miércoles, diciembre 30, 2015

Daniela


Hace muchos años parí a Patricia.  Ella era todo lo que yo quería ser.  Desinhibida, libre, hermosa. Su personalidad era tan fuerte que poco a poco se fue apoderando de mí. Asustada ante mis desacostumbradas reacciones, tuve miedo.  No pensé las consecuencias y la maté.  Era mi creación, mi alter ego, y yo tenía el derecho a destruirla.  Cómo hubiese sido mi vida si no la hubiera enterrado junto a tantos otros sueños, lo desconozco.

Lo único que de cierto sé, es que de ella ya no queda nada.  Los golpes de la vida recibidos desde entonces acabaron por destruir toda posibilidad de que pudiera levantar la cabeza de donde la enterré. De mis muertos, es una que quedó bien enterrada, incluso olvidada.

Hace unos días, hablando sobre mi nombre y lo mucho que me disgusta, mencioné a algunos amigos del difícil parto y luego del enterramiento de Patricia. Me sugirieron que creara una nueva Patricia, una igual pero diferente.  Daniela.  Que Daniela pudiera llevar acabo aquello que quedó incompleto al matar a Patricia.

Acaricié la idea por varios días. Puedo intentarlo, me decía. Daniela es un bonito nombre. Una mirada al espejo me hizo aceptar la realidad.  Ya es demasiado tarde.  Lo siento mucho Daniela, moriste antes de nacer.

viernes, diciembre 25, 2015

Es Navidad


Mientras intento encontrar sentido a la Nochebuena me encuentro más enajenada del mundo. No puedo comprender por qué a más intento encajar con los demás, menos lo hago. Practico todos los pasos para que estén correctos, intento seguir el ritmo de los otros, pero es imposible encajar si eres diferente. Encajar círculos en cuadrados o viceversa, es imposible. Espero más de las personas que lo que pueden o están dispuestos a dar. Por años traté, me doblé, me acomodé, anoche comprendí que cada cual es como es, y el que no me resigne no es culpa de ellos, es la mía, que vivo en lalaland, pensando que los seres humanos somos más sinceros, más dados de lo que realmente somos. Los demás cumplen con el expediente, yo me entrego.  Mala mía que las causas son falsas.

Para la Nochebuena próxima, si estamos vivos, Cuquito y yo la pasaremos en casita, en nuestra rutina…
 


miércoles, diciembre 23, 2015

Ya no sueño


De afuera, me llega el ladrido de un perro y con dificultad me siento en la cama.  Quiero levantarme, lo intento y no puedo. Vuelvo a dejar caer mi cabeza sobre la almohada, mis piernas rígidas colgando fuera del lecho. No tienen la fuerza para sostenerme. No me importa.  Soy completamente honesta, no me importa. Qué claro lo veo ahora, no quiero seguir viviendo.  Al ladrido del perro se han añadido los de otros y decido quedarme acostada.  Subo las piernas con dificultad y me arropo, me hago sorda a los sonidos de la calle, cierro los ojos, y finjo que soy un alma perdida y no pienso nada más que en la letanía que repito incesante, palabras que intento poner en orden gramatical, pero que tienen el mismo significado: escuálido, esquelético, famélico… y las termino y vuelvo a comenzar y pierdo una y recomienzo esperando encontrarla, y me voy quedando dormida y no la encuentro o sí la encuentro pero pierdo otra, y me hundo en este dormir que me permite estar como muerta, porque no sueño, ya ahora, nunca sueño…


Feliz Navidad

Cuquito y yo les deseamos una feliz navidad...

sábado, diciembre 19, 2015

Mi foto de perfil en Facebook


Cambié mi foto de perfil en Facebook.  Por primera vez en más de diez años, publico una foto de frente, en que pueden apreciarse los daños que causó la parálisis facial del 2001. Igual que Nueva York perdió su perfil cuando se derrumbaron las Torres Gemelas, y muy poco tiempo después, perdí la sonrisa y se impactaron los músculos del lado izquierdo de mi cara haciendo los movimientos del ojo más lentos.
Al igual que los primeros que llegaron a socorrer a los atrapados en las Torres Gemelas, necesito ayuda.  Leo que el presidente firmará para un fondo de $8.1 billones para mantener la atención médica de estos héroes cuya salud quedó afectada, fondo que se estima durará hasta el 2090.  Son héroes anónimos la mayoría sufriendo los estragos de haber sido capaces de arriesgar su vida sin pensarlo dos veces.

Yo soy una mujer silente, sin rasgos heroicos de clase alguna, solo con el dolor de haber perdido su tarjeta de presentación, tener fobia al espejo, no sonreír nunca y haber aceptado la soledad como compañera.  Debo estar madurando porque la foto en Facebook revela quién soy físicamente ahora.  Para mí no habrá un fondo de tratamiento y no hay cura.  Una mujer robada de la vanidad que pienso que alguna vez tuve, ahora olvidada. 

Nada comparable con la valentía de esos titanes, nada que dé valor al sufrimiento mío.  A la gente le basta con decir que son “cosas mías”, “que no se nota” …
No es cierto, la mentira ni siquiera sirve de placebo, pero quizás desaparezca el peso de estar escondiendo mi rostro y recobre algo de la alegría que tuve…

lunes, noviembre 30, 2015

La naturaleza


La naturaleza gustaba de cambiar un poco todos los días, así evitaba caer en la monotonía, y mantenía a sus habitantes desorientados, y siempre alertas. Donde cambiaban las estaciones era más fácil, porque podía adornar un día con nieve blanca, y al otro día, subir la temperatura, y acabar todo en un lodazal. Divertidísimo ver la gente que el día antes se hundía en la nieve, maldiciendo al otro, el barro en los zapatos.

En aquellos lugares menos cambiantes, tenía otras artimañas, la de ciclones, huracanes, tormentas tropicales, tornados y maremotos que hablan ocurrido tan sólo porque la madre naturaleza quería ver a sus hijos afanarse, y saber que contra ella, nadie podía.

Pero la verdad era que últimamente eran más numerosos y hasta más severos los desastres naturales causados por la intervención del hombre. Y es que a esa especie, no se le ocurría nada bueno. En nombre del progreso y del adelanto tecnológico estaban haciendo barbaridades que le quitaban el control y la dejaban a expensas de ellos, lo que la tenía en un estado de depresión continuo. Estaba ocupada en la reforestación de áreas verdes afectadas, como era de esperar, por hombres, cuando la nihilidad le cayó encima. Para qué, si nada dura, si el hombre iba a seguir haciendo lo suyo….

Dada como estaba a trabajar en las áreas verdes cuando la nihilidad se le vino encima, las especies, aterrorizadas de caer en el nihilismo también, desaparecieron de la faz de la tierra y comenzaron a profesar un mimetismo sin precedentes. Poco a poco, la tierra se fue poblando de especies que en su evolución se fueron tornando verdes. El globo terráqueo se fue tornando verde, porque los seres verdes ocupaban la tierra y solo el azul del mar competía con el verde.

La natura1eza un día abrió un ojo, y luego el otro, y se vio hermosa, la primera vez en siglos, en que eso pasaba. Su vestido verde y azul le fascinaba. Entonces sintió mas que vio movimiento entre lo verde. Era un hombre… verde… porque la raza humana también había evolucionado y un intrincado sistema de raíces le permitía la movilidad. Entonces se percató de que no todo lo verde brillaba, y que había accidentes verdes… por intervención de hombres verdes… y volvió a caer en la nihilidad.

 

domingo, noviembre 29, 2015

De vuelta

Después de meses de silencio, estoy de vuelta. Más animada, llena de sueños, o ¿debo llamarlas fantasías? No importa.  Nada ha cambiado, pero todo ha cambiado.  Quiero que el tiempo que pueda quedarme (poco o mucho), cuente... 

viernes, septiembre 04, 2015

Ahmed

El desierto se había convertido en monte luego de la tormenta.  Era como si toda la arena se hubiese aglutinado para crear una inmensa pirámide, tan sólida, que cualquier esfuerzo por derrumbarla había sido en vano.  Los camellos resbalaban impedidos de avanzar en aquel suelo de piedras que habían quedado al descubierto. 
Decidieron darle un descanso a los animales que empezaban a endosarse, rebeldes.  Tanto estos como  el pequeño grupo de hombres tenían sed porque en el camino, el único oasis lo habían encontrado seco.  Ahmed salió en busca de algún otro lugar a que pudiesen llevar los camellos a refrescarse. 
El cielo se teñía de atardecer cuando llegó a un lago. Este se nutría de una cascada de agua que se deslizaba por un imponente peñasco. Se sintió perdido e intentó dar la vuelta a la roca solo para descubrir que era parte de una inmensa formación, en la que crecía vegetación.  Era el oasis más grande que habría imaginado.
          Quería sentirse dichoso por su descubrimiento, pero la noche se venía abajo y no había ni siquiera señas en las piedras del camino recorrido. Cansado, perdido, era imposible regresar; por fuerza, esperaría al día para intentar descaminar el camino hasta encontrar el grupo de hombres y camellos que le esperaban sedientos.  Maldijo el tiempo y la noche, y se fue durmiendo con el acompasado caer del agua.
Soñó que caminaba y caminaba, hasta encontrar una inmensa montaña de oro que valía mucho más que el petróleo. ¡Era rico! Ya no más cabalgar por el desierto con la desesperación por encontrar agua, ni sentirse la lengua pesada por la arena, ni los ojos ciegos y el cuerpo adolorido. Tendría un lugar seguro donde vivir, tendría el agua que caía en el lago, podría tener consigo a su mujer, a sus hijos.
Despertó con el sol de la mañana castigando su espalda desnuda, consciente del preludio a una nueva tormenta de arena. Sin agua, legos de su grupo, ante una inmensidad de arena, él, su fantasma.   


lunes, agosto 17, 2015

Placebo

Ayer fue un día largo, desesperante. Uno de esos días en que parece que estamos de visita en el infierno.  En que todo va mal, sabe mal, huele mal y la única esperanza que tenemos es que llegará la noche, y en ella los olores, sabores, sensaciones se hacen más indistinguibles. Dormir es una antesala de la muerte, la práctica de cada día de no ser, oblitera todo lo demás. 
Metida en el infierno de mi día, pensaba si realmente hay un infierno y no es una invención del hombre para mantenernos “humanos”.  Igual da, porque cada día perdemos más la sensibilidad que nos humaniza, y ya muertos viviremos una eterna agonía. En ese infierno lo lógico es que no haya noche.  Solo exista la ansiedad y el miedo…  No haya descanso, y el pánico vaya en crescendo. Como cuando nos ataca el insomnio y no podemos descansar. 
 
Ayer en la noche, me quedé dormida, no tuve pesadillas. Al, abrir los ojos, encontré que mis preocupaciones durmieron conmigo, y todo sabe mal, huele mal. El único consuelo es que hoy también tendrá una noche, y puedo pensar que después de la noche, no seré. Puro placebo que me permite la imaginación…


Los relojes y el tiempo


Vivía en un mundo de tiempos.  Tiempo para levantarme, acostarme, ir al trabajo, salir, comer. Todo medido por relojes: uno en mi muñeca izquierda, uno en la pared de la oficina, en la cocina de mi casa, en el celular, en el teléfono inalámbrico, en la caja del cable, en la computadora. Siempre con una diferencia de minutos aunque tratara de mantenerlos al mismo tiempo.  Me di por vencida.  El reloj de mi auto nunca tendría exactamente la hora del que llevaba en la muñeca.

Recuerdo haber escrito de alguien que coleccionaba relojes y les daba cuerda para que sonaran a la misma hora. Debe ser ambicioso eso de mantenerlos en la misma hora para poder escuchar el coro de sonidos cada hora, en la hora. 

Cuando me retiré, elimine el reloj de muñeca.  El sol había grabado su imagen en mi piel, como un tatuaje. Los viejos luego de hacernos inservibles no necesitamos el saber la hora.  Nos levantamos cuando nos despertamos, comemos cuando tenemos hambre y nos quedamos dormidos cuando el sueño nos rinde. 

Nunca pensé que los relojes, por ignorados, comenzaran a hacer  valer su presencia. Ahora, cuando arrastro los pies para caminar, cuando siento la respiración alterada por algún esfuerzo, sé que no importa que no lleve reloj.  La raza humana, no puede hablar por otras, tiene un reloj interno.  Uno que a su ritmo, marca que hay tiempo para vivir, y tiempo para morir. 

martes, julio 28, 2015

Es tiempo de decir la verdad


Te invito a sentarte frente  a mí;  lo haces sin ganas.  Me imagino que a estas alturas de tu vida lo menos que esperabas es estar ahí, expuesto. Estás avejentado, pero no te lo digo. Hace tiempo aprendí a callar aquello que no halaga, y odiaría que me dijeras lo mismo.  Me está siendo difícil envejecer, es lo más difícil que hacemos las mujeres.

Me estás estudiando, evaluando, ¿qué piensas? Supongo que debería preguntarte, al menos por cortesía, que cómo estás.  ¿Sabes?  No me importa en lo absoluto.  Solo sé que tenerte junto a mí, tan cerca, ha revolcado intensos sentimientos que usualmente trato de no enfrentar.

Te detesto. Es posible que lo sepas, porque me fui de tu vida tan de repente. A veces teorizo que realmente no esperabas que lo lograra, había hecho tantos intentos fallidos. Pero sí lo había intentado y no te lo oculté. Pensabas que era demasiado débil, que me faltaba voluntad, que eran chiquillerías mías…

 Estás sentado junto a mí y eres el agente de mi desgracia.  No pude nunca sobreponerme al daño que me hiciste.  Si alguna vez albergué la esperanza de poder fraguar una vida, ahora sé que el daño fue demasiado grande, por demasiado tiempo. Quería una nueva oportunidad de casarme, de formar un hogar, aunque fuese sin hijos.  Descubrir las alegrías del diario vivir, la pasión del amor, la dicha de compartir aventuras, sentir que tenía una familia, amigos… que era amada. No pude.

Me asfixia la rabia de pensar que tú aparentemente, lograste rehacer la tuya, dejando la mía deshecha. Espero que nunca hayas sido feliz. Que en las noches te acose el remordimiento por lo que me hiciste.  Que te hayas dado cuenta que antepusiste tu familia a mí, olvidando el compromiso que tenías conmigo desde el momento de casarnos. Que nunca cumpliste con tus deberes de esposo, que me dejaste abandonada emocionalmente, fingiendo ante los demás un apoyo que nunca me diste.  Tú sabías lo que estabas haciendo, no hay de otra. 

Quisiera creer que no podías evitarlo, pero eso no te hace inocente.  Como el pedófilo que prefiere ser castrado antes de dar rienda suelta a sus deseos, pudiste darme la libertad que me merecía, sin manipulaciones, sin falsas promesas, sin la mentira del te quiero insinuado, nunca dicho ni sentido.

Te deseo cien años de la vida que me diste… y no serían suficientes para pagar la deuda que tienes conmigo…

lunes, julio 13, 2015

Burbujas de jabón y el toque de Midas


Ya no hago burbujas de jabón, tampoco las hago de sueños.  Con el tiempo he ido perdiendo ilusiones y no espero mucho de la vida.  Reconozco que las personas que tienen metas, fantasías, quimeras, como quieran llamarlas, son más felices. Yo no tengo.  No me las quitaron los golpes de la vida, porque mirando a mi alrededor  reconozco que hay cruces mucho más pesadas que la mía. Tengo salud, un techo, comida segura, y venido a ver, tengo más de muchas cosas que  no necesito de lo que el promedio de la gente tiene. Eso sí, tengo la mala costumbre de decir que estoy sola, que me habría gustado tener un compañero. Que tuve tres que no hacen uno es cierto.  La cuestión es que eso es lo único que deseo y no tengo y cae dentro del toque de Midas.

Hace años me di cuenta que soy portadora del toque de Midas. De una especie de él de la que pienso que padecemos muchos.  Ese que hace que tan pronto mis dedos acaricien al sujeto, cambie su consistencia. Para mal, claro está. Lo aclaro por aquello de alguno que no pasó nunca por la experiencia y fue incapaz de captar el sentido. Esos, tengo la impresión, andan por la vida sin madurar, niños mirando las  estrellas; o son capaces de hacer la limonada y luego ver el vaso medio lleno.  Actitudes de vida  que envidio porque les permite ser felices, incautos pero felices.

Por decir que proviene de algún sitio, diré que los que tenemos esa especie de toque de Midas, lo heredamos. Afortunadamente la mayoría de los pacientes llegamos a un punto tal en que nos damos cuenta de lo que nos estamos haciendo y gritamos: “no más”.  Es entonces cuando dejamos de hacer burbujas de sueños. O al menos, burbujas de sueño en que estamos acompañadas.  Y si hemos llegado a un punto tal en que la única burbuja que nos interesaba era esa, nos va mal, porque ya ni soñamos, ni hacemos burbujas.  Entonces nos ponemos a pensar en la muerte.

En las últimas semanas me he dado cuenta de que la muerte, el pensamiento de ella, el temor a ella, nunca está muy lejos.  Y claro, prontamente hago la distinción: no, si a la muerte no le temo, a lo que le temo es a la forma.  Quedarme muerto dormido en mi cama, o viendo tranquilamente una película en el cine, a esa muerte no le tengo miedo.  Es a la otra, a la que te va arañando hasta que ya no queda casi nada de ti, pero tienes que seguir vivo hasta que tu espíritu este listo para elevarse. Me pregunto cuál será el consuelo de aquellos que piensan que después de esta vida no hay nada.  Se sufre muriendo ¿para nada?  ¡Qué asco! 

Yo al menos, estoy segura que después de este mundo hay otro.  Otro que es más feliz, más hermoso y tranquilo.  Pero por más convencida que estoy, le tengo miedo al proceso de la muerte.  No puedo espantarlo de mi lado como si fuera una mosca, porque no lo es.  Es un hecho de vida: hoy estamos vivos, un día cualquiera ya no.

Lo peor es que nos ponemos a mirar a las personas que reciben el impacto de la muerte de un ser querido.  Una de esas muertes a destiempo: una no esperada, un accidente o una enfermedad que se lleva a alguien en la edad en que los seres humanos comenzamos a alcanzar la cima.  Tras los días traumáticos viene, poco a poco, ¡bendito sea Dios!, el consuelo.  Y un día cualquiera nos damos cuenta que es cierto eso de “el muerto al hoyo…” El espacio que ocupamos es tan chico.

Es difícil pensar que no somos el ombligo del mundo: sin mí no estaríamos donde estamos… Pero no es así. La realidad es que estamos a dónde la vida nos lleva no donde queremos nosotros estar.  Que si fuera donde queremos nosotros, yo andaría en una burbuja de colores, con un compañero, libre del toque de Midas.

lunes, junio 29, 2015

Las partes del cuerpo


Para alguien que quiere borrarse o trasmutarse tal parecería que el cuerpo no es importante.  No voy a jugar el juego de cuál partes es más o menos importante; si tengo que estar aquí, quiero todas mis piezas.  Las originales, por favor.

Debido al tipo de trabajo que hacía, regularmente entrevistaba empleados incapacitados.  El caso más doloroso que recuerdo es de un antiguo compañero, amigo personal, a quién dejé de ver por varios años.  Cuando vino a visitarme, acompañado de su esposa para que le orientara en cuanto a los beneficios de Seguro Social, venía en un sillón de ruedas.  Víctima de una cruel y galopante diabetes, había perdido ambas piernas y dedos en las manos.  Ahora me pregunto si le preocupaban las partes de su cuerpo que había perdido o aquellas más que podía perder.  ¿Cómo elegir qué parte del cuerpo resulta más importante si cada una de ellas tiene una función?
 
En el 1995 perdí el útero y los ovarios poniendo punto final a la pregunta de si tendría o no  hijos, la que se había hecho prácticamente académica al divorciarme en el 1992.  No me dolió perder mis órganos internos, me dolió perder la capacidad de elección que hasta entonces pensé que tenía.

En el 2001 perdí mi imagen, y esa que es un concepto y no una parte que aún me duele haber perdido.  Tengo que reconocer sin embargo, que me dolería más perder, como mi amigo, alguna extremidad.  Me pregunto si en las vueltas que da el mundo tendré que enfrentarme a esa posibilidad y para entonces trataré de negociar con Dios: “si me quitaste la imagen, por qué quitarme algo más… ¿No te parece que ya me quitaste lo suficiente?”

domingo, junio 28, 2015

Daniela y lo imposible


Hace muchos años parí a Patricia.  Ella era todo lo que yo quería ser.  Desinhibida, libre, hermosa. Su personalidad era tan fuerte que poco a poco se fue apoderando de mí. Asustada ante mis desacostumbradas reacciones, tuve miedo.  No pensé las consecuencias y la maté.  Era mi creación, mi alter ego, y yo tenía el derecho a destruirla.  Cómo hubiese sido mi vida si no la hubiera enterrado junto a tantos otros sueños, lo desconozco.

Lo único que de cierto sé, es que de ella ya no queda nada.  Los golpes de la vida recibidos desde entonces acabaron por destruir toda posibilidad de que pudiera levantar la cabeza de donde la enterré. De mis muertos, es una que quedó bien enterrada, incluso olvidada.

Hace unos días, hablando sobre mi nombre y lo mucho que me disgusta, mencioné a algunos amigos del difícil parto y luego del enterramiento de Patricia. Me sugirieron que creara una nueva Patricia, una igual pero diferente.  Daniela.  Que Daniela pudiera llevar acabo aquello que quedó incompleto al matar a Patricia.

Acaricié la idea por varios días. Puedo intentarlo, me decía. Daniela es un bonito nombre. Una mirada al espejo me hizo aceptar la realidad.  Ya es demasiado tarde.  Lo siento mucho Daniela, moriste antes de nacer.


miércoles, junio 24, 2015

Reviviendo el pasado


Sueño mucho en los últimos tiempos. En la mayor parte de las ocasiones, al despertar, solo recuerdo retazos, los que pierdo tan pronto tomo conciencia del día.  Siempre queda un leve detalle, el recuerdo de un objeto en mis manos, el sentimiento de opresión en el pecho, la angustia, la ansiedad.  Lo suficiente para saber que aunque lo haya olvidado, es el tema de siempre. Es curioso que es ahora, después de tantos años, que de esta forma traiga las memorias que pensé olvidadas. No estoy segura que lo hiciera de forma consciente, más bien pienso que intentaba protegerme de un pasado que aún me resulta doloroso. Lo llaman trastorno de estrés postraumático, y usualmente los síntomas comienzan inmediatamente, pero, en algunos casos, pueden tomar años en hacerse patentes.

Le tengo miedo a estos sueños.  A pesar de la psicoterapia, no creo estar preparada para enfrentar la realidad pasada.  Yo misma pienso que es tonto que después de tantos años tenga que estar coqueteando con aquello que creí enterrado. Tener que pasar por el proceso nuevamente, reconocer que no he podido lidiar con ello, el temor de caer en una depresión, me asusta. Por el momento, se me ocurre que mientras los sueños se evanescan  estoy fuera de peligro.

martes, junio 16, 2015

Disturbios


Me sorprende la facilidad con que antes escribía de mis sentimientos y experiencias, sin pudor alguno.  Ahora me es prácticamente imposible y prefiero utilizar mi tiempo leyendo a caminando en algún centro comercial.  Es tiempo desperdiciado, al menos aquél en que camino por las tiendas sin comprar pero me pregunto si me estoy protegiendo.  Dejar mis inquietudes y ansiedades plasmadas en algún lugar, tomar el tiempo para escribirlas, ponerme en contacto con la forma en que realmente me siento, me acobarda.  No quiero caer nuevamente en el profundo hueco en que estuve.  Me ha tomado tanto tiempo salir de él.  Volver a sentirme tranquila, incluso, en ocasiones, feliz.  Perderme nuevamente en el bosque oscuro en que deambulé por más de un año es mi pesadilla.  Si me aturdo en cosas que no me hagan enfrentarme al espejo, mirarme por dentro y por fuera (mi espejo hace la radiografía de sentimientos), estoy salva.  Desconozco cuánto es el tiempo en que, como si fuera un avestruz, puedo enterrar mi cabeza en tierra, pero mientras pueda, aunque tenga que dejar de escribir, trataré de no enfrentarme a mi imagen.

sábado, mayo 30, 2015

El camino

Culpé al camino mismo porque se me escondía.  Luego culpé a los otros pensando que creaban espejismos para hacerme perderlo. Escenarios hermosos pero falsos, que me atraen como los objetos brillantes a los niños y a los pajaritos.
 
Ahora, en esta parte del sendero en que me encuentro, me doy cuenta que no puedo culpar a los demás, ni siquiera al camino. Si en alguna bifurcación pierdo la vía, o tomo lo que parece ser la senda equivocada, es porque voy abriendo brecha.  Eso hacemos todos. Lo queramos o no, eso es la vida

sábado, mayo 02, 2015

Liviandad


Me gusta sentarme en el borde de la fuente frente a Macy’s, ver a la gente pasar.  Algunas se sientan al lado mío a disfrutar un helado.  Yo salto con las gotas de agua que se escapan del chorro que cae, me meso con las notas del acordeón que escucho al subir a la terraza, vuelo con los suspiros de las jóvenes que esperan.  Soy parte del universo, mucho menos que un punto en la galaxia.  Sé que en algún momento habré de rendir cuentas, mientras disfrutaré de la libertad que gozo: libre del cuerpo que me pesaba demasiado, soy diminuta ave que visita lugares donde disfrutó de alegrías.  No puedo arrepentirme porque el dolor era demasiado; estoy dispuesta a enfrentarme a las consecuencias de mis actos.  Atesoro cada momento de esta liviandad…

miércoles, abril 29, 2015

Deforme


Es mi cumpleaños, y con este llego al umbral de la vejez. Me miro al espejo pero no me encuentro más vieja, si no fuera por la deformidad en mi cara supongo que incluso me vería más joven de la edad que tengo.  Pero la deformidad está ahí, no importa que mis amigos me digan que apenas se nota.  Hay algunos que dicen que no se nota para nada, como si yo  hubiera nacido ayer y no pudiera comprobar que el reflejo es el mismo rostro en las fotos.  Eso y las treinta libras de peso que he aumentado, que se enroscan en la cintura y el abdomen como un tubo de playa, me hacen sentir la edad que tengo y más. 

El peso podría perderlo, pero, en realidad, para qué… Es capaz que la cara se cae más y los pellejos del estómago afean la figura y a la larga, aunque rebaje, voy a seguir teniendo la cara deforme.  He intentado perder algunas de las libras, pero cuando llego al postre (¿me lo como o no?), acaba pensando que la triste verdad es que con la cara deforme, un cuerpo, por más escultural que fuera, no haría mucha diferencia.

Aumenté con las pastillas para la depresión que me tumbó cuando el último tratamiento para corregir el rostro, falló. La aceptación que mi rostro se iba a quedar como estaba, a pesar del dinero y el sufrimiento invertido fue un garrotazo ruin.  Caí en la cama sin deseos de vivir, sin poder pasar alimento sólido alguno, lo que habría sido perfecto para lograr el suicidio si lo hubiese aprovechado. De verdad quería morirme. 

Cuando al fin pude levantarme, aunque aún quería morirme, me dio con comer. Comer todo lo que me engordaba: podía hacerlo porque estaba tan flaca que los pellejos se habían ido cayendo y colgaban de mis muslos y brazos.  Jugaba en la cama con ellos cuando todavía no podía comer. Después poco a poco, el gimnasio me ayudó a recuperar la tonicidad, pero seguí aumentando de peso y nada alcanzó devolverme el deseo de vivir.

Hoy que es mi cumpleaños y me miro al espejo, y veo mi cara deforme, y mi cintura gruesa y el abdomen protuberante, y me siento vieja, siento un repelillo que hace que vaya a la cocina por un vaso de agua.

Para algo más que engordarme habrán de servir los antidepresivos.

lunes, abril 20, 2015

Un día, cada día...


Los días se concatenan, y si bien mi cuerpo descansa, mi cerebro no deja de trabajar.  Da vueltas y vueltas sobre las mismas cosas.  Me parece que voy a perder lo que pueda quedarme de mi salud mental.  Debo estar jugándome bromas,  ¿Cuál salud mental?  Casi no puedo moverme (no tengo energías), todo me requiere un esfuerzo tan brutal que, aunque logre sentarme, me voy deslizando poco a poco hasta caer acostada. Me retuerzo preocupada de qué va a ser de mí.  La casa de mi hermana es un refugio, por ahora, mientras ella pueda soportarme.  Los viajes al médico, a la farmacia, me debilitan y añaden a mi angustia, y al mal humor de ella, que tiene que llevarme porque me da miedo conducir.  La lengua me pesa y no quiero hablar con nadie y mis amistades han dejado de llamarme.  Yo tengo la culpa porque no quiero hablarles.  Sorprendo a mi hermana charlando por teléfono con una amiga sobre mi estado de salud, y reconozco por su voz que lo ha dicho a todos: el sacrificio que es para ella el atenderme, estar pendiente que coma, que me levante, que me bañe.  Está cansada.  Con razón me digo, no la culpo, pero alguien tan privado como yo…

Si lograra levantarme y volver a ser quién era, ¿me miraran todos con pena? O realmente, sus simpatías están con mi hermana, con la lucha que lleva conmigo. Quiero morirme, tengo que morirme, me digo.  Dejo de tomar agua pensando que posiblemente es la única forma en que me pueda dejar morir.  Afuera aúlla un perro e imagino que alerta sobre mi muerte.  Cierro los ojos y entro al mundo de los que duermen sin soñar, porque ya no sueño, ni tengo metas, ni fantasías y menos aún, la ilusión de que pueda salvarme.

viernes, abril 10, 2015

Un poco de cariño


Mis días se han vuelto rutinarios.  Mis oídos sordos a los comentarios de mi hermana.  Me paso los días en la cama. A veces, me levanto y enciendo la tele pero no tengo paciencia para ver la programación con que nos alimentan. Y vuelvo a dormir, y voy de la cama al sofá en la sala, y sorbo un poco de agua, y quiero que mi hermana llegue y temo su llegada porque sé que va a preguntarme que he hecho, y la rutina incluye mentirle y tratar de convencerla de que estoy mejorando.  Supongo que para su paz mental pretende creerme: sabe que casi no como, que no me ocupo de mi aseo personal.  Si pudiera explicarle esto de estar muerto en vida de forma tal que pudiera sentir un poco de empatía.  No necesito palabras agrias, necesito un poco de cariño, de paciencia.

miércoles, abril 08, 2015

Descansa


Oscuro y vacío, ya estoy acostumbrada.  La poca luz entra de la calle porque mantengo las cortinas abiertas.  No sé por qué antes siempre las tuve cerradas.  No podía dormir con luz de clase alguna.  Mi dormitorio era una noche de veinticuatro horas, hasta las tormenteras cerradas para que no entrara claridad.  Recuerdo en la oscuridad haber visto a mi hermana, venía a ayudarme, pensé, con la total inocencia de los niños, y el miedo y la angustia de los viejos, cuando se sienten próximos a la muerte.  Recuerdo que me ordenó levantarme y vestirme y obedecí.  Me encogí cuando salimos a la luz del día. Y me llevó a su casa donde las ventanas están abiertas todo el día y la noche, y allí me quedé en la típica posición fetal de los enfermos, pero por primera vez en días cerré los ojos y dormí.

Me fue bien


Decidimos hacer la prueba de estar en casa un fin de semana.  Mi hermana y su esposo estarán fuera así que tendré que valerme por mí misma. Me dejan frente a casa, tomo el elevador, entro y me tiendo en la cama.  Tengo dos días de soledad y silencio, y de completa oscuridad.  Para mi sorpresa, me levanto y abro las cortinas y corro las tormenteras, es de día y el sol cae sobre mi cama, y vuelvo a acostarme, rendida.  Pero hay luz.  Es un adelanto, ¿o no?

Pero cada esfuerzo me deja sin energías, así que decido hacer lo mínimo.  Traigo una botella de agua al cuarto y el cartón de batidas, de esas que mi hermana compra para que coma algo, si no comes, te vas a morir.  No debo querer morir porque me las tomo, aunque no las refrigere y me hidrato tomando sorbos de agua de a poco.  Pienso que podría lanzarme desde mi piso, pero me da miedo no morir porque no es lo suficientemente alto.  ¿Qué tal si quedo semi vegetal?  Entonces sí que mi hermana va a odiarme (si es posible resentirme aun más).

El resto del fin de semana me limito a levantarme para ir al baño, acostarme, dormir y dormir, y me asusta el saber que este experimento no ha dado resultado. El domingo en la noche, me recogen y cuando me preguntan cómo me fue, miento descaradamente: bien, me fue bien.

lunes, abril 06, 2015

Pronto


Prefiero no hablar y no contesto el celular.  Sé que es mi hermana y que llama para saber si me levanté, conforme sus instrucciones.  Pero no quiero hacerlo ni darle explicaciones.  Está convencida que estoy en su casa para hacerle la vida insoportable.  ¿Has pensado en regresar a la tuya? Es su primera pregunta, casi a diario.  Me acusa de querer su vida, y de haber estropeado la mía con decisiones erróneas.  Estás donde te llevaron. ¿Está consciente del dolor que me causa?  Que si por mí fuera estaría a miles de millas de distancia donde no pudiera alcanzarme.  No le riposto porque no tengo ganas de hablar, porque no hay forma de hacerla entender, porque no podría entender que no envidio su vida.  Querría la mía de vuelta, pero no creo que pueda recuperarla, me he hundido demasiado en la auto pena. Y cierro los ojos y dejo que el celular timbre y sé que en la noche llegará furiosa, y volverá a preguntarme para cuándo estaré lista para volver a casa, y le diré que pronto…

sábado, marzo 28, 2015

Un alma en paz



Siento las burbujas del agua chocar contra mis pies y me alegra el haber llegado acá.  Me quedo fijo mirando una rana que se mueve entre la hojarasca.  No le tengo miedo y la miro con detenimiento: las membranas de las patas, la piel rugosa, los ojos saltones. Nunca toqué una, tenía miedo de que me salieran verrugas, además de que las encontraba absurdamente feas y asquerosas. Ella salta y sigue su camino, y vuelvo a mirar las burbujas a mis pies.  Siempre me gustó más venir al lago que ir a la playa.  El ruido de las olas al rebotar contra las rocas, la profundidad y la fuerza del agua me angustiaban.  Aquí es diferente, el agua es fría pero tranquila, y es como si me contagiara su paz.  Podría estar aquí todo el día, contemplando el agua, el bote que une las orillas del lago yendo y viniendo, el sol que ha ido cayendo despacio.  Pero no es mi lugar, ya no. Me levanto y mentalmente doy gracias por la paz adquirida y regreso a la soledad de mi silencio.


domingo, marzo 22, 2015

De vuelta


Siempre me han llamado la atención las monedas que la gente lanza al agua.  Cada una de ellas representa un sueño, un pedido, un milagro.  En algún lugar leí que cada cierto tiempo las recogen y las donan a una institución caritativa, no recuerdo cual.  Supongo que para entonces los que la lanzaron habrán alcanzado o no lo que pidieron. Yo no creo en los milagros, así que nunca lancé alguna.
Veo gente pasar con barquillas de helado y por un momento pienso en comprar una, pero cambio de opinión enseguida. Recuerdo un día en que estaba disfrutando la mía y un niño pequeño se detuvo a mirarme.  Sentí vergüenza y deseé comprarle una pero su madre lo tomó de la mano y se lo llevó. Hay tantas cosas de las que algunos afortunados disfrutamos.  Pero quizás no es que no pudiera comprarla, a lo mejor solo lo protegía de una sobredosis de azúcar.
La cuestión es que me entretengo muchísimo aquí, viendo pasar la gente.  Admirando la manera en que se visten los más jóvenes y algunos no tan jóvenes, sin complejos de ninguna clase. 

Me duele ver las parejas mayores y me fijo en particular en las que van hablando. ¿Qué tienen que decirse personas que llevan dos terceras partes de su vida juntos?  Que se ven todos los días, que no tienen experiencias que no hayan sido compartidas.  Cuando estaba recién casada y aún más tarde, nunca tuve nada de qué hablar con mi esposo (ni él conmigo).  Una pareja aburrida uno del otro desde sus comienzos.  Pero una no sabe cuándo cortar el cordón umbilical y declararse libre e independiente.  Cuando lo hice ya era tarde… Demasiado tiempo, demasiada invisibilidad.  Me negué a ponerme bajo el foco, preferí seguir siendo lo que era…  Quizás en realidad era invisible.  Ahora, en ocasiones, el arrepentimiento es una punzada en el pecho. Me duele pensar que en tantos años no rescaté una vida.
Es hora de irme, ya pronto va a oscurecer, y no quiero que la noche me encuentre aquí.  No es mi lugar. Vuelvo al silencio y a la soledad.  A donde pertenezco…


domingo, marzo 01, 2015

Ambroise, ángel


Ambroise despertó completamente desorientado. Lo último que recordaba era el terror que sintió cuando, luego de ingerir la mezcla de yodo y alcohol que su boss le hizo tomar, empezó a sangrar por todos lados.  El cuerpo se le adormeció y perdió la conciencia. 

La Missy no se la hubiera dejado ingerir. Miguel se la hizo beber destruyendo, luego de haberlo creado, a la única persona con quien ella podía desahogarse.  De esa forma, esperaba obligarla a hablar con él. Ambroise entendía la actitud de la joven. A él también le habría herido el engaño de que la hizo objeto el boss para conseguirla. Y más aún, la dolorosa e incluso cruel manera en que supo que Miguel era casado.

Tenía que orientarse porque había dejado a la Missy sola, en una isla extraña, cuidando la vespa.  Tenía puesta una cotona blanca, de hospital, que le quedaba grande.  Mala cosa, pensó Ambroise, porque si estaba en el hospital debía estar grave, y para darle más peso a su suposición se dio cuenta que sorprendentemente se había encogido.  Estaba más negro, pequeño y flaco de lo que jamás había sido.  Eso sí, estaba seguro que ahora guardaba más relación con el Ambroise que la Missy veía que con el que Miguel había creado.

 Se fue a rascar la cabeza, cosa que siempre hacía cuando estaba confundido y necesitaba pensar.  Pero su mano chocó con un objeto sobre su cabeza, cuyo propósito desconocía.  Lo malo es que el objeto parecía flotar en el aire.  Pasando la mano cuidadosamente a su alrededor, se dio cuenta que el mismo era redondo y que, como las donas que el boss se comía y que le subían el colesterol, era hueco en el medio.  Se hubiera quedado tranquilo aunque igual de perplejo, sino hubiera sido porque vio una hermosa pluma blanca revolotear. Se dobló a recogerla para examinarla mejor, y notó que sus pies flotaban al aire y que la base que lo sostenía era blanca y mullida. Entonces comprendió que estaba en el cielo, a dónde Miguel lo había enviado con el tac tac del teclado, y ahora era Ambroise, ángel.

Pensó buscar a Clemente, porque Miguel le había hablado de él, y necesitaba un amigo, pero luego pensó en lo que le había dicho la Missy. Clemente llevaba treinta años pidiendo perdón por el mismo pecado, y alguien que está en esas, debe estar vagando por la tierra como espíritu no reconocido y sumamente atrasado.

Mejor encontrar a la Missy y explicarle que él no la había abandonado.  Que bastante abandono había visto la pobre, que, aunque no decía nada, se le notaba en los ojos.Ambroise bebía mucho, pero no era ciego ni tonto. La cuestión es que ahora, para buscarla, tendría que escabullírsele a San Pedro.

Como vio que nadie lo estaba vigilando, se fue escurriendo hasta que escurrido cayó el negrito en su islita.  Por un momento sintió algo de nostalgia, pero recordó la inmensa paz que había encontrado en su nuevo domicilio, así que decidió apresurarse a encontrar a la Missy, antes que San Pedro lo echara de menos.  La Missy no estaba, pero sí su vespa, recostada a la pared dónde él la había dejado.  Fue a rascarse la cabeza para poder pensar, cuando recordó que el alo que llevaba le dificultaba el acostumbrado gesto. 

Apenas pensó dónde podría estar la Missy se encontró sentado en un piso de madera.  Por suerte no le dolió la caída, ventajas de ser un ángel. Siguiendo el conocido tac tac, encontró a la Missy sentada frente a la computadora tecleando.  Ella no lo vio, pero a él le bastó una mirada para darse cuenta del intrincado tejido roto en su corazón. Y aunque ella no lo podía oír, allí mismo le comprometió: "blackie will be back Missy, to mend your heart". Se miró sus burdos dedos que iban a tener que aprender a tejer y en un parpadear de ojos se encontró matriculado en el curso introductorio de tejido que ofrecía la Virgen María.

El no sólo era el único ángel varón tomando el curso, también era el único negrito. La Virgen se le acercó a preguntarle si estaba seguro de estar en el curso correcto, a lo cual, asustado, y con ojos desorbitados contestó en la afirmativa: "Missu', blackie promised Missy he would mend her heart". La Virgen sonriendo, le dio las agujas, el hilo de tejer, y el modelo del infame punto que debía aprender.  Tan pronto empezó a clavarse las agujas en sus encallecidos dedos, se acordó de Miguel y toda su parentela.  Por su culpa estaba metido en aquel lío.  Pero por la Missy estaba dispuesto a aprender a tejer.

viernes, enero 30, 2015

La lógica



En realidad esto del amor no tenía ninguna lógica. Y yo lo sabía, y tú también.  Pero nos hicimos los locos.  ¿Quién no? Por inesperado, el amor nos dio tan duro.  Fue como si aquella noche, en un salón lleno de gentes, fuese la primera vez que nos viéramos. Como si nunca nos hubiésemos visto a pesar de que nos conocemos de tantos años. Yo noté por primera vez tus ojos ambarinos y la sonrisa abierta, un poquito burlona, al comentario de Andrés. Se burla de él, no lo toma en serio, me dije. Siempre pensé que te colgabas de cada una de sus palabras.  Tu sonrisa me hizo darme cuenta  que sabías que tu marido era un tonto.  Lo era. Porque lo era no sabía apreciarte.

Hice algún gesto, supongo, porque me miraste. Supiste que ahora yo entendía tus quejas de que nunca tomaba en cuenta lo que decías.  De que creía saberlo todo de todo.  Una pesadilla, me comentabas, en tono jocoso. Recién registraba que por adentro te estaba destruyendo el saber que a sus espaldas, se burlaban de su “sabiduría”.
Había cansancio en tu mirada, pero me sonreíste y  te hice un guiño. Te pusiste tan roja que temí que todos se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo entre nosotros. Permaneciste impávida, como si realmente  fueras invisible. Tu marido extendía un telón que hacía que los demás no te viéramos.  Pero esta vez no pudo cubrir mis ojos: veía por primera vez a la mujer hermosa que eres, terriblemente desamada. Me dolían los brazos de las ganas de abrazarte, besarte toda, lamer tu rostro, tu cuerpo, sentirte palpitar entre mis brazos.
Mi imaginación dio rienda suelta y tuve que excusarme. Hace calor, dije, voy por otro trago. Si no escapaba todos se darían cuenta de la erección involuntaria que mi deseo por ti me había causado.  Yo no sé hacerme invisible y no quería delatarnos. Tus ojos me dijeron que éramos cómplices nuevos en esto de amarnos. 
Me seguiste al jardín y sentí tu aroma, ese perfume peculiar a rosas que siempre te envuelve.  Te ofrecí una copa de champagne, de las dos que agarraban mis manos temblorosas. Sin decirme nada rodeaste mi rostro con tus manos y sentí tu lengua jugar con mis labios y abrirlos, tu lengua tibia, traviesa, sabrosa. Quise tomarte en ese momento, allí, donde nadie, o todos, pudieran vernos. Eso no me importaba, solo importaba hacerte mía, reclamarte como tal. 
Tú te apartaste sin dejar que te tomara en mis brazos.  No tiene lógica, Samuel, me dijiste, después de tantos años de conocernos, el amor entre nosotros no tiene lógica. Entraste nuevamente al salón y te colgaste del brazo de Andrés.  Bebí las dos copas de champagne ya sin burbujas, cada una de un sorbo. Tenías razón, esto del amor entre nosotros no tenía lógica.
Lo que no entiendo es por qué aún me duelen los brazos.




viernes, enero 23, 2015

Cuquito y su sabiduría


Tomé la decisión de abrirle a Cuquito una página en Facebook. Algo sencillo para intentar explicar mi locura de pensar en él como un hijo alado.  Para intentar que los demás comprendan, y, a la vez, yo cerciorarme de que hacerlo no es una chifladura.  Y es que Cuquito tiene una sabiduría muy especial, que logró llegar a esa parte de mi corazón que ya consideraba invulnerable: la que se engancha, que se apega, que ama.
Compré a Cuquito sin siquiera saber qué edad tenía, en el solar lateral a Plaza las Américas donde vendían aves exóticas.  Venía de visitar a mi mamá, para ese entonces ya encamada, y decidí entrar a ver las aves, igual que habría podido decidir entrar a las tiendas.  Era domingo soleado y las aves más pequeñas caminaban un círculo ya trazado en el suelo, en grupo: pequeños finches, cotorritas, love birds y cockatiels.  Se adelantaban unas a otras mientras en sus lenguajes parecían conversar. Como si fuera de otro planeta, un cockatiel se empeñaba en caminar por la parte exterior del círculo, solo, apresurado, batiendo las alas, típico de alguien ansioso.
Di un paso al frente para verlo mejor, y él se detuvo a mirarme, como si reconociera que había encontrado a alguien que podía entender su ansiedad.  Me incliné a decirle: ¿qué te pasó?, cuando pude verle el cuello sin plumas. El pajarito levantó la cabeza como si fuera a responderme y el joven que atendía el negoció se acercó a mí. Cómprelo, me dijo con la certeza de que yo estaba en un momento vulnerable. El anterior dueño lo devolvió porque se arranca las plumas, me explicó, pero no tema, le volverán a crecer… ¿Usted tiene hijos? ¿No?  Mejor, así podrá darle más atención.  Es lo que necesita para salir de la depresión y dejar de lastimarse.
Balbuceé que no tenía experiencia con aves deprimidas (no podía contar la mía con las depresiones), y menos con un pajarito que saliera de la jaula (lo deja en ella me dijo el chico, pero le compra juguetes y rápidamente incluyó algunos al paquete que me preparaba).  Lo último que hizo fue echar al pajarito en reversa en una pequeña caja de cartón.  Se llama Cuquito y sabe decir su nombre, añadió a modo de despedida. Aturdida, aún indecisa, habiendo pagado, me fui.
El lunes estuve todo el día tratando de decidir si lo devolvía.  Nervioso, asustado quizás, no cantaba. A la hora de acostarlo, al pasar junto al refrigerador pensé que no había escuchado  hielo caer en todo el día.  Cubrí la jaula con una sábana para que Cuquito durmiera, el congelador se activó y al sonido, rompió a cantar como un loco. Hace diez años de esa tarde. Cuquito efectivamente sabía su nombre, pero jamás le crecieron las plumas del cuello. Alguna que otra que se aventuraba, era siempre  arrancada con un grito.  Al poco tiempo, llegando a Utuado de paseo, me preguntó ¿Qué passshó?  Debe haber tenido esa frase rondando su cerebro, esperando el momento adecuado para devolvérmela, desde la tarde que me escogió.