martes, diciembre 28, 2010

La última noche

La última noche que pasé contigo, quisiera olvidarla pero no he podido. La voz de un cantante del ayer se escucha en la radio.

Cierra los ojos y trata de no pensar. No puede. La radio puede apagarla a discreción, no así su cerebro. Desde pequeña pensaba demasiado. Si tan solo hubiera hecho esto o aquello, en vez de… Analiza hasta la saciedad los motivos y razones, los suyos y los de los demás. ¿Por qué? ¿Por qué esta eterna necesidad de complacer a los otros, si a nadie le importa lo que ella siente?

Desde pequeña fue así, esta inmensa cámara en su mente que filma cada trozo de vida, que se repite una y otra vez en su cabeza como una película sin principio ni fin.

─ Le buscas siempre cinco patas al gato ─se dice─ y lo malo, es que, si las buscas las encuentras.

La última noche que pasé contigo, repite el cantante.

domingo, diciembre 26, 2010

Nuevo año

Que el nuevo año les traiga muchas bendiciones, son los deseos de CASCABELES....

viernes, diciembre 24, 2010

La Navidad perdida

La Navidad se había perdido. Desde hacía varios meses los comerciantes la andaban buscando. Al no encontrarla, recurrieron al alcalde, quién reunió a los asambleístas para que le ayudaran a encontrar la Navidad.

El problema, planteaban algunos, es que se desconocía si había sido secuestrada, o era ella, quien, a voluntad, había decidido desaparecer.

En la discusión que se formó, los asambleístas culparon a los comerciantes de la pérdida. Con el afán de hacer dinero, la habían comercializado hasta que la Navidad se había marchado. Enfurecidos por el ataque, los comerciantes aseguraron que, a fin de cuentas, para vender no necesitaban de la Navidad, que Santa Claus podía venir solito.

Después de tan agrio encuentro, se recomendó al alcalde que publicara una proclama notificando que aunque Santa Claus pulularía por las tiendas del pueblo, la Navidad no vendría. El cura del pueblo pidió una audiencia con el alcalde. A él no le habían consultado, reclamó, y no estaba de acuerdo con la decisión tomada, por cuanto Navidad o no Navidad, celebraría la Misa de Gallo. Así lo anunció en la Misa del domingo.

El 24 de diciembre abrió las puertas de la iglesia a todo el pueblo, que conmovido porque ese año no habría Navidad, asistió a la Misa. Presentes estaban hasta los que siempre estaban ausentes. Y a medianoche, cuando unieron sus manos y sus voces para cantar con voces temblorosas Noche de Paz, la puerta de la iglesia se abrió de repente, dejando entrar una noche despejada, un cielo lleno de estrellas, y un luminoso lucero. Era el lucero de la Navidad.

lunes, diciembre 20, 2010

La familia Infeliz

La familia Infeliz había decidido mudarse. Estaban hartos de vivir en la urbanización de los infelices, entre gente sin ilusiones ni esperanzas. Habían decidido buscar un lugar campestre pero alegro y poblado. Un lugar donde el arco iris se pudiera ver en el cielo cuando llueve con sol.

Viajaron a distintos lugares sintiendo cada vez mayor la presión de la infelicidad que parecía llegar antes que ellos a las comunidades que pensaban felices. Cuando llegaron al valle abandonado decidieron acampar por algún tiempo. Sembraron árboles de sombra, y legumbres y descubrieron un río de agua dulce donde pescaban suculentos peces. Los árboles de sombra crecieron y crecieron y al húsar gigantesco vinieron a vivir hermosas aves que llenaban la mañana de cantos.

La familia Infeliz comenzó a despojarse de antiguas tristezas al caer cada noche y un día se levantaron felices. La única pena que la familia Infeliz tenía era que de un lugar tan hermoso solo ellos podían disfrutar. Por eso su dicha fue completa cuando vieron llegar los hombres y las grúas que venían a cambiar el cauce del río dulce.

Feliz Navidad


jueves, diciembre 09, 2010

lunes, diciembre 06, 2010

De sueños

He perdido todo tipo de ambición y de ilusiones. No anhelo nada excepto que pasen los días y sobrevivirlos. Sé que es un estado de ánimo, confío que pasajero y que en algún momento, en algún rincón, agazapado, encuentre un sueño y pueda atraparlo. Y es que he tenido sueños, pero lo que se dice tomarlos y estrecharlos, nunca he podido. Tal parece que apenas les pongo la mano encima, como toque de Midas, el sueño despierta y se convierte en pesadilla. De esas sí he tenido muchas en mi vida. Pesadillas que parece que nunca terminan. Sueños terroríficos que son realidades que dejan huellas.

Mi error es haber estado soñando con un príncipe azul que nunca se presentó. Hay tantas otras cosas con que pude haber soñado, tantas cosas que la gente anhela y en pos de las que va, y yo me quedé varada en el cuento de la princesa. Cuento corto porque el príncipe nunca llegó y me fui llenando de ansiedad y de amargura a medida que pasó el tiempo. Que el toque de Midas funciona negativamente en ese aspecto de mi vida, es cierto. Sin embargo he tenido, tengo tantas otras cosas que no sé agradecer, que debía darme vergüenza estar añorando lo que muchas tienen y no quieren. No hay felicidad completa en la vida, y un compañero no es garantía.

Es hora de que empiece a buscar otros tipos de sueños. Sueños que dependan de mí más que de otros, sueños que pueda estrechar contra mi pecho, sueños que puedan tener un final feliz.

sábado, diciembre 04, 2010

El pasado

Cuando llegó a casa nadie lo reconoció, pero a decir verdad, no lo estábamos esperando. Llegó veinte años más viejo, sucio y con barba y pretendía quedarse. Fui cobarde, nos dijo, me dio miedo la pobreza y el hambre y tantas bocas que mantener.

No lo pensamos mucho. Le echamos los perros para que se fuera.

viernes, diciembre 03, 2010

Contradicción

Hace tiempo que está con su mujer porque después de cierto tiempo, maldito cliché, el matrimonio es un negocio. Sabe que si se enamorara en serio de alguien y quisiera su libertad, le costaría demasiado. Por eso se limita a libélulas de paso que lo hacen sentir joven.

Elsa está envuelta con los nietos y su labor comunitaria. Admira eso en su mujer. Ha sabido envejecer con gracia, sin perder el buen gusto en el vestir. Siempre luce a la moda pero jamás chabacana. Tampoco ha recurrido a cirugías como muchas de sus amigas para seguir luciendo espectacular.

De vez en cuando, en alguna reunión entre amigos, cuando la observa de lejos charlando animadamente y la ve sonreír, la sonrisa es la misma de la que se enamoró hace muchos años. Entonces se siente orgulloso de su mujer y jura que procurará ser más atento y olvidar la mariposa del momento. Y cumple la promesa; por unos días la cumple.

viernes, noviembre 26, 2010

Lo que necesito

Muy de vez en cuando vuelvo atrás a leer lo que he escrito. Cascabeles es un retrato de mis últimos años, y de los momentos de dolor y soledad, y alguno que otro de paz y alegría. Son más los escrritos que reflejan tristeza. Son más aquellos en que me quejo tratando de que la queja no llegue al punto de desagradecer lo mucho que la vida me ha dado. Tengo mucho más de lo que necesito y me sobra de aquello que a otros les falta. Cosas materiales. Si tan solo tuviera las que mi alma necesita. Si tan solo tuviera unas sonrisas.

miércoles, noviembre 24, 2010

jueves, noviembre 18, 2010

El carné

Comencé comiéndome las uñas como distracción cuando estaba aburrida, o preocupada. Con los años me comí el estómago porque los nervios subían por él a mi garganta como culebrillas amenazando asfixiarme. Cansada de las cargas, me comí los riñones. Ahora estoy comiéndome el corazón para que no me duelan los sufrimientos. Después tendré que comerme el cerebro para olvidar memorias.

Me pregunto si valdrá la pena que aún lleve el carné de donante de órganos.

viernes, noviembre 05, 2010

Ave del paraíso


Parada en el umbral, parece un avestruz gigante y sobrepeso. Los regordetes pies enfundados en unas sandalias rosadas. En la cabeza, un pequeño sombrero de un brillantísimo violeta adornado con una pluma de ave del paraíso. El vestido demasiado ajustado forrando un cuerpo que hace tiempo perdió sus formas juveniles. Respiro hondo y camino a su encuentro con mi mejor sonrisa. Me pregunto cómo es posible que una vez esa mujer fuera importante en mi vida. Ahora es una matrona regordeta con demasiado maquillaje. Doy gracias al cielo en silencio por que en aquella época me dejó por Felipe. Sufrí, confieso que sufrí, porque perdí a la que pensaba era la mujer de mis sueños, aquella con la que sería dichoso el resto de mi vida.

La abrazo con cariño (rehecha mi vida, no le guardo rencor, e incluso, ahora, al verla, siento un gran alivio: no perdí nada). Estás igualito, me dice, y sonrío porque sé que no es cierto, unas libritas de más me han caído encima y he perdido casi todo el pelo. Felipe fue a estacionar el auto, añade. Ven, quiero que conozcas a mi mujer, le digo y nos abrimos paso entre los invitados que nos miran con curiosidad.

Alicia, más bella que cuando la conocí, enfundada en un vestido gris que apenas si parece que rosa su cuerpo pero que insinúa las vertiginosas curvas que me enloquecen, se ve hermosa. La larga cabellera rojiza, refulgente, le cae sobre los hombros. Soy un hombre afortunado, me digo. Y siento conmiseración por Felipe.

Alicia sonríe a medida que Paulina y yo nos acercamos, con esa sonrisa cómplice que guarda solo para mí. Sé que sabe que tiene ante ella a su rival de otros tiempos, esa que, sin saberlo, por culpa de mi indecisión, la hizo padecer tanto. ¡Quién lo hubiera dicho! Alicia es ahora una mujer estupenda; Paulina es la caricatura de un ave del paraíso.

Allá está Felipe, dice Paulina, y levanto la mano hasta que logra vernos y se acerca. Paulina no es la sombra de quien fue, pero él, como Alicia, ha florecido. Se acerca a nosotros y le doy un abrazo jovial. Le presento a Alicia que abre sus ojos verdes, majestuosos, y que, con su mejor sonrisa, una de esas que me dedica y con las que me tiene eternamente enamorado, le extiende la mano. Encantada, le dice…

martes, noviembre 02, 2010

De sonrisas

Alicia tiene una de esas sonrisas enigmáticas a lo Mona Lisa. Más de un hombre se lo había dicho, pero solo Alberto lo hizo con tono de reproche. “Es que nunca sé si estás complacida o me estás mirando con cierta sorna, como si yo fuera un tonto”, le dijo. Ella tardó en comprender que el hombre se sentía inferior a ella. ¡Que extraño! Ninguno otro se había dado cuenta antes.

lunes, noviembre 01, 2010

Pensando en positivo

Una de las cosas que más me duele es que se me está escapando la vida. Cada mañana cuando despierto siento el dolor de hacerlo. No quiero otro día, no más días, no quiero la vida. Quiero morirme, descansar, no ser. En los últimos meses pienso constantemente en negativo: no, no, no... Negativo es negro como mis días, como mis noches.

Tengo que comenzar a pensar en positivo: Voy a morirme.

viernes, octubre 22, 2010

Ilia y su carga

Ilia se pone las gafas oscuras y se apresura a cruzar la calle. No puede creer lo que acaba de sucederle. Estaba sentada en sala esperando que el juez entrara, cuando su esposo se sentó a su lado. Intentó cogerle una mano, pero ella, más rápida, apartó la suya. Con voz ronca por la emoción le propuso que se levantaran. Podemos irnos, comenzar de nuevo, le dijo. Ahora sé lo que quieres y también sé que puedo dártelo.

Por su mente cruzaron veloces los recuerdos de años de desdén y desamor, años en que una sola vez se atrevió a reclamarle en voz alta. Su contestación fue punzón que entró en el músculo del corazón hurgando salvajemente: entre nosotros nunca hubo química. Las palabras de ella se quedaron colgadas en el silencio porque ni siquiera tuvo voz para proferir el reproche: por qué callarlo durante tantos años si eso era lo que sentía.

Con voz suave, calmada, sorprendentemente carente de enojo, de rabia, le contesta, justo antes de ponerse de pié porque la juez entra: ahora aunque así fuera, de ti no quiero nada.

Entra al auto y lo pone en marcha con una sonrisa. Por primera vez en más de veinte años se siente liviana de cargas.

jueves, octubre 14, 2010

El precio de la fama

Siempre que comienzo a escribir un cuento lo hago albergando la ilusión de que al terminarlo, evoque a uno de los grandes autores de cuentos. Quiero un cuento del que pueda sentirme realmente orgullosa, al punto que decida imprimirlo y distribuirlo por las calles, las bibliotecas, y las escuelas de la isla.

Me sueño parada frente a algún semáforo, con un cartelito que dice: Se regala un cuento y que se corra la voz. Que un tumulto de autos se aglomere mientras la gente se disputa las copias. Que los diarios me paguen por el derecho a publicarlo para aumentar su circulación. En la televisión proclamen una nueva autora, apenas descubierta. Que el Senado y la Cámara de Representantes firmen Proclamas declarando un día especial dedicado a la lectura de mi cuento. Que un guionista monte una obra de teatro; de Hollywood me llamen para que escriba el guión de la película, y mientras, viva en California en una mansión teniendo a mi disposición una limusina con chofer.

Me despierta del sueño el saber que esperarán otro cuento…

martes, septiembre 28, 2010

Inocente

Anoche por fin, logré acorralarla en una esquina. “Ahora no podrás escaparte” le grité triunfante. “Tendrás que explicarme porqué has hecho de mi vida un infierno, un valle de lágrimas, un espacio sin risas, una noche eterna.”

Mi depresión me mira sorprendida, con ojos inocentes de culpa.

─No sabía que te estuviera haciendo daño ─me dijo─ siempre pensé que eras tú quien me retenía.

viernes, septiembre 24, 2010

Conversaciones con el psiquiatra

Debes perdonarte, me dice. Tú sabrás por qué te castigas.

Pienso que aunque he hecho de mi vida una ruina no me guardo rencor. Lo único que quiero es no sentir esta inmensa tristeza, no sentir la ansiedad que me desboca el corazón en las mañanas.

Me perdono, digo y lo repito: me perdono. ¿Si me siento igual, es que realmente considero que aún no he pagado lo suficiente?

No hay peor carcelero que uno mismo, me dice.

Y soy yo la que miro el reloj, quiero irme.

domingo, septiembre 19, 2010

Cayetano

Dios aprieta pero no ahoga, se repetía Cayetano casi todos los días cuando sentía que el aire le faltaba. No ahoga, pero diantre, qué mucho aprieta. E inmediatamente pedía perdón a Dios por ese pensamiento, rezando el Salmo XXIII, antes que al Señor se le fuera a ocurrir alguna cosita más que enviarle.

Para colmo, el cura, el domingo, saliendo de misa, había tenido el desparpajo de desparramarle encima una monserga, de la cual Cayetano sólo sacó en claro que Dios no nos da cruces que no podamos cargar.

La verdad es que si el cura tenía razón, algo había mal en su cruz. Alguien se había equivocado cuando le asignaron la suya. Ya hubiera querido él ir a ese árbol del que hablaba el cura, en el cual uno, después de probar otras, encontraba que su cruz era la que más le encajaba. Bien que le encajaba, tan bien le encajaba que ya su espalda tenía marcado el hueco donde la acomodaba. Y entre el peso y la asfixie se estaba muriendo.

Pero Dios no ahoga. Así que Cayetano se levantó temprano, y se colgó del árbol hasta ahogarse, confiando que el que lo encontrara, pudiera cargar su cadáver junto con su cruz.

Del olvido

Anoche me di cuenta que todo lo que se olvida muere. Me pareció extraño pensar que porque no te pienso como antes estás muerto. No está muerto, me dije, si apenas nos cruzamos ayer en la calle. Te me quedaste mirando como quien ve a un fantasma. Fue entonces que caí en cuenta. La muerta soy yo.

martes, septiembre 14, 2010

Lo que callo

Me despierto con el corazón palpitando y sé que ha vuelto. Cada vez que pienso que puedo asomar la cabeza por sobre de ella, alguna noticia inoportuna me lanza de nuevo al vacío, sumiéndome en la depresión. El silencio de tantos años pretende hacer erupción y contenerlo me está causando estos terribles sismos internos que me dejan extenuada. Definitivamente es necesario que aprenda a decir lo que siento y a vivir con las consecuencias de lo que digo, porque ya sé que no puedo con las de aquello que callo.

miércoles, septiembre 08, 2010

Desde la ventana

La contemplo sentada frente a la ventana. Imagino que espera a alguien que se marchó, o que sueña los sueños de cuando era joven. Los que fueron o los que no alcanzó. Parece que mirara, pero por ojos que no ven la calle que separa su vivienda y la mía, pero sí ven los castillos que creó su fantasía o los recuerdos que guarda, los que quizás inventó.

Imagino que piensa que nadie está pendiente de la triste sonrisa que aparece en sus labios cuando los niños juegan juegos de niños. Los que habrían jugado sus hijos, sus nietos y biznietos, aquellos, esos otros, que jamás conoció.

Imagino que a veces se cansa de su silla y corre con las nubes y los rayos de sol. Imagino que cree que nadie se da cuenta que se va apagando como se apaga el día, y que en uno cualquiera la veré caminando sin pisar el camino. Imagino que entonces mirará nuestra calle, contemplará los niños, y verá que, desde mi ventana, hace tiempo imagino que un día ella seré yo.

El hombrecito del azulejo

Ciudad Seva me regala hoy el cuento El hombrecito del azulejo de Manuel Mujica Láinez, que desde su inicio me hace pensar en el hombrecito francés que inventé para que mi madre no se preocupara de que al morir, me dejaba sola. Hacía meses que ya no lo pensaba, tan envuelta he estado en mi depresión, sintiéndome abandonada, amargada por ataques de ansiedad que no controlo. La última oración del cuento es el cierre que necesitaba:

“…si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que también puedan burlarla las lágrimas de un niño”.

Me pregunto si ejercerán el mismo poder mis lágrimas y puedan exorcizar mi soledad, recuperando al hombrecito francés que nos hacía compañía en las tardes de domingo.

viernes, septiembre 03, 2010

Transformación

La transformación comenzó con el año. Uno detrás de otro se sucedieron incidentes que dieron al traste con el pequeño mundo que había construido. Inmersa en una depresión paralizante, decidí que tenía que ser fuerte y no dejarme llevar por las emociones ni los sentimientos. Los fui catalogando y archivando: inútiles, inservibles, dañinos… El propósito de archivarlos ordenadamente no era por si en algún momento deseaba regresar por alguno de ellos. Todo lo contrario. Quería estar segura que no abría la puerta detrás de la cual los había colocado.

Coloqué entre las dañinas la envidia, el rencor y la vanidad, pero también el amor. Al despojarme del amor sentí pena porque significaba poner distancia entre los otros y yo, pero esa misma pena fortaleció mi decisión. El apego, me dije, hace daño.

Experimentada la pena de deshacerme del amor, a ella la coloqué entre los inútiles. La pena a mí misma y a los demás me hace débil y había comprobado que me causaría problemas al desligarme de mis otras emociones.

Libre de las pena, decidí colocar todos los otros sentimientos y emociones bajo el título de inservibles. Desde la alegría hasta la tristeza, pasando por el miedo y sus corolarios, todos fueron a compartir un espacio. Nos hacen frágiles y, en mi caso, eran cómplices en la depresión que sentía, último sentimiento que encerré detrás de esa puerta.

Sin emociones ni sentimientos no tuve que pensarlo para deshacerme de las llaves, forma intelectual de asegurarme que el arrepentimiento no se colaría por alguna hendija haciéndome ir en busca de algunos. Me sentí liviana, liviana y vacía. Miré a mi alrededor y me di cuenta que flotaba como un inmenso globo. Eso soy desde entonces, un globo que flota en el espacio, lleno de un gas incoloro, incapaz de fingir siquiera una sonrisa, cosa que francamente, no me importa.

miércoles, septiembre 01, 2010

Buscando el equilibrio

Me llama para saber cómo estoy, para darme ánimo. Ella, que se encuentra en condiciones peores que yo, que necesitaría el aliento mío y de otros, se ocupa. Soy demasiado egoísta, pienso, mientras intento prestar atención a lo que me dice, evitando que el sonsonete de su voz me mortifique. Quisiera explicarle que necesito el silencio. No es que lo utilice para regodearme en mi pena pero, inexplicablemente, si no escucho sonidos puedo pretender que no soy ni estoy en este mundo. Si no estoy en él, no tengo porqué preocuparme. Cuelgo; me distrae Cuquito que camina despacio hacia la sala.

Debía recomenzar a escribir. Abrir nuevamente las alas de mis sueños y volar como quien no quiere la cosa observando el mundo allá abajo. No por orgullo, ni por darme aires de superioridad, sino para recobrar el mundo de fantasía en que hasta hace unos meses vivía. Cuquito se esconde dentro de la caja pequeña que le puse una vez se recuperó. Es la única que tiene ahora porque las otras las eché a la basura temiendo que volviera a contaminarse.

El timbre del teléfono suena nuevamente, y me siento inundar por las aguas de histeria que, en oleadas, suben hasta ahogarme. Cuquito sale asustado desde su escondite. De alguna forma tengo que encontrar el equilibrio perdido y aceptar que estoy en este mundo aunque no sea de él. Dejo que la contestadora tome el mensaje, mientras Cuquito regresa al interior de su caja.

lunes, agosto 23, 2010

Agustina y los tiempos

Agustina sonríe. Siempre sonríe. Para ella no existen los malos tiempos. Me da un poco de envidia verla sentada en el balcón, arreglada desde las primeras horas de la mañana, entretenida en ver pasar el día.

Cuando salgo al trabajo la puedo ver, tan linda como el primer día en que llegué al vecindario. Su madre, en las ocasiones en que está trabajando en el jardín, me mira y me saluda. Se le ha ido poniendo el cabello gris, aunque no hay tanta diferencia de edad entre nosotras. No necesita la esclavitud de estarse tiñendo el pelo. Me lo dijo una de las pocas veces en que sacó tiempo para charlar.

Desde su sillón, Agustina sonríe. La siempre niña sonríe. Para ella no existen los malos tiempos.

viernes, agosto 20, 2010

Huérfano

Se supo huérfano cuando al emerger del agua, se dio cuenta que era el único sobreviviente. Estaba solo entre el mar y el horizonte. Pensó en dejarse llevar por las aguas hasta el fondo a reencontrar los suyos, pero entonces recapacitó, si se había salvado alguna razón habría para ello. Comenzó a nadar en la dirección última en que habían avistado tierra. Al llegar a la pequeña isla, los indígenas le coronaron Rey y Padre.

lunes, agosto 16, 2010

Cambio

Pasé por unos días muy extraños. Días de soledad, de falta de fe, de llanto. Pero sé que todo habrá de mejorar de ahora en adelante. Anoche sentí que tocaban a la puerta. De primera intención, no respondí, pero ante la insistencia, decidí levantarme a ver quién era. Tuve que abrir la puerta porque por su ojito no veía nada. Allí estaba. Casi no podía creerlo. “Nada ha cambiado”, me dijo. “Como cuando Mahoma, si no vas a la montaña, la montaña viene a ti.”

lunes, julio 12, 2010

Círculos

En los últimos meses, cada vez con más frecuencia, me pregunto qué hice con mi vida. No me gusta donde estoy parada, pero tampoco hago nada por moverme. Los cambios son buenos, me digo, pero tal parece que estuviera atada.

Algo dentro de mí grita que necesito moverme, que no puedo quedarme donde estoy. El tiempo pasa, lo estoy desperdiciando. Todo eso corre por mi mente en los momentos en que más deprimida me siento. Y me digo: luego lo haré, cuando pase la depresión, cuando me sienta mejor, más animada.

De vez en cuando algo de luz ilumina mi cerebro, y entonces sé que tengo que moverme aunque sea con la tristeza a mis espaldas. Ya podré dejarla en algún recodo del camino.

Tengo que empezar a caminar, y lo haré. Claro que lo haré. Dentro de unos días, unas pocas semanas, cuando me sienta un poco mejor…

jueves, julio 01, 2010

La cera de la vela

La cera de la vela se ha derretido en un montículo que parece ser el perfil de una mujer, o quizás un hombre. En la copa queda lo suficiente para saber que era un vino tinto. “Buen vino”, dice alguien, mirando la botella que yace vacía al lado de la silla. La que se fue de lado cuando el cadáver rodó al suelo. El cuerpo lo cubrieron y ya no puedo ver el tinte liláseo de los labios, ni el tono gris de la cara y ni siquiera puedo recordar los trazos. ¡Qué pronto perdemos la memoria cuando los muertos no son nuestros!

Alguien pide que los curiosos se retiren para que la policía pueda hacer su trabajo. Antes de marcharme, echo una mirada más a la cera derretida y me pregunto si fue casual la forma del perfil, o el muerto, en sus últimos minutos, quiso dejarnos una clave.

sábado, junio 26, 2010

Los milagros

Hace tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Si me apura le diría que no se piensa en los milagros desde que murió Joaquincito, el hijo de don Joaco. Y es que cuando el chico comenzó a hablar en lenguas y a predicar nadie le hizo caso. Pero luego pronosticó que el volcán se despertaría causando un terremoto en que moriría mucha gente, y dio la fecha y la hora exacta, tal cual fue. Siguió predicando y sanando enfermos y muchos comenzaron a seguirle. Le proclamaban como el nuevo profeta, un enviado del cielo. Pero había muchos incrédulos que querían pruebas, usted sabe como es alguna gente. Él dijo que se las daría. Al tercer día de haberlo crucificado y enterrado, dejamos de creer en los milagros.

viernes, junio 25, 2010

La conciencia en las manos

El hombre recostado al final del bar me habría pasado desapercibido sino hubiera sido por la forma de sus manos y la obsesión que siempre he tenido con ellas. Más bien bajo de estatura, era delgado; uno de esos seres que no tienen edad. Quizás era el ángulo desde el cual lo estaba viendo, o quizás era la luz, que menos directa al final de la barra lo impedía, pero el caso es que no podía distinguir, ni siquiera intuir, sus facciones. Era como si aquel minero, acostumbrado a estar en la noche sin fin debajo de la tierra, fuera el compendio de todos los mineros del planeta. No tiene rostro propio, pensé, porque carga el de todos los demás.

Me concentré en la mano que se extendía sobre la superficie de la barra para demandar uno tras otro, un trago. Inesperadamente se movió, y al hacerlo, se acercó a mí. Sentí miedo al ver por qué su semblante era una sombra. Un costurón en forma de culebra lo cruzaba: una franja ancha de un rojo escarlata, abierta por un cuchillo y mal cosida, lo había dejado sin rostro descriptible. Dio un golpe sobre la barra mientras de sus adentros regurgitaba un alarido y entonces tuve la certeza de que el dueño de aquellas manos arrastraba en su conciencia a un muerto.

sábado, junio 05, 2010

La alegría

Siempre pensé que de una forma u otra la alegría se me cruzaría en el camino. Por cada año triste, tendría dos de felicidad. No le he hecho daño a nadie a propósito pensaba, así que tengo el derecho…

Me ha tocado caminar un largo sendero para entender que la felicidad no es un derecho, es cuestión de suerte. Supongo que de carácter también, por aquello que soy de las que siempre ven el vaso medio vacío. Entre mi mala suerte y mi pesimismo, han logrado que la vía recorrida esté llena de abrojos.

De vez en cuando, hago el firme propósito de intentar ver el vaso medio lleno, y voy y me anoto en algún taller dirigido a capacitarme para lidiar con la vida. Uno de esos seminarios de auto-ayuda en que intentan darnos las herramientas para combatir los golpes que recibimos. La felicidad está dentro de ti, dicen, solo tienes que buscar dónde está escondida esperando que la descubras y la vistas de lujo.

La última vez que en esa búsqueda logré divisarla, me dijo que la dejara tranquila, que no intentara peinarle el plumero ni vestirla bonita, porque prefiere estar sola rumiando su pena.

Fue entonces que me di cuenta que la alegría no se cruzaría nunca en mi camino.

domingo, mayo 23, 2010

Pequeñas cosas

Sabe que Isidro se levantó porque escucha el sonido que hacen sus chinelas cuando arrastra los pies al caminar. Lo hace desde que se jubiló, como si renegara de haberlo hecho, como si aceptara que la vejez le cayó encima, como si estuviera vencido. El sonido le hace evidente lo mucho que le molesta el que él haya invadido su espacio.

Ya no se pregunta dónde está la mujer joven que fue. La que soñaba con una vida divertida y apasionada. Se le pasaron los años viendo crecer los hijos, nacer los nietos. Hizo las paces consigo misma, pero cuando más tranquila estaba él se jubiló, invadiendo la casa con su continua presencia. Al principio, la seguía por todas partes como un niño pequeño aburrido buscando qué hacer. Consideró el divorcio, pero es él quien mantiene la casa. El sonido de las chinelas se aleja hacia la sala y ella se enjuga una lágrima con la torpeza rabiosa de dedos en que la artritis ha dejado sus huellas.

Sentado en el sofá, el hombre ojea en el diario las ofertas de viajes. Sueña con una vida libre, diferente. Un crucero con una mujer joven del brazo sintiendo sobre el rostro bronceado la brisa húmeda del océano. Tiene amigos que se han corrido el albur, pero no se anima. No quiere un fracaso, ni a alguien que lo tome por tonto. Pronto cumplirá los setenta y la salud no es para siempre. Se contenta con pequeñas cosas.

Su mujer lo llama para el almuerzo y se pone de pie. Camina lento hacia la cocina, arrastrando las chinelas, disimulando una sonrisa divertida y traviesa.

sábado, mayo 15, 2010

Escribir

Definitivamente se ha mudado a casa. No la veo: la siento. En ocasiones, se aloja en mi garganta y siento asfixia y el llanto que me ahoga. Otras, es bruma que me nubla los ojos y no me deja ver las cosas claramente. Me confunde, me aturde. Hace que prefiera la soledad y este silencio triste que a ella la alimenta y a mi me va secando, planta en terreno desértico con sol acribillante.

Su presencia se va haciendo imponente y me encojo en un rincón, cada vez más pequeña, dejándole el espacio que reclama. Y entonces, escribo. Escribir es pensar en voz alta, solo que no se escucha. Es un grito ahogado y silente que plasma el sentir del escribiente.

Tan solo por una vez querría escribir en sonrisas.

martes, mayo 11, 2010

La juventud y el amor

Lamenta haber perdido su juventud en pos de un sueño. El sueño del príncipe azul. El del hombre mayor, apuesto y amante que la querría por siempre, cuidándola como si fuera su mayor tesoro. Recuerda cuando de jovencita leía las novelas rosa que alimentaban esa ilusión. Cabecita loca llena de fantasías y quimeras que al paso de los años fue perdiendo. Las fue dejando junto a su juventud, con cada golpe que le dio la vida. Más de una vez pensó haber encontrado el amor, ese hombre perfecto con quien compartir su vida. Ahora, en el presente, sabe que ninguno la amó, y su única satisfacción es saber que tampoco los amó lo suficiente. A más de uno lloró: cuestión de ego piensa. Alguno quedó vagando en su pensamiento sin que haya podido exorcizarlo, pero sabe que alguien siempre deja huellas. Ahora le da igual, ahora son solo memorias de un pasado difícil y penoso, en que nunca llegó a alcanzar el amor.

Si fuera joven otra vez, cuán distinto sería…

sábado, mayo 01, 2010

El legado

A mi tía Delia, hermana de mi madre, le había tocado el cuestionable honor de ser la solterona de su generación. Según mi madre, era una especie de maldición que perseguía a las hijas mujeres de su familia y que condenaba a una de ellas a quedar sola y sin hijos.

Maestra de escuela de niños en grados elementales, cosa que parecía disfrutar, viajaba todos los veranos con un grupo de maestros. A través de los años anduvo prácticamente el mundo entero. Ya mayor, con la salud afectada luego de una aparatosa caída, fue a vivir a nuestra casa trayendo con ella fotos, tarjetas e innumerables recuerdos de sus viajes. Con aquel botín, del cual nadie pudo separarla, se distraía por horas. Contemplaba, organizaba y reorganizaba sus “tesoros”, como dimos en llamarles mis hermanas y yo, con cierto cinismo.

Con frecuencia entraba a su cuarto a ver cómo se sentía, e invariablemente me contaba alguna de las historias de los objetos que guardaba. El brillo de sus ojos, y la iluminación en su rostro me hacían pensar que la vida de tía Delia no había sido del todo aburrida.

Una tarde me enseñó con orgullo el álbum que había heredado de la tía solterona de la anterior generación. Nunca me explicó cómo llegó a sus manos, pero me lo mostró con gran orgullo: las fotos, los pañuelos tejidos, los carné de baile, las flores secas, todo en orden cronológico, cosa que, según me explicó quería hacer con los de ella.

La mañana en que la encontramos con los ojos cerrados para siempre, sonreía tranquila. Contra su pecho estrechaba un hermoso álbum en cuya tapa había bordado en puntos de cruz una gardenia, mi flor favorita. Cuando mi madre lo levantó de su pecho y me lo entregó, tenía los ojos ahítos de lágrimas.

Lazos de dependencia

Una parte de mí quiere llamarte, escuchar tu voz nuevamente. La otra, más sabia y sensata, me dice “detente.” He aprendido que los lazos de la dependencia da trabajo romperlos, mientras que es suficiente apenas un suspiro para tejerlos. Exhalo… y es otro día en que no llamo.

viernes, abril 16, 2010

Un personaje

Siempre le tuve miedo al subterráneo de la ciudad de Nueva York. Hace años que no viajo en él, así que no sé cómo estará ahora, pero en la época en que lo hacía, dependiendo del área, las paradas eran más o menos sucias y malolientes; tenían graffiti en las paredes; y los sujetos que se veían causaban aprensión de solo mirarlos. Me acostumbré a viajar con la mirada baja, sin fijar los ojos en nadie, al darme cuenta de que a las gentes, en su mayoría, les molestaba el que uno las mirara.

La lección la aprendí una tarde en que viajaba en el tren haciendo lo que me entretenía: mirar a la gente y crearles una vida. Fantaseaba a qué iban, de dónde venían… Esa tarde la joven que estaba sentada delante de mi, objeto de mi estudio concienzudo, me preguntó de mala manera que por qué la estaba mirando. Me quedé callada, pero aprendí a mantener la vista en el suelo. No quería problemas con nadie, especialmente si, por la facha, eran capaces de llevar, por lo menos, una navaja.

Recuerdo que en mis viajes, antes de que aprendiera que en el subterráneo mejor es ignorar a la gente pero estar pendiente de cualquier movimiento extraño, vi un personaje salido de un cuento. Era una mujer de edad indefinida pero encogida y arrugada al grado que podría decirse que era una anciana. Llevaba los labios pintados del rojo más rojo que jamás había visto. Debía habérselos pintado mientras corría a alcanzar al metro, bajando las escaleras y sin mirarse a un espejo. Como resultado el creyón rojo le había pintado labios al doble de su tamaño. En aquella cara blanca y arrugada, su boca era una brecha ancha y sangrienta que le desfiguraba el rostro, evidencia conclusiva de su insania. Llevaba puesto un collar de grandísimas perlas que parecían pesarle en el cuello, encorvando aún más su figura. Me entretuve, hasta que se bajó del tren, en urdir un cuento en que ella era la protagonista, una Penélope cualquiera, la novia abandonada en Great Expectations. Para cuando salió en su parada, era aún una mujer joven, bellamente vestida y enjoyada, que iba a encontrarse con su amante. Nunca más volví a verla y el cuento quedó inconcluso...

sábado, abril 10, 2010

Seguimos sin hablarnos

Seguimos sin hablarnos, pero a mí, con toda franqueza, no me importa. Estaba cansada de que siempre me estuviera diciendo lo que debía hacer y cómo. Había llegado al punto que prefería no contarle de mis días para que no me aconsejara, que siempre me decía lo que él haría, sin tomar en cuenta que somos totalmente diferentes. Quizás por eso, me parece que a él sí le molesta el silencio. Afortunadamente es terco y no va a ser el primero en romperlo.

martes, abril 06, 2010

Al vacío

Inés cerró el candado del baúl en que guarda los recuerdos de sus momentos de alegría, los escritos sobre sus sueños y fantasías, y aún aquellos de sus inmensas tristezas. Echó al mar la llave. Las olas van alejando el baúl de la orilla. Ya no lo necesita.

Al vacío, se lanza uno sin peso.

miércoles, marzo 24, 2010

Una sonrisa

Sabe que tiene que vencer la apatía que la cubre cual inmenso manto. Le ayudaría el salir a la calle, tomar sol en la cara, volver a sonreír. No puede.

Se fatigó en la mañana buscando una sonrisa, aquella última que pensaba le quedaba. El esfuerzo fue en vano, se había desaparecido. Sintió un poco de lástima por la sonrisa y por ella, pero al final decidió que daba lo mismo. La sonrisa no pasaba de ser un dibujo en cartón coloreado por ella el día en que aceptó que no recobraría su sonrisa.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Nunca se acostumbró a no tenerla, pero sí a vivir sin ella. Hasta ahora… ahora cuando el manto de apatía la arropa, y le hace falta una sonrisa…

lunes, marzo 15, 2010

Borrando

Lleva semanas intentando escribir algo, no importa qué, que tenga lógica. Empieza, borra, y vuelve a empezar como una autómata. Nada le gusta ni le hace sentido, cosa que es normal en su mundo que siempre ha caminado de cabeza. Pero hasta ahora, escribiendo, poniendo las palabras una detrás de otras, le había parecido que lograba entenderse, e incluso hacerse entender. Ahora ella misma no entiende, ni le importa, y nunca escribe hasta un final y si lo hace, borra…

domingo, febrero 21, 2010

Semilla

Las dos últimas semanas han sido semanas de angustia. Días de ansiedad, depresión y miedos. Hoy, por primera vez desde el comienzo de la extraña y agobiante odisea, me permito ver la vida con un poco mas de optimismo. Es como si una pequeña semilla de alegría hubiera llegado hasta mi corazón. Sé que podré seguir adelante, que no será fácil porque nunca lo ha sido, pero la semilla está plantada, y volveré a sonreír.

jueves, febrero 04, 2010

Limonada

Mi niñez sabe a chocolate caliente y pan de maíz recién horneado por mi madre, sabe a dulce de papaya y de mamey hechos en la casa, y a jugo de limón.

La mejor limonada que he tomado en mi vida la hacía mi madre: “el jugo de un limón, agua, dos cucharaditas de azúcar y la revuelves a la cuenta de cien”. Esa era su receta, me decía, pero por más que lo he intentado nunca he podido hacer una cuyo sabor se acerque a la de ella. Se me ocurre que en su limonada había una dosis de amor, ingrediente adicional que falta en la mía, que en los últimos años cada vez con más frecuencia incluye los limones pero no la azúcar.

martes, febrero 02, 2010

Nada que hablar...

No tienen nada que decirse el uno al otro. No fue siempre así, pero en los últimos años apenas si se hablan y cuando lo hacen es porque alguno de los hijos tiene algún problema. La mayor parte del tiempo los problemas de los hijos tienen que ver con dinero y con mayor o menor sacrificio pueden ayudarlos. Eso no se discute, ni se pregunta, ni hay que hablarlo.

De ellos, propiamente de ellos, nunca hablan. Ella hace tiempo decidió que a su edad la intimidad sobra y el aceptó el rechazo. No entendió la razón porque aunque ella considere que “ese tiempo pasó”, él sigue sintiendo la necesidad del la proximidad física e incluso, no le da vergüenza confesarlo, del acto sexual.

A veces piensa que es el desquite por las veces que, siendo más jóvenes, ella se enteró de que él había cometido algún desliz. No se arrepiente de haber permanecido junto a ella a pesar de que en una época, hace años, en lo que ahora le parece otra vida, amó a otra mujer apasionadamente. Sus hijos lo necesitaban, su esposa era una mujer buena, su familia se le fue en contra; no quiso perder lo más por lo menos, y se quedó. Por años sintió añoranza por lo que pudo haber sido, pero ahora lo recuerda solo como un sueño.

En esta etapa final de sus vidas, en los años de salud que puedan quedarles, se conformaría con que él y su mujer pudieran pasar unas horas a gusto; charlar como cuándo eran jóvenes, antes de que nacieran los hijos; pero la realidad, es que no tienen nada que decirse.

viernes, enero 22, 2010

Las azucenas huelen a paz

Dicen que las azucenas huelen a muerto, posiblemente porque son las flores que se usan en las habitaciones de enfermos, o en las capillas para velar los cadáveres, y hasta en los ritos de despojos. Para mí, el olor a azucenas es limpio, es blanco, es de paz.

Hace varios años asistía a un templo; uno de los pocos lugares en que me he sentido a gusto en mi vida. Disfrutaba el tiempo dedicado a la meditación, minutos en que me concentraba en mí misma y lo único que permitía que me llegara era la fragancia de las azucenas que llevaban los sábados Nívea y su esposo, Mayra y algunos más, como ofrenda a la Virgen. El templo y el olor a azucenas, los martes de meditación, el calor de los compañeros, eran el “comfort food” que necesitaba mi espíritu en aquella época.

Cuando mi padre murió comencé a llevarle flores a mami los domingos. Quería llevárselas a ella que estaba viva, y a no a los restos mortales de papi. Ella podía disfrutarlas, él espíritu de él no tenía presencia en la tierra. En muchas ocasiones, no importaba cuáles fueran las flores, añadía algunas varitas de azucenas porque sabía que su olor perfumaba el apartamento. Dejé de llevarle flores cuando, estando ya encamada, me di cuenta que tenía otras necesidades más apremiantes. Las flores, incluyendo las azucenas, eran para días especiales.

Sentada en el butacón de la sala, sus pies sin apenas tocar el suelo por el cual ya no podía caminar, olía a alcoholado porque con frecuencia se humedecía las manos con él como si quisiera limpiarlas de gérmenes. El alcoholado me recordaba los “chofitos” que nos daba de pequeñas cuando nos daba fiebre alta. No había nada más reconfortante que uno de sus baños con alcoholado luego del cual nos arropaba hasta que la fiebre cedía. Bajo las mantas y aunque temblando del frío y fiebre, el bañito resultaba ser justo lo que necesitábamos para quedarnos dormidas.

En los últimos meses de vida, la habitación de mami olía con más frecuencia a alcoholado que a azucenas. A medicinas y antiséptico olía la habitación del hospital en que perdió la lucha. Murió sin que mi hermana y yo pudiéramos estar con ella esos en sus últimos minutos. Para cuando llegamos al hospital, su espíritu ya se había desprendido del cuerpo y la habitación olía a azucenas.

sábado, enero 16, 2010

En las noches

Cada mañana, al despertar, hago una oración ferviente para poder funcionar y bregar con los problemas del día. Me encierro en mi mundo pequeñito y trato de no ver ni hablar con nadie. Solo cuando comienza a oscurecer me permito relajarme, porque la noche me protege.

La noche debía ser mi peor enemiga pero es un manto que me cubre y amorosa me arropa. Siento compasión por aquellos a los cuales la noche atemoriza porque sus monstruos los desvelan persiguiéndolos en la oscuridad. Los míos y yo, desde hace años, dormimos juntos y tranquilos.

domingo, enero 03, 2010

Un parpadear

Se mece en el sillón que era de la abuela. Piensa que no ha pasado tanto tiempo. Que sí ha pasado mucho tiempo. Hace años que es tarde, y sin embargo le parece que solo un parpadear de ojos la llevó de jugar con sus muñecas a mecerse en el sillón. Duró solo un instante, un segundo, pero su vida quedó atrapada en la memoria del iris de sus ojos. Vida en la cual saltó de niña a anciana. Anciana que se mece mirando el horizonte, sin otearlo, porque no espera nada ni a nadie, excepto la muerte, y la muerte aunque siempre llega, no se anuncia.