viernes, abril 26, 2013

El hombre que no tiene paz


El hombre que no tiene paz piensa con frecuencia en el suicidio.  Antes no lo hacía pero ahora el deseo de morir no lo abandona.  No está viviendo a medias, la realidad es que no tiene vida.  El corazón parece haberle sido traspasado por un acero caliente que hace que no se detenga nunca en su galope.  Golpes de frío y calor le azotan el cuerpo. Ataques de una tos seca acompañada de arqueadas de vómito que nunca sale le acometen de madrugada temprana, debilitando aun más un cuerpo que se ha ido deteriorando aceleradamente, como si fueran años y no meses los que lleva enfermo. Apenas si duerme dos o tres horas en la noche. La ansiedad no lo deja estar tranquilo, no piensa, no puede leer, no puede escribir, ni siquiera puede entretenerse leyendo los correos electrónicos que le enviaban los amigos, que cansados de no recibir respuesta han dejado de escribirle.  No contesta el teléfono y se pasa largas horas preocupándose por las cosas que le parecen insolubles y que antes habría podido resolver con una llamada o una visita a la oficina de servicios de la compañía, cualquiera que fuera.

El hombre que no tiene paz piensa que el alma de un suicida ni siquiera tiene derecho a ir al infierno, sino que se queda vagando por la tierra sin tener conciencia de estar muerto, sufriendo lo mismo que sufría antes de morir, y haciendo que la vida de su familia sea un suplicio.  Imagina cómo se sentirán ellos cargando, sin tener que hacerlo, con la culpa de no haber podido impedir el suicidio, y además escuchando en la noche los gemidos y alaridos del muerto, aquellos gemidos y alaridos que en vida no permitía que nadie escuchara y que mantenía acallados entre las paredes de su apartamento.  Supone que para el suicida, el tormento de seguir vagando por la casa familiar continúa aún después que nadie de la descendencia lo recuerde.

El hombre que no tiene paz piensa que en los casos de eutanasia la suerte del alma ha de ser diferente. Después de todo alguien se compadece del enfermo y le ayuda a pasar a la otra vida.  Él no tiene quién lo haga, y a los pocos que les ha mencionado que piensa en el suicidio le han respondido de la misma forma: tienes que poner de tu parte. 

El hombre que no tiene paz piensa si en algunos casos Dios mira compasivamente el suicidio.

domingo, abril 14, 2013

Rescatarme

A pesar del tiempo transcurrido no he podido rescatarme. Hay miedos que perduran.  Miedos que eran viejos y que resurgieron con la vulnerabilidad.  Estaban mal enterrados, me digo, es cuestión de buscar el modo de enterrarlos nuevamente. Y reviso sus sarcófagos porque sé los que son, y están vacíos. No es cuestión de volverlos a enterrar, tengo que pelear con ellos y matarlos de una vez y para siempre. Aún no he podido…