jueves, diciembre 31, 2009

Feliz 2010

Feliz 2010, te deseamos...

Polvo de estrellas

Estoy hecha con los pedazos de todos los recuerdos y memorias que trato de olvidar. Encuentro la frase escrita en mi cuaderno y no puedo recordar si es mía, la inventé, o la copié o robé, o si la escribió mi mano en uno de esos momentos en que yo andaba en fuga. Cada día con más frecuencia siento la inequívoca sensación de que no soy, ni estoy habitando mi cuerpo.

Pienso que si la frase se hace realidad lograré olvidar hasta borrarme, y podré ser polvo de estrellas luminoso alumbrando caminos.
Arte: Cristina Agssarkissian

viernes, diciembre 18, 2009

La promesa de Los Reyes

A Becky: quien durante años cumplió la promesa
Desde temprano, está cocinando las viandas en el fogón de carbón construido fuera de la casa, bajando la ladera. A doña Carmen le es fácil llegar a ella descendiendo por entre las piedras; lleva años haciéndolo, desde el día en que, al quedar viuda, su hijo la trajo a vivir con él y su esposa.

Oye el auto detenerse; es temprano, y a esa hora no baja nadie por la única calle del barrio; la gente decente aún está durmiendo. Excepto ella, que es decente, pero los viejos duermen poco, y a su edad, es la más vieja del barrio. Ya no lleva la cuenta, paró de hacerla pasada la curva de los ochenta. Se asoma al oír un auto y reconoce a la conductora. Es visitante asidua en la casa grande, la que queda al final del camino, y viene a ayudar en los preparativos de la Fiesta de Reyes. Es una promesa que la dueña de la casa heredó de sus abuelos y que cumple año tras año, con la ayuda de amigos que vienen de la capital cargando con juguetes.

La invita a tomarse un café negro puya, acabadito de colar, acompañado con batatas asadas, y mientras come, la joven le hace chistes de un morado subido que degusta en carcajadas que estremecen su ya frágil cuerpo, y que dejan afuera las encías desdentadas, por que la caja de dientes que le hizo el dentista le molesta. Por eso no irá a la fiesta, no se siente cómoda comiendo entre la gente, pero está contenta: los Reyes Magos regresan con la promesa este año.

En la casa al final del camino, se amanecerán envolviendo juguetes y preparando bolsitas de bombones, presentes de los Reyes Magos a los niños del barrio. Habrá comida, lechón asado a la vara, pasteles, viandas y arroz con gandules, y de postre, tembleque, majarete y arroz con dulce. No faltará la cerveza ni el ron para los adultos, y alguien sacará el cañita que preparó en el alambique detrás de la casa. La fiesta acabará de madrugada, cuando ya estén roncos de cantar aguinaldos, décimas y música corta-venas, la que nunca falta luego de darse unos tragos, aunque sea día de Reyes, porque la Navidad es para los niños, los adultos cargan las nostalgias y las tristezas. Los músicos serán los últimos en irse, regodeándose para un ultimo trago, o algo de comer.

Es Navidad, muy temprano y la gente decente está durmiendo, pero igual, he bajado por la única calle del barrio porque es día de Reyes. Hace tiempo que la casa grande esta vacía, y no se celebra la fiesta. Los niños han crecido, muchos se han mudado del barrio buscando un mejor ambiente y más oportunidades. En la calle, doña Carmen, absorta en su mundo, sonríe, mientras barre con un trapeador… Pero ellos no me decepcionan, por la cordillera los veo bajar cumpliendo la promesa. Los tres vienen a caballo, por supuesto...

sábado, diciembre 12, 2009

Hilar y marinar

Me gusta tejer mis cuentos con hilos finos. Luego los marino por días en anís y ron. Después y como quien no quiere la cosa, los cuelgo aquí. Una vez en Cascabeles, el que entra a leerlos lo hace a su propio riesgo: nunca sabe si saldrá borracho o deshilachado.

jueves, diciembre 10, 2009

Nominación Revista Premia - Literario 2

Silvia Beatriz Giordano me hace el honor de incluir a Cascabeles en la terna, categoría Literario 2. Pincha el enlace provisto en la columna a la izquierda, y vota.
Gracias.

lunes, diciembre 07, 2009

La loca de Irene

Irene era vecina nuestra en el barrio en que me crié. Era un vecindario de clase media pobre, más pobre que otra cosa. Casas desvencijadas y viejas, habitadas en su mayoría por madres con hijos sin padre. Irene, quien vivía completamente sola, parecía una princesa transplantada de otro mundo. Algunas tardes, luego de que los chicos más grandes llegaran de la escuela, jugábamos en la calle a la peregrina y a saltar la cuica, y ella se nos unía. Entre nosotros parecía una más, solo que era una niña grande.

Tenía la extraña costumbre de pararse en el balcón de su humilde casa, balanceándose en una sola pierna, los brazos extendidos sobre la cabeza, semejando una estatua. Cuando mi madre la veía en esa posición, murmuraba por lo bajo “ahí está otra vez la loca de Irene”. A mí la loca de Irene me daba miedo pero me acordaba a los flamencos rosados que vi en una ocasión cuando mi padre aún venía a visitarnos y nos llevó a mi hermano y a mí al zoológico.

Una tarde en que, al pasar frente a su casa, la sorprendí en el momento en que extendía los brazos, me invitó a entrar. Nos sentamos en uno de los escalones que subían al balcón, y sonriente me dijo que no sintiera temor, que no estaba loca. Fue a buscar una hermosa caja hecha en madera con un diseño en la tapa. Laqueada, brillaba; nunca antes había visto algo tan hermoso. Me explicó que era una caja de música y al abrirla el espacio se llenó de una bellísima melodía. En el centro de la caja, una muñequita bailaba y bailaba, dando vueltas en punta.

─Cuando me siento triste y sola, recuerdo mi vida anterior ─me dijo─ una vida lleno de lujos en que nada me faltaba excepto la felicidad. Entonces saco la caja de música y adopto la posición en la que me pareció vivir por años: la de la pequeña bailarina encerrada en su prisión, condenada a dar vueltas y vueltas apenas se abre la caja. Luego de unos minutos, olvido lo que necesito y me lleno de paz.

Nos quedamos calladas las dos escuchando los acordes de la melodía. No entendí hasta muchos años después la lección de vida que acababa de darme, pero nunca más escuché a mi madre hablar de la loca de Irene sin pensar que esa loca era feliz y tenía paz.

domingo, diciembre 06, 2009

La franqueza es verdad y es loca

Habiendo dado el paso para permitirme hablarte, te darás cuenta que suelo ser tu mejor consejera. Te prejuiciaron en mi contra con el razonamiento de que la locura es siempre mala, aunque venga vestida de franqueza. Y yo guardé silencio agazapada en tu cerebro hasta que me escuchaste: tenías el derecho a romper las ataduras, a lanzarte al vacío, a buscar la felicidad. Desde entonces me prestas atención, aunque luego digas que la franqueza es loca, y no puedes hacer lo que, sugerente, murmuro a tu oído. Lo que te paraliza es el miedo, ese es nuestro enemigo: la verdad te asusta y le dices loca.

Quiero que me escuches como quién soy, parte de ti misma, y sopeses lo que voy a decirte. Estoy cansada de tu constante, callado, aburrido sufrimiento. De tu no salir de las paredes de tu cárcel, la que erigiste una vez dijiste que eras libre, por temor a arriesgarte y a sufrir. ¿Qué hay de malo en una aventura? La que sea, no importa: déjate amar, móntate al caballo, sal y mira el sol, baila, juega. No importa que la parte tuya que se pasa censurándote te diga que no sabes, que no puedes. Finge que te diviertes y un día caerás en cuenta que efectivamente es más divertido. Golpea salvajemente al miedo, aporréalo, véncelo de una vez.

Al otro lado de tu soledad está la vida, la que pueda quedarte. Aunque duela, por Dios, mira al espejo; acepta de una vez quién eres, y arriésgate a vivir.

viernes, diciembre 04, 2009

Ahora

Mami estaba viejecita cuando murió, tus hermanas son mujeres maduras, tú, en cambio, hace muchos años que eres vieja. Tenías 28 años e ibas caminando por el campus de la universidad en Río Piedras, de pronto, sin razón aparente comenzaste a llorar. Te pareció un llanto inexplicable; para cuando cesó eras una vieja de 28 años. Ese día, de ser la hija del medio, la invisible, aceptaste que te habías convertido en una mujer invisible y además vieja.

Ahora, cuando menos lo esperas, se te acerca alguien que parece reunir las cualidades que por tantos tiempo pediste en tus parejas. Dios tiene un sentido del humor extraño, uno que después de años de una relación tormentosa entiendes, pero que aún así te duele. Lo envía envuelto en el cuerpo de un hombre más joven. Te lo envía ahora, justo ahora, cuando al fin tu cuerpo y tu mente se han alcanzado y puedes decirlo sin que extrañe: estoy Vieja.