martes, julio 02, 2013

Entre cuervos y palomas



Habíamos decidido disfrutar de la nueva casa sin preocupaciones. Nos gustaba el silencio, la paz que se respiraba en la comunidad. Una moderna, de esas en que hay apartamentos, walk-ups y casas amplias como la nuestra, piscinas, canchas, áreas verdes y salón comunal para actividades.
Cuando hicimos la inversión, los padres de mi esposo nos manifestaron su desacuerdo.  La casa, alejada del área metropolitana era muy costosa, lo que nos ponía a mi esposo y a mí una presión que ellos consideraban innecesaria para un par de recién casados. La vida es de los atrevidos, decidimos mi esposo y yo y sin dudar en ningún momento que, en caso de algún problema, tendríamos el apoyo de mis padres y también de mis suegros (a pesar de la diferencia de opinión), nos lanzamos a la aventura. 
Libre de un horario fijo porque hacía la mayor parte de mi trabajo por Internet,  cuando mi esposo se marchaba al trabajo, corría en un parque cerca de casa. Llevaba varios días orgullosamente cumpliendo con mi decisión de correr, cuando la vi por primera vez.  Era una anciana, bien vestida, sentada en uno de los bancos del parque observando la naturaleza. Llevaba en las manos un pedazo de pan y era obvio que pretendía que los pajaritos del área vinieran hasta ella para repartirlo. Algunos volaban indecisos y pensé que no sería prudente si el parque comenzaba a llenarse de palomas.  Ella hacía gestos con las manos, como si los llamara, mientras les hablaba bajito, y estaba tan entretenida que la dejé estar.
La próxima vez que la vi, tenía a su alrededor varios pájaros y se veía contenta.  No sé qué me llevó a detenerme, pero lo hice. La saludé y respondió a mi saludo invitándome para que me sentara a su lado.
—La vejez no se pega y prefiero hablar contigo que con los pájaros.  Si tienes un ratito…
No pude evitar reír y me senté a su lado. Era más viejecita de lo que pensaba, rondaría los noventa años.  Iba vestida con ropa de buena calidad, aunque un poco desgastada.  Sus ojos eran grises con ese gris que toman los ojos de todas las personas muy viejas.  Tal parece que se les fueran destiñendo de tanto mirar la vida.
—Estoy pasando unos días en casa de mi nieto mayor —era como si hubiera sabido lo que iba a preguntarle y añadió— unos días nada más.
Lo dijo con tristeza y le pregunté la causa de ella.
—Solo si quiere contarme —aclaré porque no quería ser indiscreta.  Ella fijó los ojos en las aves que se disputaban las migajas de pan y suspiró profundo.
—Tengo dos hijos varones y una hembra, todos casados con hijos.  Varios de mis nietos, ya grandes, también tienen su familia, así que Dios me dio la dicha de ver mis biznietos. Si me aguanto un ratito es capaz que veo a los hijos de estos. Mientras mi esposo vivió no hubo problemas. Cuando él falleció repentinamente hace ya veinte años, creí que me moría.
Echó otro poco de pan a las aves y continuó su historia:
—Mi esposo me había dejado en una situación cómoda y tenía lo suficiente para que me cuidaran si algo me pasaba, pero me angustiaba ver la lucha que llevaban mis hijos. Para colmo, la casa, demasiado grande, se me caía encima, como suelen hacerlo las casas cuando se van poniendo viejas. Es que igual que la gente, las casas envejecen. Yo ni sabía ni estaba preparada para bregar con plomeros y electricistas y ocupaba a mis hijos y mi yerno continuamente.  Un día se sentaron todos conmigo y me propusieron que vendiera la casa y les repartiera el dinero. A cambio, se comprometían a cuidarme hasta mi muerte.  Seguí su consejo. Desde entonces vivo de casa en casa, y recibo una mesada para aquello que pueda necesitar.  Me dan lo suficiente, claro… —me dijo muy digna.
—Es bueno saber que se ocupan de usted —le dije sin mucho entusiasmo.
Afirmó con la cabeza y sonriendo se levantó.
—Ya es tarde, tengo que volver a la casa, no quiero que se preocupen —me dijo.
Miró a derecha e izquierda por varios segundos como si, perdida, no supiera para dónde debía caminar. Finalmente se alejó tirando el resto de pan a los pájaros. Estos se tiraron unos encima de los otros peleándose con inquina el pedazo de pan.
Corrí hasta casa sintiendo un extraño ardor en los ojos…

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