La tarde feroz se nos ha caído encima, el calor arrecia. La mañana no fue tan desgastante, aunque ya anunciaba un día pesado. Cuando hace mucho calor no puedo pensar o pienso mucho, y, en ocasiones, el dolor me inunda. Hoy no tengo consuelo, porque mi hijo alado se fue y no ha vuelto, y he tenido que aceptar que no volverá nunca.
Un descuido mío ha sido la causa de tanto sufrimiento; un pajarito perdido y sin hogar, otro desarraigado, y yo, llena de pena. Sabía que el recién llegado no llenaría el vacío, eso lo supe tan pronto llegó a casa, pero es un bebé alado también y tiene derecho a ser amado. Impotente me mira, y yo le pido que tome algún alimento. Está demasiado asustado, se siente perdido sin sus compañeros, y quizás, a cierto nivel, comprende que esa no es su casa, que sigue siendo la jaula de mi hijo perdido.
Le he prometido que poco a poco la iremos rearreglando para hacerla suya. Le toqué el penacho y la cabeza, tratando de no asustarlo demasiado, ni de apresurarlo a aceptarme cuando apenas me conoce. Y miro su cuerpecito tratando de recordar si More, de pequeño, era igual o parecido y por un momento me ha embargado una gran ternura viéndole temblar de miedo; en mis adentros he sentido que puedo quererlo. Seco mis lágrimas; son sólo sudor, me digo, es que es un día demasiado caluroso.