lunes, agosto 17, 2015

Placebo

Ayer fue un día largo, desesperante. Uno de esos días en que parece que estamos de visita en el infierno.  En que todo va mal, sabe mal, huele mal y la única esperanza que tenemos es que llegará la noche, y en ella los olores, sabores, sensaciones se hacen más indistinguibles. Dormir es una antesala de la muerte, la práctica de cada día de no ser, oblitera todo lo demás. 
Metida en el infierno de mi día, pensaba si realmente hay un infierno y no es una invención del hombre para mantenernos “humanos”.  Igual da, porque cada día perdemos más la sensibilidad que nos humaniza, y ya muertos viviremos una eterna agonía. En ese infierno lo lógico es que no haya noche.  Solo exista la ansiedad y el miedo…  No haya descanso, y el pánico vaya en crescendo. Como cuando nos ataca el insomnio y no podemos descansar. 
 
Ayer en la noche, me quedé dormida, no tuve pesadillas. Al, abrir los ojos, encontré que mis preocupaciones durmieron conmigo, y todo sabe mal, huele mal. El único consuelo es que hoy también tendrá una noche, y puedo pensar que después de la noche, no seré. Puro placebo que me permite la imaginación…


Los relojes y el tiempo


Vivía en un mundo de tiempos.  Tiempo para levantarme, acostarme, ir al trabajo, salir, comer. Todo medido por relojes: uno en mi muñeca izquierda, uno en la pared de la oficina, en la cocina de mi casa, en el celular, en el teléfono inalámbrico, en la caja del cable, en la computadora. Siempre con una diferencia de minutos aunque tratara de mantenerlos al mismo tiempo.  Me di por vencida.  El reloj de mi auto nunca tendría exactamente la hora del que llevaba en la muñeca.

Recuerdo haber escrito de alguien que coleccionaba relojes y les daba cuerda para que sonaran a la misma hora. Debe ser ambicioso eso de mantenerlos en la misma hora para poder escuchar el coro de sonidos cada hora, en la hora. 

Cuando me retiré, elimine el reloj de muñeca.  El sol había grabado su imagen en mi piel, como un tatuaje. Los viejos luego de hacernos inservibles no necesitamos el saber la hora.  Nos levantamos cuando nos despertamos, comemos cuando tenemos hambre y nos quedamos dormidos cuando el sueño nos rinde. 

Nunca pensé que los relojes, por ignorados, comenzaran a hacer  valer su presencia. Ahora, cuando arrastro los pies para caminar, cuando siento la respiración alterada por algún esfuerzo, sé que no importa que no lleve reloj.  La raza humana, no puede hablar por otras, tiene un reloj interno.  Uno que a su ritmo, marca que hay tiempo para vivir, y tiempo para morir.