
No pude evitar reír y me senté a su lado. Era
más viejecita de lo que pensaba, rondaría los noventa años. Iba vestida con ropa de buena calidad, aunque
un poco desgastada. Sus ojos eran grises
con ese gris que toman los ojos de todas las personas muy viejas. Tal parece que se les fueran destiñendo de
tanto mirar la vida.
—Estoy pasando unos días en casa de mi
nieto mayor —era como si hubiera sabido lo que iba a preguntarle y añadió— unos
días nada más.
Lo dijo con tristeza y le pregunté la
causa de ella.
—Solo si quiere contarme —aclaré porque no
quería ser indiscreta. Ella fijó los
ojos en las aves que se disputaban las migajas de pan y suspiró profundo.
—Tengo dos hijos varones y una hembra,
todos casados con hijos. Varios de mis
nietos, ya grandes, también tienen su familia, así que Dios me dio la dicha de
ver mis biznietos. Si me aguanto un ratito es capaz que veo a los hijos de
estos. Mientras mi esposo vivió no hubo problemas. Cuando él falleció
repentinamente hace ya veinte años, creí que me moría.
Echó otro poco de pan a las aves y
continuó su historia:
—Mi esposo me había dejado en una
situación cómoda y tenía lo suficiente para que me cuidaran si algo me pasaba,
pero me angustiaba ver la lucha que llevaban mis hijos. Para colmo, la casa, demasiado
grande, se me caía encima, como suelen hacerlo las casas cuando se van poniendo
viejas. Es que igual que la gente, las casas envejecen. Yo ni sabía ni estaba
preparada para bregar con plomeros y electricistas y ocupaba a mis hijos y mi
yerno continuamente. Un día se sentaron todos
conmigo y me propusieron que vendiera la casa y les repartiera el dinero. A
cambio, se comprometían a cuidarme hasta mi muerte. Seguí su consejo. Desde entonces vivo de casa
en casa, y recibo una mesada para aquello que pueda necesitar. Me dan lo suficiente, claro… —me dijo muy
digna.
—Es bueno saber que se ocupan de usted —le
dije sin mucho entusiasmo.
Afirmó con la cabeza y sonriendo se
levantó.
—Ya es tarde, tengo que volver a la casa,
no quiero que se preocupen —me dijo.
Miró a derecha e izquierda por varios
segundos como si, perdida, no supiera para dónde debía caminar. Finalmente se
alejó tirando el resto de pan a los pájaros. Estos se tiraron unos encima de los
otros peleándose con inquina el pedazo de pan.
Corrí hasta casa sintiendo un extraño
ardor en los ojos…
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