sábado, noviembre 24, 2012

Fantasía de sombras

Siempre que lo veo es de noche. Es una sombra negra, más negra que la negrura de mi cuarto. Se mueve despacio, se acerca, se aleja. Sé que no lo imagino igual que sé que no pertenece a mi mundo. Aunque duerme a mis pies, nunca está en las mañanas cuando yo despierto. Hay algo en él que necesita la noche perenne.

Cuando no viene, lo extraño. Es mi único amigo e intuyo que me quiere. El hecho de sentirme amada por alguien aunque solo sea un celaje me alegra.

He comenzado a poner dos platos para la cena. Él llegará más tarde pero cuando llegue sabrá que es bien recibido. Intento adivinar sus gustos inventando nuevas combinaciones de mis platillos preferidos. Quizás si alguno lo tienta lo suficiente, decidirá presentarse en mis días, servirme de escolta al trabajo, acompañarme en las compras, hacer cosas juntos.

Ansío un beso suyo y se lo digo porque hacía noches que no venía. Pero él se repliega a una esquina como si temiera hacerlo, cuando yo sé que moriría nuevamente con tal de acariciarme. Nunca lo hará, su amor es muy grande: piensa que si me toca me lastimará. Así que lo he decidido. Mañana después de la cena cambiaré a su mundo y como dos sombras, nos iremos juntos.

sábado, noviembre 17, 2012

Mariposa azul

Sé que eran las doce cuando me desperté, porque las manecillas del reloj apuntaban al techo. Tengo uno de esos relojes de pared que son lumínicos para saber la hora cuado me despierto durante la noche.

Cuando cobré conciencia recordé que, al momento de despertarme, soñaba que me estaba haciendo el amor apasionadamente un hombre sin rostro. Siempre que tengo sueños eróticos el hombre no tiene rostro. Es un compendio de todos los hombres que amé y por una u otra razón se alejaron, me digo. O quizás el espíritu de otra existencia que me persigue, y si es él, imagino que está satisfecho porque consiguió su cometido: que me quedara sola. No importaba quien fuese, me sentía satisfecha y feliz así que por unos minutos prolongué la sensación de estar siendo amada. Pero no es igual dormida que despierta; me reproché mi debilidad y me levanté del lecho.

Siempre pensé que no le temía a la soledad, pero a medida que los años pasan y veo sus huellas en mi rostro, me atemorizo. Temo el quedarme sola e incapaz de atender mis mínimas necesidades. No tengo descendencia que vele por mi cuando llegue el momento, y los parientes que tengo están demasiado lejos no solo en distancia física, sino en la emocional. La distancia la puse yo cuando me alejé de todos. En aquel entonces mi ira con el mundo, con Dios, no tenía medida. En mi soledad y nutriendo mi odio, decidí que no dejaría que nadie ni nada se acercara a herirme. No me importaba a quién hiriera o a quién alejara. Quería estar sola con mis rencores. Bañarme de día y de noche en el lago de mis amarguras y degustar el sabor malsano de la venganza en mi boca. Pronto me di cuenta que me sería imposible buscar el desquite, que iba contra mi naturaleza. Entonces me envolví en las cosas que me rodeaban, en los libros que daban descanso a mi mente, en el silencio que no permitía que nadie rompiera, y alcancé la tranquilidad del muerto en vida, en ese pequeño espacio que llamé mi mundo.

No sé en qué momento me di cuenta que era mariposa enredada en una gruesa telaraña viendo pasar los años que transcurrían, uno la repetición del otro. Fue entonces que intenté liberarme, pero la carga del rencor a mis espaldas, el miedo a estar con otros y ser rechazada, me petrificó. Las paredes físicas se habían convertido en emocionales y aunque la prisión se me hizo intolerable, no he podido escapar. No hay solaz para mi espíritu, solo me queda esperar la muerte, mariposa azul sin esperanzas.

Solución

Eran las doce y cuarto de la madrugada. El extraño ruido que la despertó había cesado y no se colaba luz alguna por la ventana: ¿estaría imaginando cosas? El temblor de las piernas se intensificó. Si al menos su hermano estuviera él podría hacerse cargo de la situación. Se sintió tan poquita cosa, tan asustada; era solo la mitad de ella desde que había salido del hospital. Siempre con miedos, sintiéndose impotente para tomar las riendas de su vida, dependiendo de su hermano. Él se burlaría si supiera que imaginaba ruidos de alguien entrando a su habitación. Pero también se preocuparía, claro, no por ella, sino por él mismo. Iba a casarse pronto y ella sería una carga horrible. Lo habían hablado varias veces, estaba dispuesta a intentar vivir sola. Él lo habría preferido pero no quería dejarla y que volviera a caer en una crisis como la que la envió al hospital.

Sentía pasos que se acercaban a su cama, pero no veía a nadie. Definitivamente sus piernas no la sostendrían y no podría escapar. Más cerca ahora, sintió el ruido del agua al caer en el vaso y vio la mano que le extendía las pastillas. Obediente, las tragó todas. Se arropó y cerró los ojos, ahora podría dormir tranquila. Su hermano había llegado justo a tiempo; él se las arreglaría en la mañana.

jueves, noviembre 01, 2012

Mentiras

¡Te quiero!, dice tu boca y tus ojos te desmienten. No creo en ti desde hace mucho tiempo. ¡Y yo te quiero más!, te digo.  Da igual, también te estoy mintiendo.