sábado, noviembre 17, 2012

Mariposa azul

Sé que eran las doce cuando me desperté, porque las manecillas del reloj apuntaban al techo. Tengo uno de esos relojes de pared que son lumínicos para saber la hora cuado me despierto durante la noche.

Cuando cobré conciencia recordé que, al momento de despertarme, soñaba que me estaba haciendo el amor apasionadamente un hombre sin rostro. Siempre que tengo sueños eróticos el hombre no tiene rostro. Es un compendio de todos los hombres que amé y por una u otra razón se alejaron, me digo. O quizás el espíritu de otra existencia que me persigue, y si es él, imagino que está satisfecho porque consiguió su cometido: que me quedara sola. No importaba quien fuese, me sentía satisfecha y feliz así que por unos minutos prolongué la sensación de estar siendo amada. Pero no es igual dormida que despierta; me reproché mi debilidad y me levanté del lecho.

Siempre pensé que no le temía a la soledad, pero a medida que los años pasan y veo sus huellas en mi rostro, me atemorizo. Temo el quedarme sola e incapaz de atender mis mínimas necesidades. No tengo descendencia que vele por mi cuando llegue el momento, y los parientes que tengo están demasiado lejos no solo en distancia física, sino en la emocional. La distancia la puse yo cuando me alejé de todos. En aquel entonces mi ira con el mundo, con Dios, no tenía medida. En mi soledad y nutriendo mi odio, decidí que no dejaría que nadie ni nada se acercara a herirme. No me importaba a quién hiriera o a quién alejara. Quería estar sola con mis rencores. Bañarme de día y de noche en el lago de mis amarguras y degustar el sabor malsano de la venganza en mi boca. Pronto me di cuenta que me sería imposible buscar el desquite, que iba contra mi naturaleza. Entonces me envolví en las cosas que me rodeaban, en los libros que daban descanso a mi mente, en el silencio que no permitía que nadie rompiera, y alcancé la tranquilidad del muerto en vida, en ese pequeño espacio que llamé mi mundo.

No sé en qué momento me di cuenta que era mariposa enredada en una gruesa telaraña viendo pasar los años que transcurrían, uno la repetición del otro. Fue entonces que intenté liberarme, pero la carga del rencor a mis espaldas, el miedo a estar con otros y ser rechazada, me petrificó. Las paredes físicas se habían convertido en emocionales y aunque la prisión se me hizo intolerable, no he podido escapar. No hay solaz para mi espíritu, solo me queda esperar la muerte, mariposa azul sin esperanzas.

No hay comentarios.: