domingo, noviembre 23, 2008

Artilugios

Desde muy joven soñé con encontrar el amor. Supuse que sería fácil. Que el príncipe azul de los sueños se acercaría y apenas verlo, sabría que era él. Nos casaríamos y viviríamos felices para siempre. Nadie me dijo que el cuento no era así, y tuve que sufrir mi primera decepción amorosa para darme cuenta.

Mi tía era una mujer extraña. Sempiternamente triste, parecía no disfrutar de las miles de cosas hermosas que a través de su vida había ido coleccionando. Cada vez que alguien le preguntaba por alguno de los cientos de artilugios que poseía, nos contaba la historia del objeto y cómo llegó a adquirirlo. Las historias que acompañaban a cada uno de ellos parecían cuentos sacados de Las mil y una noches. En mi inocencia, pensaba que aburriría a su marido con ellas cada noche y era por eso que él lo miraba todo con ojos glaseados. Ojos que nunca fijaba en nada en particular, y si lo hacía, era con cierto desdén y desinterés. Parecía haberse resignado a las ansias de mi tía de poseer cosas y que había optado por limitarse a pagar las cuentas.

Las cuentas era algo que conocía porque cercano el fin de mes mis padres se sentaban a calcular cuánto sobraría una vez pagaran las facturas. Empezaron a sentarme en una silla, junto a ellos, cuando aún mis pies no tocaban el suelo. Así aprendí que en mi casa el dinero no era suficiente nunca para todas las cosas que se necesitaban y que era necesario establecer prioridades. En ocasiones, muy escasas, algo sobraba y entonces íbamos al cine y al entrar, me compraban dulces.

Imaginaba que mi tía no tenía que someterse a aquel suplicio. Y es que cuando salía con ellos, apenas mi tía veía algo que le gustaba, entraba y lo adquiría. En esas salidas también mi tía complacía mi más mínimo antojo: no solo hacíamos cuánto yo deseaba, también mi tía me compraba lo que yo quería, incluyendo cosas que no necesitaba. Cosas que, sin protestar, el buenazo de su marido pagaba.

Con aquella palabra lo pintaban siempre. Buenazo. Mi tío era un buenazo porque complacía a su mujer en todo, sin ponerle un pero.

Mi madre siempre le reprochaba a mi tía el que me complaciera de esa forma: “una no debe crecer pensando que puede tenerlo todo con tan solo desearlo, no tenemos una madrina con una varita mágica pendiente de nuestros más mínimos deseos”. Y yo pensaba que mi tía había encontrado en su marido un padrino con una varita mágica y a su vez, el príncipe azul de los cuentos.

Cuando me di cuenta que mi primer novio no era mi príncipe azul, me deshice en llanto. Como mi madre trató de llevarlo a una hoja de contabilidad como si fuera un presupuesto mensual, me fui a ver a mi tía. Ella sí podría entenderme. Escuchó con paciencia la historia que conté entre gimoteos, y para mi sorpresa, se echó a reír cuando le pedí la fórmula para reconocer al príncipe azul.

─ ¿Qué te hace pensar que yo sería la persona indicada para decirte cómo encontrar al príncipe azul? ─me preguntó, ya más seria.

─ Solo tengo que mirar a tu alrededor, todas las cosas que tienes, cosas que tu esposo te regala para complacerte apenas dices que te gusta ─ le contesté, asombrada de que no se hubiera dado cuenta que su marido era un príncipe de ensueño.

─ Es cierto que todo lo que tengo lo paga mi marido ─me dijo con tristeza─ pero es que su naturaleza es la de un coleccionista y ese es el precio que tiene que pagar para retenerme. Soy su trofeo más preciado. Un verdadero artilugio.

viernes, noviembre 21, 2008

Demos gracias

Por cada experiencia de vida que nos ayuda a crecer y nos acerca a la Luz, demos gracias.

martes, noviembre 18, 2008

El miedo y la soledad

Tengo miedo, me dice con su vocecita aniñada, y callo porque sé que tengo la culpa. Más aún, yo comparto su miedo. Ambas, mi niña y la adulta estamos aterradas: mis decisiones nos afectan a ambas. Trato de consolarla, y trato de consolarme, pero todo es en vano. Lo único que tengo bien claro es que aunque tengamos temor ya no hay marcha atrás. Y la mimo y le hablo mientras siento la necesidad de que alguien haga igual conmigo. Es entonces cuando la soledad arrecia.

domingo, noviembre 16, 2008

La vida y el tiempo


Quisiera poder decir que pasa de la vida: la deja, no le importa, no es prioridad. Sin embargo cada cosa que hace, cada decisión que toma reafirma su deseo de vivir. Es la calidad de esa vida lo que es incierto, lo que le preocupa, lo que la obliga a hacer incluso cuando el miedo le agarrota el cuello. Hay días en que casi logra paralizarla y entonces tiene que decirse en voz alta “levántate, todavía no es hora”. Logra arrastrarse para salir del lecho y en la incongruencia que ha sido su vida, una vez se encuentra de pie, se pregunta si le quedará mucho tiempo.