martes, junio 30, 2009

La mirada del llanto

Antes lloraba con frecuencia, ya no llora. Aprendió que no resolvía nada, e igual, hay hombres que se enfurecen cuando ven a una mujer llorando. Le bastó que uno, demasiado borracho para recordarlo al otro día, se lo dijera en mala forma. A los demás, a los que les causa placer hacer llorar a una mujer, decidió no darles gusto. Endureció su corazón porque para no llorar fue necesario. De vez en cuando, ante algo que la enternece o la conmueve, siente una extraña humedad en los ojos, sensación que no acepta ni reconoce, y mientras dura la conmoción, esconde la mirada.

lunes, junio 29, 2009

Elena y los cambios

Elena le teme a los cambios y los riesgos que estos conllevan. Prefiere mantenerse sentada en algún rincón, escondida, para que la vida cuando pasa no la vea. Eso sí, ha tenido que mudarse de sitio: antes tenía trabajo y se sentaba en su casa, más o menos cómoda; ahora lo hace en la acera, en cualquier esquina, por si alguien la ve y le regala alguna moneda.

jueves, junio 25, 2009

Cuco en mi cabeza

Mi hermana tiene la costumbre de dar su segundo nombre cuando en algún lugar, para llamar su turno, le preguntan cómo se llama. Así, María se convierte en Isabel porque, según dice, María es un nombre común. Mi amiga Isabel se cambia el suyo a Luisa en casos similares. Yo, que nunca quise llamarme como me llamo, soy incapaz de decir que me llamo Patricia (como me habría gustado), o Margarita (como me habría conformado), y doy mi verdadero nombre.

El que no me guste mi nombre es lo de menos, porque tampoco me gusta mi cara, ni el que mi cerebro se niega a pensar y mi boca a articular palabra alguna cuando me dirige la palabra alguien. No solo alguien a quien quiera impresionar, o alguien que me imponga con su sola presencia, alguien es cualquiera. Estoy tan acostumbrada a estar sola y en silencio que me turba el tener que sostener una conversación.

Hay una sola cosa mía que amo sin reservas. Hace más de cuatro años, en un momento de debilidad y también de soledad, luego de decir que no me expondría más a perder uno, adquirí otro pajarito. Al principio, con mucho miedo y timidez de parte de ambos, y ahora con la confianza que dan los años convividos, Cuquito escucha mis historias, interviene en mis llamadas telefónicas, se niega a dejarme dormir una siesta durante el día, y me levanta apenas amanece. No acepta la tranquilidad de su jaula si estoy en casa, y para llamar mi atención si se siente ignorado no le arredra picarme los pies. Su lugar favorito para acampar es mi cabeza, especialmente si sospecha que planifico salir. Le encanta jugar al esconder y ha aprendido a silbar de una vecina porque yo, hasta hace muy poco, no podía hacerlo.

Nunca le he preguntado a Cuquito si le gusta su nombre, pero no creo que le importe que es uno muy común, como imagino que tampoco le importa no tener plumas en el cuello. Cuando lo traje a casa la única palabra que sabía decir era Cuquito y no tuve valor para cambiarle el nombre. Le llamo Cuquito, Cuco, Cuquín, o cualquier variante que se me ocurra. Aunque a veces, como el Chavo del ocho, “me desespera”, se me hace muy difícil pensar que él no estuviera.

Te quiero en mi cabeza, Cuco. Besos…

sábado, junio 13, 2009

El espejo y la imagen

No estaba segura de cómo había comenzado a desaparecer su imagen, a pesar de que tenía claro el cuándo. Un día el espejo reflejaba su rostro, un rostro conocido que, al transcurrir de los días, se fue difuminando hasta solo quedar el vaho de quien fue, mancha imposible de remover de la superficie del espejo.

No le habría preocupado no tener imagen solo que la depresión que siempre la acompañaba se había agudizado con la pérdida. “Si tan solo encontrara mi imagen…”, pensaba, convencida de que al recobrarla sería diferente.

Consultó médicos ortodoxos que la miraban como quien mira a alguien que no está en sus cabales y más de uno le sugirió que el problema radicaba en su cerebro. Pero ni siquiera los más versados en el tema de las condiciones y enfermedades mentales podían ayudarla. La solución a su problema no estaba en la medicina tradicional le dijo alguno un poco más arriesgado y, tomando esas palabras cual consejo consultó a un brujo de renombre. Siguió sus instrucciones al pie de la letra sin éxito. Su imagen se negaba a reflejarse en el espejo y el brujo le habló de seres poderosos y de hechizos más fuertes que cualquiera conocido en la tierra.

Entonces escuchó hablar de un médico cristiano que hacía milagros con su ciencia. Y porque la fe está por encima de todo acudió a él y se sometió al dogma de la aguja y las corrientes sin emitir quejido porque los milagros conllevan sacrificios. Para cuando se dio cuenta que el dios de su médico no era el dios de la fe, se llegó a una sacerdotisa que predicaba en el monte, una mujer vieja y arrugada que con voz dulce le habló de la fuerza de la mente y la necesidad de integrarla con el cuerpo. Vivió con ella meses practicando el ayuno, caminando descalza sobre suelo rocoso, compartiendo con gentes como ella, sometiéndose a exorcismos y a imposición de manos sin lograr ver su rostro en el más profundo y claro de los lagos.

Decepcionada regresó a su mundo y encontró un tallador que prometió hacerle un rostro que tuviera imagen. Talló con cincel y martillo el rostro y cuando estuvo satisfecho le entregó un espejo. Por primera vez en muchos años vio el reflejo de una imagen en la superficie. Pasó muchas lunas contemplándola, intentando encontrar la suya y no aquella de la cual el artífice se sentía tan orgulloso, y un día se dio cuenta de que la imagen había comenzado a esfumarse.

jueves, junio 11, 2009

Gracias

Palabras como rosas y Escritos de oro











Gracias Carol (http://carolejosdelmundanalruido.blogspot.com/) por generosamente compartir estos premios.

jueves, junio 04, 2009

Nominación para mejor blog literario: Azules Naranjas


El blog Azules Naranjas ha sido nominado para mejor blog literario en la categoría de literatura. Para votar por él, ingresa a http://www.escobarlarevistapremia.blogspot.com/, o escribe a escobarlarevista@gmail.com.

Agradecemos tu apoyo.

Amándolo

En ocasiones siente sus brazos que protectores le rodean la espalda. Toda ella florece de amor, y un cosquilleo, grata sensación de plenitud, la envuelve. Se regodea en el sentir de sus manos, en el olor que emana de su cuerpo cuando están juntos, mezcla de sudor, de saliva y aceites de eucalipto y almendra. Siente su aliento en el cuello y el roce de sus labios en la piel e involuntariamente su cuerpo se arquea buscándolo. Mantiene sus ojos cerrados para que la luz del sol que irrumpe por la ventana abierta no rompa el hechizo haciendo que el espejismo se esfume.

martes, junio 02, 2009

Aurorita y sus muñecas

Apenas la criada terminó de acomodar la ropa en las gavetas, Aurorita se levantó de la silla en que había estado sentada tomando el té en el diminuto juego de té de fina porcelana, regalo de la abuela. La acompañaban Bruno, el oso marrón que había perdido una oreja y Alissa, la muñeca rubia, su preferida, la única que aún conservaba su melena. A las otras les había cortado el cabello al rape como castigo por no querer obedecerla, siempre empujándose y cayendo una sobre la otra en lugar de mantenerse quietas en el estante.

Como su estatura no se lo permitía, la pequeña arrimó su silla al armario y se subió a ella para inspeccionar las gavetas. Doris había colocado la ropa en los cajones correctos pero había olvidado organizar por colores los rollitos de las bragas, los refajos y las camisillas los que además, no estaban lo suficientemente apretados de forma tal que no formaban hileras perfectamente rectas.

Consideró darle la queja a su madre pero a sus cinco años precoces sabía que esto causaría una conmoción resultando en el despido de la criada. No quería que eso sucediera, Doris era la única quien en las noches le cantaba hasta dormirla y le hacía compañía cuando despertaba a gritos y temblando a causa de sus pesadillas. Eso sí, buscaría la forma de castigarla porque era tiempo que hiciera las cosas como se le ordenaba; obedecer las reglas de la casa era imprescindible. Aurorita tenía bien claro que todos tenían que cumplir con la disciplina establecida para no causar molestias innecesarias a su madre.

Tomó a Bruno por su única oreja y lo colocó en su lugar entre sus muñecos de peluche. Más de uno, por desobediente, había perdido ambas orejas, y uno que otro además alguna extremidad. Al levantar a Alissa, la muñeca tropezó con una de las tacitas de té la que se hizo añicos al caer al suelo. Con desagrado colocó a la muñeca en el estante con las otras, ahora no tenía tiempo de raparle la cabeza. Había escuchado la campanita con que su madre anunciaba a todos que la cena estaba lista y no podía retrasarse.

Se miró al espejo y estiró su vestidito con las manos para evitar que se viera estrujado. Antes de colocarse la especie de cofia que siempre llevaba puesta, se acarició la cabeza y sonrió al sentir los pelitos que comenzaban a apuntar nuevamente. Su madre le había prometido que si se portaba súper y extra bien, le dejaría crecer el cabello.