viernes, marzo 30, 2012

El colector de antiguallas

Todos los niños del vecindario nos habíamos acostumbrado a ver a Domingo buscando en las basuras de nuestras casas. Si bien al principio lo habíamos hecho punto de nuestras burlas, el día que encontró un antiguo sable en la basura de los nuevos vecinos, nos convencimos de que, efectivamente, había muchas cosas valiosas entre aquellas descartadas por los demás.

Cuando iba a otros vecindarios más pudientes, Domingo encontraba cosas hermosas. Entonces, además de sus antiguallas, recogía libros, y también juguetes que arreglaba y nos regalaba. Así fue que Vicente se hizo de su primera bicicleta, y mi hermano de una colección de pequeños autos de carrera, prácticamente nueva.

En varias ocasiones y a escondidas de mis padres (cosa que Domingo desconocía), lo acompañé en sus excursiones a otros vecindarios. Me divertía hacerlo porque siempre encontrábamos cosas interesantes y porque mientras buscábamos, me hacía las fascinantes historias de los objetos que había encontrado, todas ellas aventuras dignas de superhéroes.

Ese día habíamos salido aún oscuro y la búsqueda había resultado frustrante. De pronto encontré una extraña pieza de madera. Era una esfera con la base integrada. La madera estaba rayada y sin brillo. Aunque a mis ojos no tenía utilidad alguna, se la llevé a Domingo. Él la miró fascinado. Cuando le pregunté para qué servía, me contestó que, a veces, las cosas son valiosas por su hermosura, otras por las memorias que evocan. Yo no lo entendí bien, pero me sentí orgulloso cuando, restaurada a su original belleza, me la regaló. Llénala de recuerdos, me dijo.

 A pesar de los años transcurridos, conservo la figura sobre mi escritorio. La miro con frecuencia porque me recuerda mi niñez y las divertidas excursiones con Domingo buscando antiguallas, las fascinantes historias que él me hacía, y cómo el verdadero valor de las cosas está en la memoria del que las mira.

lunes, marzo 19, 2012

Papá y el perdón


Aquella tarde, papá regresó a la tumba entristecido porque ninguno de nosotros quiso acompañarle. Él pudo perdonar.  Nosotros aun clamamos por venganza.

sábado, marzo 17, 2012

Hoy


—Mamá-abuela —le dice mi prometido a la anciana sentada en el sofá — esta es mi novia. Ella me mira con ojos empequeñecidos por los años.
—Siéntate aquí—me dice, señalando el sofá en que está sentada. Y me coloco a su lado.
Es una ancianita frágil, la piel arrugada por el sol, la edad indeterminable. El pelo, más canas que hebras negras, recogido en un moño a la nuca. Vestida de medio luto. Una mujer de campo.
—Tengo ochenta y cuatro años —me dice de pronto.
Mi novio, que la oye, me aclara —Tiene noventa años ya.
—Ochenta y cuatro —insiste ella.
Y de veras no sé porqué la anciana piensa que esos seis años hacen diferencia.


jueves, marzo 01, 2012

El mundo de Ensueño

Llevo varias noches soñando con un hombre diminuto. Es tan pequeño que cabe en mi mano. Perfectamente proporcionado tiene los ojos azules, brillantes como pequeñas canicas nuevas y el cabello castaño claro. Va vestido de vaquero con mahones, camisa de cuadros en que predomina el rojo y lleva sombrero y botas. Es un personaje, o persona, no estoy segura de cómo llamarlo, completamente diferente al francés que venía del otro lado del sauce.

El francés era pequeño, pero parecería gigante al lado de este vaquero diminuto. Me llevaba a pasear por el mundo para que le contara de él a mi madre, ya tan próxima a la muerte. Quería que ella supiera que no me iba a quedar sola. Una vez ella se marchó, se hicieron menos frecuentes sus visitas e imagino que un día decidió quedarse del otro lado del sauce, visto que yo estaba tan envuelta en mis propios problemas y en las complicaciones de mi vida, que no hice el intento de reencontrarlo. Quizás si lo hubiera hecho aún estaríamos juntos viajando en el espacio casi infinito de la imaginación y mis días no se habrían vuelto tan tristes.

Pero volviendo al hombrecito que ocupa mis sueños ahora, no puedo descifrar lo que representa. Viene siempre contento, y me vuelvo diminuta como él y escapamos por alguna hendija y me lleva a un mundo subterráneo, que contrario a lo que esperaría, está lleno de luz.

La otra noche, en pleno sueño, y antes de que me convirtiera en diminuta también, logré atraparlo en mi mano. Su carita se entristeció.

¿Por qué intentas atraparme? –me dijo.

–Quiero que me digas quién eres, y a qué vienes.

–Eso no es importante –me dijo– soy solo un amigo que te lleva a su mundo para que salgas del tuyo que te carga tanto. Sabes que no perteneces en él, pero una vez encarnada en la tierra no puedes escoger cuándo marcharte al mundo del Ensueño. Acepta la amistad que te brindo, las aventuras que tanto disfrutas cuando viajamos juntos, porque ellas harán más fácil tu estadía en este planeta hasta el momento en que puedas volver a volar.

Me quedé tranquila, había contestado mi pregunta. Una vez sabes que perteneces a ese otro mundo, de alguna manera, a través de un francés, un diminuto vaquero, o un hada, siempre estarás conectada a él.