lunes, agosto 31, 2009

Embriagando los sentidos

Calcinar contigo la eternidad hasta convertirla en siempre. Fernando Luís Pérez Poza

En movimiento, Cloé le recordaba la gracia sutil de una mariposa azul en vuelo o de un felino cuando va caminando lento hacia su presa. Traía a su presente la escena de una película que había visto hacía años en que la pareja protagonista bailaba un tango, los pies marcando pasos ágiles, rápidos pero acompasados mientras los cuerpos en sinuosos movimientos se hacían el amor impúdicamente. Esa escena lo había dejado jadeante, tenso como un alambre que ansía sentirse trabajado por las manos del orfebre.

Con ella alcanzó la plenitud y liviandad que imaginó posible entonces porque el frotar de sus cuerpos sudorosos exprimía de ella los aromas y jugos que le fascinaban: Cloé sabía a manzanas frescas, a naranjas recién recogidas, a melocotones jugosos y dulces; olía a blanco: a nardos, a azucenas, a gardenias.

Pero ahora, en un momento de debilidad le había confesado que ella llenaba todos y cada uno de sus sentidos como nunca antes mujer alguna lo hizo, y Cloé había reído con la risa gutural que le recordaba que ella venía de estar con cientos de hombres y sabía lo que era necesario para embriagar a cada uno de ellos. Una risa burlona y cortante que le había perforado el cuerpo desatando una furia que lo llevó a apretarla muy fuerte hasta dejarla completamente seca, con un olor pringoso y nauseabundo.

Se levantó despacio, se vistió y salió arrastrando los pies, dejando en aquella habitación, encadenada para toda la eternidad, su alma.

miércoles, agosto 26, 2009

Alicia en los espejos

Alicia huye de los espejos. Desde hace años les tiene tirria y le dan temor porque nunca se ve reflejada en ellos. Al menos, no la cara que recuerda. El rostro de ella, el que era, ya no es la imagen que se le muestra. Lleva años luchando infructuosamente por vencer lo que se ha convertido en una fobia.

Para no mirarse al espejo, se esconde tras la escritura. Escribe cuentos muchos de los cuales solo ella entiende si ha de de dejarse llevar por los comentarios. Suelen ser cuentos sencillos en los cuales pone algo de sí misma, algo prestado y algo inventado y añade unas gotas de ron y anís. Sabe que esas son las gotitas que le dificultan al lector entenderlos pero no le gusta privarse de ponerlas, porque en ellas está su verdadera imagen, aquella que ya no se refleja en el espejo.

En ocasiones, decide salir de su escondite y entonces asiste a algún taller de escribir. Anoche, por ejemplo, en que luego de luchar con la ansiedad, asistió a uno. Toda iba bien, mejor de lo que esperaba. Hecha la presentación, se acomodó a escuchar la charla. Ya al final, la profesora les dio un pie para que el grupo escribiera: “abres los ojos, te miras en el espejo, y ves…”

Se levantó sin hacer ruido y se marchó para su casa.

martes, agosto 25, 2009

Mi niña y los cuentos

“Ya no escribes cuentos”, me dice, con su vocecita aniñada. Y sé que es el comienzo de una discusión que ya hemos tenido antes, así que me limito a decirle que lo sé, confiando en que cerraremos el tema. Ella es niña y pequeña, pero es obstinada. Se pone las manos en la cintura y tal parece que creciera varias pulgadas, y me pregunta:

─ ¿Por qué?

─ Por que no tengo el hambre, le contesto. Ya no.

─ Y por mí, ¿lo harías?

─ ¿Qué se te da a ti si yo escribo o no?

─ A mí, nada ─me dice sonriendo. ─ A la larga, a mí me da lo mismo; me gusta ser niña.

domingo, agosto 23, 2009

El mundo al otro lado del sauce

¡Te extraño tanto! Siento la necesidad de que estés, de poder ir a verte. Recuerdo unos años atrás en que aún te daba ánimo el charlar y te contaba los cuentos que escribía. En ocasiones, si no eran demasiado largos, te los leía, acurrucada contigo en la cama. Había una comunicación silenciosa entre nosotras que iba más allá de las palabras.

Después, a medida que tu cuerpo se fue deteriorando, y veías menos y oías menos, inventaba historias. Inventé para ti en los últimos meses un mundo imaginario y un compañero que me llevaba a viajar por él para que no te preocupara el dejarme sola cuando tuvieras que marcharte. No sé si las creías o no, pero te divertían. Te reías y me pedías detalles de ese mundo que existe al otro lado del sauce, reflejo del nuestro, y habitado por seres pequeñitos, mundo que se hacía real cuando estábamos juntas.

De la misma forma que mi presencia te llenaba de energía por algunas horas, la tuya me daba consuelo y me hacía sentir menos sola en las tardes tristes de domingo. Hoy que es domingo, y es especialmente triste, me pregunto si estás cerca, si puedes escucharme, si sabes lo mucho que te extraño, mami… y si has ido a visitar el mundo al otro lado del sauce.

miércoles, agosto 19, 2009

El oasis del amor

El día amaneció con un sol azul y cuadrado, perfecto para un día rosado. A Roxanna el amor le parecía un milagro porque cambiaba el color y la forma de las cosas. El sendero ante ella que hasta hacía unas horas era oscuro laberinto, ahora le parecía un jardín de rosas. Si hubiera sabido cantar entonaría un himno a la vida, pero no era necesario que lo hiciera porque afuera los pájaros madrugadores habían organizado una orquesta que magistralmente silbaba una hermosa sinfonía.

Se recogió su larga melena verde, abrió la ducha y dejó que el agua tibia la fuera mojando mientras acariciaba su vientre, solazándose en el recuerdo de las manos de él sobre su cuerpo. Seleccionó la ropa con mucho cuidado para que toda ella reluciera. Vestida de amarillo, la melena verde suelta al viento y con pisadas ligeras que apenas tocaban el suelo caminó hasta el trabajo.

Pasó el día en vilo esperando que él la llamara conforme habían acordado. Los planes eran ir al bar en que se conocieron a tomar una copa de vino y a charlar antes de regresar a su casa. Eran más de las siete cuando se dio por vencida y con la noche cayendo vertiginosamente desandó la distancia. Caía una lluvia de gotas finas y secas de color pardusco, que se sentía como arena, que como tal le obstruía la nariz y la boca dejándola sin aliento, y se le acumulaba en los hombros que se encorvaban bajo su peso haciéndola arrastrar los pies como si su cuerpo tuviera cien años.


Para cuando llegó a su casa había aceptado que una vez más el oasis del amor había sido solo un espejismo.

domingo, agosto 16, 2009

Recuerdos

A lo lejos, tras el negro páramo calcinado, el fuego apagaba sus últimas llamas. Espoleó a su caballo con el corazón encogido temiendo que el humo azuloso proviniera de su casa. No tenía idea de qué podía haber dejado encendido por más que intentaba hacer un repaso mental. Estaba viejo y a la muerte de ella había comenzado a olvidar cosas.

Iba a galope cuando se le ocurrió que el fuego destruiría muchas de las memorias que guardaba, aquellas cosas que revisaba en las noches y que hacían reverberar en su cerebro recuerdos de antes. De entonces. De cuando estaban juntos.

Detuvo el caballo. No tenía porqué apresurarse. Daba igual: ella estaba muerta.

martes, agosto 04, 2009

Un ramito de nardos

Sigue con la mirada las curvas de su cuerpo. Le gusta esa mujer, le gusta desde que la vio por primera vez. No se atrevería a decírselo, ni siquiera ir más de allá de comerla con los ojos cuando se va alejando, porque sabe que es soñar con una estrella.

Cuando pasa frente a él, baja la mirada para que ella no pueda ni siquiera pensar que le está faltando el respeto. Que no se lo está, es que la desea con cada fibra de su cuerpo. Ella no lo mira, mantiene la cabeza erguida, los ojos mirando hacia el frente. Para ella él no existe, ni siquiera se ha dado cuenta de que ya la espera frente al puesto donde Perico vende los diarios. Si tuviera el valor le regalaría uno de los ramitos de nardos que vende el chiquito: es principio de mes y tiene las monedas para comprarlo, pero no se atrevería a dárselo.

Ella sigue de largo y se va alejando sin mirar a nadie. Va siempre encerrada en su mundo, ensimismada, deseando con todas las fuerzas que alguien, un día, le regale un ramito de nardos.

sábado, agosto 01, 2009

El reflejo en el agua

La vi por primera vez reflejada en el agua. Nunca antes la había visto y me pareció triste. Se me ocurrió que sobre el agua las ondas que hacía la brisa que corría tan fuerte eran las que le daban ese aspecto melancólico.

─¿Te puedo ayudar? ─ le pregunté pero ella no me contestó.

Su reflejo se fue río abajo, hacía la caída de agua donde se habría perdido para siempre pero se quedó enredado en unas lianas y me marché tranquila sabiendo que volvería a verla.

Se acostumbró a que fuera a mirarla allí en el río. Se acostumbró tanto que pienso que me esperaba porque siempre que fui la encontré. El mismo rostro triste, la melancolía de ese primer día, y aunque yo siempre le ofrecía mi ayuda, nunca me contestaba.

Cuando al fin me habló me dijo que no me preocupara.

─ Es mi naturaleza.

Seguí yendo a verla para tratar de arrancarle una sonrisa a aquel reflejo triste, pero cada vez que se alejaba se iba aún más lejos acercándose más a la caída de agua. Me aterraba pensar que pudiera perderse revolcándose entre las piedras sin que las ramas pudieran sostenerla y se hundiera para siempre.

Así que hice lo único que podía hacer: me fui con ella.

Inés y la tristeza

Una inmensa tristeza se ha ido apoderando de la casa. Inés la vio entrar, pero la dejó estar hasta ahora, cuando se ha acuartelado en el dormitorio que era de ella.

La joven había pensado que si lograba evitar que entrara a su habitación sobreviviría en ese pequeño espacio. Pero ahora, también ha sido invadido su cuarto.

Luego de considerar varias posibles soluciones, intentó dialogar con ella y explicarle que le deja todo lo demás, pero que le permita estar tranquila en el rincón que hasta hace poco era solo suyo. Escurridiza, la tristeza logró evitar la confrontación y ya comenzó a poner barrotes en ventanas y puertas.