Ayer fue un día largo, desesperante. Uno de esos días
en que parece que estamos de visita en el infierno. En que todo va mal, sabe mal, huele mal y la
única esperanza que tenemos es que llegará la noche, y en ella los olores,
sabores, sensaciones se hacen más indistinguibles. Dormir es una antesala
de la muerte, la práctica de cada día de no ser, oblitera todo lo demás.
Metida en el infierno de mi día, pensaba si realmente
hay un infierno y no es una invención del hombre para mantenernos “humanos”. Igual
da, porque cada día perdemos más la sensibilidad que nos humaniza, y ya muertos viviremos
una eterna agonía. En ese infierno lo lógico es que no haya noche. Solo exista la ansiedad y el miedo… No haya descanso, y el pánico vaya en
crescendo. Como cuando nos ataca el insomnio y no podemos descansar.
Ayer en la noche, me quedé dormida, no tuve
pesadillas. Al, abrir los ojos, encontré que mis preocupaciones durmieron
conmigo, y todo sabe mal, huele mal. El único consuelo es que hoy también tendrá
una noche, y puedo pensar que después de la noche, no seré. Puro placebo que me
permite la imaginación…