viernes, abril 16, 2010

Un personaje

Siempre le tuve miedo al subterráneo de la ciudad de Nueva York. Hace años que no viajo en él, así que no sé cómo estará ahora, pero en la época en que lo hacía, dependiendo del área, las paradas eran más o menos sucias y malolientes; tenían graffiti en las paredes; y los sujetos que se veían causaban aprensión de solo mirarlos. Me acostumbré a viajar con la mirada baja, sin fijar los ojos en nadie, al darme cuenta de que a las gentes, en su mayoría, les molestaba el que uno las mirara.

La lección la aprendí una tarde en que viajaba en el tren haciendo lo que me entretenía: mirar a la gente y crearles una vida. Fantaseaba a qué iban, de dónde venían… Esa tarde la joven que estaba sentada delante de mi, objeto de mi estudio concienzudo, me preguntó de mala manera que por qué la estaba mirando. Me quedé callada, pero aprendí a mantener la vista en el suelo. No quería problemas con nadie, especialmente si, por la facha, eran capaces de llevar, por lo menos, una navaja.

Recuerdo que en mis viajes, antes de que aprendiera que en el subterráneo mejor es ignorar a la gente pero estar pendiente de cualquier movimiento extraño, vi un personaje salido de un cuento. Era una mujer de edad indefinida pero encogida y arrugada al grado que podría decirse que era una anciana. Llevaba los labios pintados del rojo más rojo que jamás había visto. Debía habérselos pintado mientras corría a alcanzar al metro, bajando las escaleras y sin mirarse a un espejo. Como resultado el creyón rojo le había pintado labios al doble de su tamaño. En aquella cara blanca y arrugada, su boca era una brecha ancha y sangrienta que le desfiguraba el rostro, evidencia conclusiva de su insania. Llevaba puesto un collar de grandísimas perlas que parecían pesarle en el cuello, encorvando aún más su figura. Me entretuve, hasta que se bajó del tren, en urdir un cuento en que ella era la protagonista, una Penélope cualquiera, la novia abandonada en Great Expectations. Para cuando salió en su parada, era aún una mujer joven, bellamente vestida y enjoyada, que iba a encontrarse con su amante. Nunca más volví a verla y el cuento quedó inconcluso...

sábado, abril 10, 2010

Seguimos sin hablarnos

Seguimos sin hablarnos, pero a mí, con toda franqueza, no me importa. Estaba cansada de que siempre me estuviera diciendo lo que debía hacer y cómo. Había llegado al punto que prefería no contarle de mis días para que no me aconsejara, que siempre me decía lo que él haría, sin tomar en cuenta que somos totalmente diferentes. Quizás por eso, me parece que a él sí le molesta el silencio. Afortunadamente es terco y no va a ser el primero en romperlo.

martes, abril 06, 2010

Al vacío

Inés cerró el candado del baúl en que guarda los recuerdos de sus momentos de alegría, los escritos sobre sus sueños y fantasías, y aún aquellos de sus inmensas tristezas. Echó al mar la llave. Las olas van alejando el baúl de la orilla. Ya no lo necesita.

Al vacío, se lanza uno sin peso.