sábado, octubre 10, 2009

Guarda silencio

No me digas te llamo si sabes que no llamarás. No me digas que estás si luego no podré contar contigo para aliviar mi soledad. Es preferible que no digas nada.

Si eres incapaz de mirarme a los ojos y decir la verdad, si tu cobardía es tanta que lo hace imposible, prefiero que calles. No menosprecies mi inteligencia, te hace insignificante y te convierte en un enano mental y moral.
Guarda silencio. Te luce mejor.

jueves, octubre 08, 2009

La historia de una piedra

El primero en marcharse fue Miguel, borrachón y mal marido. Fue como si le clavara una espada directo en medio del corazón. No rezumaba sangre la herida: se le salía en lágrimas por los ojos.

Sola, con cuatro hijos que echar adelante, se le encorvó la espalda y se le agrietaron las manos de tanto trabajar. Como a su marido, vio a los hijos marcharse. Una vez salían del pueblo y se iban a estudiar a la capital, no regresaban. Les avergonzaba la pobreza, la falta de educación de la madre y la vejez prematura que le cayó encima al darse cuenta que nunca más tendría amor. No tenía tiempo, no podía darse el lujo. Para cuando la ansiedad de su cuerpo que la traicionaba amainó, se había acostumbrado a estar sola.

Al principio, al sentir la necesidad del hombre, se iba a la ladera detrás de la casa con un machete a sacar las viandas. La falda metida entre las piernas para poder trabajar. Trabajar como un macho porque no tenía uno; de no tenerlo, se acostumbró a la cama vacía. Como se acostumbró a la casa vacía, porque los hijos nunca vo1vieron ni siquiera a traerle los nietos.

Los ojos acabaron secándosele con el humo del carbón, el vapor de la estufa y la plancha, de la misma forma en la que se le había desinflado el cuerpo, y se le habían marchitado los pechos y la cara. La encontraron muerta un día cualquiera al pie del fogón donde hervía las viandas, como antes lo hacían su madre y su abuela.

Desconocida la causa de la muerte, y pese a las protestas de los hijos, obligados a presentarse, el fiscal ordenó levantar el cadáver y llevarlo a Medicina Forense. El joven médico que hizo la autopsia señaló que lo sorprendente e inexplicable no era la muerte, sino el que hubiera vivido, porque su corazón estaba hecho de piedra.