martes, septiembre 23, 2014

Procesos

Por decisión, hace tiempo no escribo.  No estoy segura de que mis razones sean válidas, o si responden a mi ego, que anda herido.  Necesito aclarar mis pensamientos, bajar el nivel de ira, e intentar comprender el rol de algunas personas en mi proceso.  Determinar si ha llegado el tiempo de alejarme de aquél que me hiere, o si debo hacerle frente a la situación sin herir porque no soy yo sola la que intenta llevar su proceso en paz.  Hay algo que no he aprendido, una asignación no completada porque la lección se repite hasta la saciedad.  Pero esta vez me he prometido no actuar a la ligera, pensar bien lo que debo hacer.  Quizás de esa forma pueda pasar el grado.

domingo, septiembre 07, 2014

Sin pena

 
       Hace varios años que con algo de pena guardé en la tablilla más alta de un armario las muñecas de porcelana que tenía en mi habitación.  Desde allí en ocasiones me miran con ojos llenos de reproche, como me imagino que me mirará la hija que no tuve y ahora también me mira aquella que ni siquiera pude parir en el papel.

Intenté convencerla que naciera. Comencé por explicarle porqué no tendría padre.  También le expliqué porqué no le daría un nombre propio. Ahí el texto y yo comenzamos un descenso lento por una inmensa chorrera demasiado almibarada para mi gusto. Inesperadamente, me atasqué. Intenté despegarme para reanudar el escrito, pero no  encontré manera. Rumbo a casa el jueves pasado en la noche me di cuenta de dónde reside el problema: soy incapaz de parir, y mucho menos a mí misma. 

Mi madre me contaba que estuvo con dolores de parto casi dieciocho horas, luego de las cuales, pasmados los dolores y el parto, tuvieron que someterla a una cesárea para que yo naciera.  Siempre he pensado que en algún momento, por pura cobardía, por intuición, o ambas, me aferré a sus entrañas para quedarme en aquél lugar calientito y seguro donde el batir del agua tibia me acunaba y amortiguaba los sonidos que me herían.

Destinada a nacer no podían permitirme estar tranquila, así que vine al mundo en contra de mi mejor criterio.  Decía mi madre que de cualquier cosa me asustaba y recurría al llanto, preludio y práctica para la vida que me estaba esperando.

Si alguna vez pensé, soñé, anhelé, tener un hijo o una hija, muy pronto comprendí que no sometería a una criatura a las experiencias de la vida. Puedo vivir con las miradas de reproche de muñecas calladas y de hijas no nacidas, pero no podría dormir tranquila sabiendo que serví de instrumento para arrancar de su lugar seguro a un alma.

  Definitivamente, sin pena ni arrepentimientos, ni siquiera en el papel quiero parir una hija y menos aún si ella es mi reflejo.